Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, es un clásico del cine australiano moderno, de los años noventa, sobre unos travestís que van a hacer su show de drag queens con karaoke allá por las Gramadulas, en el desierto del centro de Australia. Después de ser abundantemente premiada, incluida en cursos de doctorado, etc., esta historia sigue dando guerra a estas alturas del siglo veintidós. Se estrena una versión convertida en drama musical en Broadway, y según nos cuenta hoy el New York Times, hay un jaleo considerable alrededor—no por las cuestiones de travestís y homosexuales y transexuales, sino por un escándalo aún mayor... ¡emplear música grabada! El musical ya se estrenó en Sydney (2006) y en Londres (2009), y al parecer sin problemas... pero ay, los sindicatos y convenios colectivos de Broadway insisten en que hay que emplear a un mínimo de músicos, por supuestísimo en un musical—y allí está el contencioso. A la música grabada la mantienen a raya, en nombre del arte y de su empleo. El director diciendo que la naturaleza misma de la obra exige que sea música grabada, y no en vivo (como es natural)—y los músicos al parecer sugiriendo que podrían imitar ellos en vivo el toque y sonido del karaoke. Total que se ha convertido en una piedra de toque del respeto a los convenios sindicales y de la defensa de la música en vivo también; para que luego digan que en América no hay socialismo. Bueno, no sé cómo acabará la película, pero creo que le pone un colofón buenísimo a esta historia de travestismos, playbacks, representaciones fuera de lugar, contrastes contra natura y episodios grotescos. Me pregunto si mantendrán la escena de la filipina con las pelotas de ping pong—y a qué público apuntarán los disparos en la versión teatral.
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