Dos conceptos clave surgieron en el siglo XIX para explicar el
surgimiento de la complejidad a partir de los fenómenos simples: la lucha por la vida y la ley del mínimo esfuerzo.
El primero de ellos lo propuso Charles Darwin, asociado a su concepto
de la selección natural; debido a su toque antipático, se le suele
ascribir ahora con cierto alivio a los darwinistas sociales antes que a
Darwin—sobre todo a Herbert Spencer, que fue también el promotor del
concepto de la ley del mínimo esfuerzo.
La ley del mínimo esfuerzo es parte del intento de Spencer de explicar
toda la complejidad universal a partir de un principio único y simple,
derivando efectos complejos a partir de la conservación de la fuerza
original que hizo surgir el universo. Más sobre esta teoría de la
complejidad se puede leer en nuestros artículos sobre Spencer, como Victorian
Dark Matter y El
Efecto Mariposa y la complejidad ex nihilo.
La teoría evolutiva de Spencer es mucho más general que la de Darwin,
ya que pretende dar cuenta del origen de todo tipo de fenómenos
complejos, no sólo de la diversidad de las especies biológicas. Por lo
demás, Spencer remite a Darwin para la cuestión específica de la
evolución de los seres vivos.
En El origen del hombre,
Darwin hace una extensión un tanto llamativa de su concepto de la
selección natural—el concepto clave y original de su teoría de la
evolución, el que explica cómo puede surgir la complejidad a partir de
una especie homogénea. Con lo cual queda en parte extendido y en parte
desvirtuado el concepto. La historia de la discusión al respecto por
otra parte da fe de esta ambigüedad del concepto de selección natural;
por ejemplo véase este
ataque de Pinker al concepto de la llamada selección de grupo, y
esta defensa
de la selección de grupo. En plan más pintoresco, sacando el
concepto de la biología para aplicarlo a productos culturales, están la
memética de Dawkins y las ideas de Kevin Kelly sobre el
origen de las especies tecnológicas.
Claro que el propio Darwin invita a la ambigüedad al aplicar su
concepto en ámbitos muy distintos, en concreto en su discusión sobre el
origen y evolución de las lenguas, donde hace suyas las ideas que
algunos llamarían pseudo-darwinistas de Schleicher y Max Müller.
Cita Darwin a Max Müller:
"Una lucha por la existencia tiene lugar constantemente entre las palabras y las formas gramaticales en cada idioma. Las formas mejores, más cortas, más fáciles ganan constantemente terreno, y deben su éxito a su propia virtud intrínseca." (El origen del hombre 116).Por cierto que también cita una curiosa observación de Schlegel sobre el vasco como ejemplo de idioma situado en el grado más bajo de la cultura intelectual, y sin embargo gramaticalmente complejo:
"En aquellos idiomas que parecen hallarse en el grado más bajo de la cultura intelectual, observamos frecuentemente un grado muy elaborado de arte en su estructura gramatical. Éste es en especial el caso del vascuence y el lapón, y de muchos idiomas americanos" (cit. en Darwin, Origen del hombre 117).Claro que ahí le contradice Darwin para sentar el principio más importante de su teoría lingüística: las lenguas no son productos del "arte" o del diseño intencional, sino que son, precisamente como las formas vivas, resultado espontáneo de la selección natural. Con lo cual el concepto darwiniano se expande hacia esos ámbitos más amplios.
Aquí se junta la selección natural darwiniana con la ley del mínimo esfuerzo de Spencer. La relajación de las formas lleva a la decadencia de las complejas fonologías y morfologías de algunas lenguas primitivas, y acabamos en las cinco vocales del español, o la gramática sencilla del inglés frente al anglosajón. La cuestión es que si bien hay en algunos terrenos una cierta congruencia entre los dos principios evolutivos, el de Darwin y el de Spencer, en otros aspectos parecerían contradecirse, o ser más opuestos que congruentes. En efecto, la lucha por la vida parece que requiere una cierta actividad, no exactamente la ley del mínimo esfuerzo, cosa más inerte. Ahora bien, bien mirados no son tan contrarios, una vez se entienden estos principios en términos generales (no pensando en un jaguar y un perezoso, por ejemplo).
