He estado de fin de semana en Biescas, con mucha familia alrededor de casa de mi madre, y todos todavía teniendo muy en mente la muerte de mi padre este verano. En Biescas es costumbre hacerles a los difuntos una novena de misas, y mi padre solía asistir a todas—lo malo es que, conforme iban muriendo cada vez más personas de su generación, no salía de novenas el hombre. Y sin embargo, aunque siempre decía que la religión tiene que evolucionar mucho, creo que le hubiera gustado que le dedicasen a él también una novena de misas. Estos últimos años cada vez insistía más en la importancia de la religión como fundamento para la convivencia, y le daba cada vez mas importancia a los rituales.
Mi hermana soñó la semana pasada (me la imagino dormida, a oscuras, moviendo los ojos debajo de los párpados cerrados) que estaba trabajando con el ordenador encendido, y que tenía una videollamada por el Messenger (en mi familia son muy aficionados al videochat, a mí en cambio me no acaba de gustarme su mezcla de presencia y ausencia, me pasa lo mismo con el teléfono de hecho).
Al messenger de mi hermana llamaba mi padre, para saludar, y también para recordarle que no se olvidase de encargar la novena por él. Luego también decía que la volvería a llamar, creo–o al menos tenía unas palabras de admiración para estos inventos tan maravillosos y tan prácticos que nos da la cibernética, que nos permiten seguir en contacto con la familia aunque estemos lejos unos de otros. Cierto que son palabras muy suyas, y que siempre lo decía.
Mi madre tiene un centro comunicaciones virtuales para estar al día de las actividades de todos, antes y después de Facebook. Y el facebook de mi sobrina Mireya se volvió especialmente activo después de su muerte, y de hecho contagió de su actividad a toda la familia, que se apuntaron a Facebook siguiendo sus pasos.
Cuando oí lo del sueño de mi hermana, me pareció un caso ejemplar de una modalidad de apariciones muy contemporánea. La pantalla de un ordenador es una ventana a otro mundo, es la bola de cristal, ya lo decía Alaska—un invento muy práctico, para comunicarse con el más allá, o con el más acá, o con uno mismo, pues todos se funden un poco en el ciberespacio. Me parece que en este caso mi padre lo tomaría como una de esas actualizaciones de la religión que siempre decía que tenían que ir llegando. Estamos allí, o aquí, sin estar del todo, y en última instancia ese viene a ser nuestro estado natural—un poquito de presencia, aunque sea provisional, evanescente, o mediada por ordenador.
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