No se puede decir que María Zambrano fuese feminista, en el sentido estricto o moderno del término. Cuando habla de nuestro enraizamiento en la tradición y de nuestro encaminamiento en la vida, habla de la figura del padre, no de "los padres", whatever that means. Es en un ensayo sobre Freud, o contra Freud, en Hacia un saber sobre el alma—ve Zambrano en el freudismo un ataque a la idea del padre, o de la trascendencia de la paternidad, y su ensayo sobre Freud es una defensa de la dimensión sagrada de la figura del padre. Es una relación humana "que el freudismo ayuda a destruir, y que al romperse puede hundir al mundo consigo. Es la paternidad, la trascendencia, la invulnerabilidad de[l] padre para el hijo. El principio sagrado de la paternidad" (119).
Hay padres que marcan—que se lo pregunten a Kafka, hijo oprimido por su falta de solidez burguesa frente a su padre. O a Donald Barthelme, que no pierde ocasión de meterse escépticamente con su padre, por vía de los padres en general, en sus cuentos y novelas—por ejemplo en "Views of My Father Weeping", "A Manual for Sons", o The Dead Father. A Kafka le contestó su padre eficazmente, por vía interpuesta de Nadine Gordimer, en un relato de Something Out There. Como antídoto o antítesis contra Barthelme, o para poner en contexto el peso simbólico del padre, esto dice Zambrano sobre la paternidad:
Tener nombre es tener un origen claro, pertenecer a una estirpe, tener un destino. Sentirse llamado con voces inconfundibles, sentirse ligado y obligado. Porque al tener nombre sentimos que aventuramos en cada acción nuestra, todo este capital que se nos ha legado, nos sentimos responsables de cosas que no nos afectarían de ser sólo nuestras y en grado mucho mayor de las que nos afectan directamente.
Es el peso, la llamada de los que se llamaron como nosotros. Continuidad viva que forma la historia real; somos herederos, continuadores siempre. Nada ha empezado con nosotros. El nombre nos da concretamente, sin consideraciones abstractas, la responsabilidad histórica que no es solamente del que ocupa un algo puesto, del protagonista, sino de todos. Todos somos de alguna manera responsables de la historia, depositarios de su continuidad.
Responsabilidad histórica y responsabilidad también, ante algo más difícil de nombrar; conciencia de nuestra limitación, de que hemos sido engendrados. Humildad ante el origen. La fuerza del padre, su autoridad, s confunde con la fuerza sagrada del origen de todos los hombres, de todo lo que está aquí. Porque antes que seres de razón o de conciencia, de instinto o de pasión, somos hijos. Y ser hijo es tener que responder, tener que justificarse ante algo inapelable. Saberlo claramente es tener humildad, humildad de la que dijo una mujer castellana "que es andar en verdad".
También es confianza; crecer a la sombra de una fuerza protectora, bajo un amparo de cuya fuerza y clemencia no se duda. Y es la educación fundamental sobre la cual cualquier ilustración posterior tendrá que apoyarse. Porque es la experiencia primera de la vida, el encuentro original y decisivo, de donde parte todo lo demás. Es lo irreemplazable.
Difícil abandonarse a la vida con confianza, dar crédito a cosa alguna, difícil creer en nada si no hemos ido creciendo así, sintiéndonos guiados por una mano fuerte y delicada que sabe medir, mirados por una frente ante la cual no cabe ninguna simulación; enlazada nuestra fragilidad a un principio invulnerable. Sentir el peso de la exigencia máss inexorable y el apoyo del amor más incondicional.
Ningún terrible suceso posterior podrá acabar con esta "educación", cuando se ha tenido; ninguna catástrofe podrá llevarse esta confianza originaria. Ningún rencor podrá borrar en el alma el peso de esta ternura venida de lo alto. Ninguna injusticia podrá desterrar del alma esta ingenua confianza en la vida de quien fue guiado en ella paternalmente en sus primeros pasos.
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