Parte del problema es que sean
tan generales los principios, algo que los hace a la vez explicativamente
poderosos e insuficientes, necesitados de mayor especificidad. Darwin
define aquí la selección natural de esta manera un tanto vaga: "La
supervivencia o conservación de determinados términos favorecidos en la
lucha por la vida es la selección natural" (El origen del hombre 116). Así el
término se vuelve de general aplicación y a la vez pierde especificidad
digamos ecológica. Más sobre la teoría darwinista de la evolución del lenguaje puede leerse aquí: La evolución de las lenguas (las de carne y las otras). Pero ahora nos centraremos en la cuestión del concepto de selección natural y sus transformaciones.
En el caso de la lucha por la
vida es distinta, por ejemplo, la manera en que lucha un animal,
reaccionando a un entorno, construyendo una imagen del mismo,
intentando modificarlo, etc... y la manera en que lo hace una planta. O
la manera en que resulta naturalmente
seleccionado
un fenómeno en una determinada etapa de la evolución del cosmos, sólo
en virtud de las leyes físicas imperantes. Podría decirse que incluso
el jaguar sigue (como el quark a su manera) la ley del mínimo esfuerzo
en el sentido de que busca obtener el máximo de proteína con el mínimo
de esfuerzo, cazando un perezoso en lugar de un caimán. Pero el mínimo
esfuerzo global puede requerir bastante esfuerzo físico puntual, a la vez que
un esfuerzo intelectual de acecho, planificación, intención, etc. A
veces trabajar poco requiere un gran esfuerzo.
Las dos leyes, pues, aunque tentadoramente generales, deben
especificarse según el tipo de fenómenos que pretenden explicar. Y la
cuestión se complica notablemente una vez introducimos las mentes en la
ecuación: las mentes que interpretan una situación, y seleccionan un
plan, un objeto, una presa, un producto tecnológico... La
cuestión es que la selección efectuada a través de las mentes sigue
siendo selección natural,
según la definición de Darwin, y también ateniéndonos al hecho básico
de que las mentes son, después de todo, productos y fenómenos
naturales. Pero se producen interesantes efectos de retroalimentación
cuando el producto de la selección
natural (el cerebro, la cultura) efectúa a su vez una
selección deliberada (y por tanto artificial, pero
natural también).
Lo cual nos deja alguna paradoja que no acaba de ser
bien
tratada por la teoría evolucionista—por ejemplo, cómo el hombre es en
parte un ser autodiseñado, un self-made man, en mayor medida que otras
criaturas, y precisamente por su capacidad intencional y su tendencia a
la planificación. No es ello decir que el diseño del hombre sea un
diseño inteligente: Ian Tattersall en Masters
of the Planet, y también Gary Marcus en Kluge:
The Haphazard Construction of the Human Mind, enfatizan
cómo somos el resultado acumulado de historias acumuladas, desvíos de
función, reciclajes funcionales, exaptaciones y andamios que se
volvieron estructuras permanentes: "Nuestros cerebros son estructuras
provisionales, ensambladas de manera oportunista por la naturaleza a lo
largo de cientos de millones de años, y en múltiples contextos
ecológicos diferentes" (Masters of
the Planet 228).
Bueno, de los contextos recientes, y no tan recientes, la cultura y
sociedad humana es sin duda uno muy influyente. Aquí Joseph Henrich
habla en Edge sobre cómo la
cultura humana ha sido un motor de la evolución,
una huella cultural que se puede leer incluso en el diseño mismo del
cuerpo humano. Viene a ser una manera de reintegrar la evolución
cultural con la natural, y quizá un tipo de selección natural, la
espontánea, con el otro tipo, con la otra selección natural, con la mediada por mentes, intenciones,
estrategias y elecciones conscientes. Ya hablé algo al respecto,
también, en el artículo sobre la manera en que la
ideología interactúa con la evolución.
Habrá que seguir la pista a estas ideas sobre la construcción activa
del entorno, y sobre la selección natural guiada por el hombre.
Prometen abrir más campo para la interacción entre las ciencias y las
humanidades (la tercera cultura ésa)— son ideas que merecen ser
seleccionadas, naturalmente.
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