Sale uno de ver El Lobo de Wall Street
con la sensación de que te han estafado dos veces por tu dinero. La
primera, cuando los trapicheos del capitalismo te hicieron perder
aquellas inversiones y ahorrillos. La segunda, ahora que te cuentan la
historia de cómo hicieron la gracia, y le sigues la pista directamente
a tu dinero, a dónde fue, a putas y cocaína. Y yates, que me olvidaba
del yate. La película está basada en la autobiografía del auténtico
lobo de Wall Street, Jordan Belfort, una razón para no ir a verla. A mí
me pilla por sorpresa, y por eso escribo esta reseña llena de spoilers,
por si alguien reflexiona y opta por piratear la película, como debería
hacer, o quizá mejor ignorarla. No es que esté mal, es de Scorsese y
demás, pero es sólo por el axioma de no hacer negocios con esta gente,
y comprar una entrada de cine es hacer negocio y entrar en tratos, y
dejar que te vendan la moto.
De hecho es esta reflexión final la que contiene toda la carga crítica
de la película de Scorsese, y aterriza como un mazazo—de los de mango
largo—al final. ¡PLAM!—en toa la cara del espectador, al que se
le llama poco menos que memo por haber caído en la trampa y haber visto
la película. Toda la larga serie de farras y estafas que la preceden,
la vida insensata y despreciable de estos sujetos que compran y venden
acciones en un subidón especulativo, como quien hace pasar por su
sistema arterial un río de adrenalina con cocaína, es de por sí una
crítica feroz al capitalismo financiero, claro, y un clásico en ese
sentido. Es muy educativa, no voy yo a negarlo. Y con sarcasmos
feroces, a lo Swift, se hace el arte satírico más sustancioso,
jugándose la propia sustancia. Porque el cine también está implicado en
estas especulaciones, inflamientos de la nada, y circulaciones de
capital deslocalizado. Que Scorsese lo muestre no es sólo burla al
espectador, claro, es también crítica cultural—y tristemente realista
al mostrar cómo el propio instrumento de crítica está implicado en lo
que critica. Hey, qué queréis, estáis en Occidente.
Además algo avisados ya vamos desde el principio, sin que se nos anime realmente a abandonar la sala... es que empieza la película metaficcionalmente, imbricando su sustancia con la situación del espectador y con el medio considerado en sentido amplio. Quiero decir que cuando empieza la película no sabes si estás en un anuncio de los que se pasan en el cine antes de la película, o si estás en uno de esos logos animados de las productoras, que ya casi dan risa con su elaboración, y con el número de productoras que se van pasando el producto de unas a otras.... y no, estás en la película, y el Mountain Lion ése, o como se llame, que ruge al estilo de la Metro—es la compañía del Lobo Leonardo. La que luego va a dedicarse a envolver paquetitos de mierda de acciones, ponerles nombre bonito, y sacarlas al mercado a cambiarlas por otras más sólidas—aunque all that is solid melts into air— o por dólares de los que imprimen Greenspan y Bernanke. Vamos, que el producto que estás viendo es lo que estás viendo, pura ilusión invocada por el capitalismo financiero.
Pero bueno, entramos en la farra, y la
película resulta ser a la película del honesto self-made man—quizá la última del género con algo de eco haya sido la de Will Smith, The Pursuit of Happyness—lo que Full Metal Jacket era a las películas bélicas donde se maduraba como persona y se aprendía humanidad y camaradería en la guerra. Se me ocurre There Will Be Blood
como paso intermedio entre una y otra, películas del capitalismo feroz,
allí el del petróleo y aquí el del bono basura y la hipoteca subprime. Margin Call
también estaba en esta línea, en la época ya de la crisis financiera
internacional, pero ésta es mucho más sarcástica y los personajes están
mucho más deshumanizados; el equipo de corredores de bolsa aquí ya son
como Ocean's Hundred, o quizá como los diablos del Pandemonium en sus fiestas de strippers y cocaína. No dan ganas de estar en una, se lo aseguro.
En fin, a lo que iba, que sólo me interesa resaltar el aspecto
metaficcional de esta película. Que todo lo que precede es el mango
largo del mazo—tres horas de mazo-swinging—
para darte con él en los dientes. Al final encontramos toda la energía
negativa de la película acumulada y descargada en los dientes de los
responsables—del sufrido público que se deja embaucar. Los accionistas
que quieren hacerse ricos, que sueñan con duros a cuatro pesetas, y se
quedan sin sus ahorros. O los aspirantes a trepa que toman lecciones,
al final, de este embaucador genial, sin apuntarse la primera lección: que no deberían estar allí tomando lecciones, porque son ellos los primeros embaucados. Aquí aprovecha Scorsese para hacer un homenaje al cine, y reescribe en clave sarcástica el final de The Crowd,
de King Vidor. Creía que había reseñado esta película, pero ya veo que
no. Aquí sigue una micro-reseña del aspecto que me interesa.
Ya se ve cuál es el tipo de maniobra que hace Scorsese al final, superponiendo este homenaje a The Crowd
con la escena del Lobo de Wall Street dirigiéndose a un embobado
público, público de aprendices de vendedores, público comprador de su
libro y fascinado por este cohete que asciende a ninguna parte dejando
una estela de billetes quemados y polvo de cocaína. Aunque sea una
historia de fracaso, un vendedor genial puede vender todo, hasta el
fracaso. Y los lerdos aprendices de vendedor de bolígrafos, y
compradores de subprime,
somos nosotros mismos, de la manera más literal posible, los estafados,
y los que hemos comprado la entrada del cine para engordar aún más la
cuenta de este señor que va a medias con Scorsese y con la Universal.
En fin, merece notarse el elemento de ciné-vérité
que hay en ello, y cómo Scorsese se las ha ingeniado para utilizar la
materialidad del medio para hacer arte, como hacía Beckett en sus
distintos experimentos mediáticos—pero aquí la materialidad es la
materialidad en el sentido craso y materialista, es la imbricación del
cine en el capitalismo financiero, y en la economía libidinal de las
masas. Claro que me dirán ya había llegado allí King Vidor, pero esto es The Crowd
reescrita para la nueva crisis.
Scorsese ha venido haciendo
experimentos metaficcionales a cuál más interesante, como recordábamos
en "Hugo y la medialepsis" a propósito de su anterior película. En lo
que se refiere a la implicación física y real del público
cinematográfico, también me ha recordado El Lobo de Wall Street a otros dos experimentos en ese sentido: Amor, de Haneke, que la comenté aquí en este sentido—y a una película experimental inexistente, The Joke, ideada por David Foster Wallace.
Scorsese es más sutil y ambiguo, y vende más su alma al diablo de la
productora. Pero quizá en su sarcasmo intenso esté Scorsese más cerca
de este cineasta imaginario, "Himself" Incandenza—más que de ningún
otro.
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