Dice Ian Tattersall en Masters of the Planet
que si hay una ley inflexible que rige el comportamiento humano, aparte
de la muerte, es la Ley de las Consecuencias No Previstas. A los
humanos se nos da razonablemente bien prever los resultados inmediatos
de nuestros actos, pero los resultados de los resultados están fuera de
todo control. Quizá algo parecido decía el Player King de Hamlet, cuando decía que "nuestras palabras son nuestras, pero sus resultados no nos pertenecen"—or words to that effect.
Esta Ley de las Consecuencias Inesperadas viene a veces con otros nombres; hay varios principios y corolarios de la Ley de Murphy,
en la genial compilación legislativa de Arthur Bloch, que vienen a
especificar sus variantes posibles. Nuestras acciones van encaminadas a
intervenir sobre el mundo para manipularlo a nuestro favor, pero he
aqui que el mundo modificado, o manipulado, ya no es el mundo que había
antes, con lo cual en lugar de
haberse alcanzado un equilibrio, persiste el desequilibrio. Por lo
mismo sucede, por ejemplo, que no tiene mucho sentido alcanzar los
objetos de deseo: el que los alcanza ya no es el mismo que los deseó,
ni el objeto es el mismo, ni—peor aún—la relación con el objeto
alcanzado es la deseada. Esto pasa con todo, en mayor o menor medida.
Por seguir con una analogía erótica, quien se casa con la chica de sus
sueños se casa también con su familia y cuñados: law of unintended consequences. La
acción se retroalimenta en círculo hermenéutico, o dialéctico, con sus
consecuencias, y pronto es necesaria una nueva acción para remediar las
consecuencias no previstas (pero que iban enredadas de modo no previsto
a las previstas...). Nueva acción, remedio para lo descompuesto, y
nueva descomposición. Hay que repararla, y así caemos en una serie de errores no sé si inevitables, pero frecuentemente inevitados.
El cerebro evolucionó como máquina para predecir el futuro. Y
construye muchos futuros posibles, todos tarados con un vicio secreto:
normalmente son a gusto del consumidor de futuros. Somos los animales
más fantasiosos, sin duda, para eso inventamos la narración, que los
demás seres no poseen sino de manera muy primitiva—la propia
autonarración de su experiencia conforme transcurre, e imperfectas
representaciones del pasado y del futuro. Nosotros afinamos más, aunque
no siempre acertamos más. Nuestras narraciones y nuestros futuros y
nuestros pasados vienen en soporte multimedia: pensamientos,
conversaciones y relatos orales, mitos del origen, escritos históricos,
estelas grabadas, profecías, novelas, pinturas, cómics, películas y
blogs. Vivimos en gran medida de comentar no sólo lo que hay, sino lo
que hubo y habrá, y también, afinando más, las consecuencias
inesperadas: lo que esperábamos que iba a haber y resultó ser de otra manera.
Este desfase irónico entre la visión limitada que teníamos o tenían
otros cuando aún no había consecuencias, y la visión plena (por el
momento) que tenemos nosotros, Topsight,
ahora que conocemos tanto las intenciones como las consecuencias—este
desfase irónico es la mitad de la sustancia de nuestra vida.
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