sábado, 24 de octubre de 2009
Sublimación al cuadrado
Vengo de la conferencia de clasura del simposio sobre "El diario como forma de escritura y pensamiento en el mundo contemporáneo". Nos ha hablado José Luis Rodríguez sobre un diario de juventud de Georg Lukács que ilumina algunos aspectos de su obra temprana. En concreto, se refiere a la colección de ensayos sobre literatura y estética, El alma y las formas—una historia que me ha parecido fascinante y muy ilustrativa a su manera; doy aquí mi versión según la he extraído de la exposición de J. L. Rodríguez.
Lukács atravesaba entonces, hace ahora cien años, una etapa esteticista, cuyas raíces psicológicas quizá queden clarificadas por las anotaciones de este diario. El libro de El alma y las formas lo dedicó Lukács, en su edición alemana, a Irma Seidler, una amada con la cual había cortado relaciones, y que se suicidó. El diario aclara los motivos de la dedicatoria. Lukács mantenía con esta joven unas relaciones de cortejo altamente idealizado y extremadamente formalista y educado. Pero cortó relaciones con ella, de una manera que ella encontró inexplicable—desde luego Lukács no se explicó suficientemente. Vete a saber qué cosas llevan a un suicidio... y quizá no haya que culpar a Lukács en absoluto, por mucho que se culpase él (Seidler tenía su propia crisis en un matrimonio desdichado). Para Lukács fue traumática la relación, y su resultado—concluye en su diario que "he perdido el derecho a vivir" y juguetea él mismo con la idea del suicidio... todo esto es antes de su descubrimiento del hegelianismo y del marxismo, y por supuesto antes de sus posteriores relaciones de pareja y matrimonios. Con eso pasaría Lukács a otra fase. Pero en este momento vivía en un mundo de esteticismo decimonónico o romanticismo tardío, que podría describirse como una sublimación de instintos eróticos en un mundo de idealización estética y aristocratizante, que incorporaba el rechazo juvenil a la cultura burguesa de la que provenía.
En el diario explica Lukács que escribió los ensayos de El alma y las formas, más en concreto algunos de ellos, como expresión de sus sentimientos hacia esta muchacha a la que amaba y a la vez rechazaba—como una explicación (que no lo fue, pues ella no llegó a recibir sus cartas, ni a leer el diario, que era secreto, y estaba desconcertada). Dice Lukács que si hubiera sabido escribir poemas lo hubiera expresado con poemas—pero que como no sabía, lo hacía mediante ensayos. Es lo que podríamos llamar una sublimación de una sublimación… el deseo erótico frustrado por múltiples razones daría lugar a estos poemas hipotéticos, que al no poder existir (quizá por la magnitud del bloqueo), encuentran su expresión sublimada en segundo grado bajo la forma de ensayos, o analogías. Sirva de ejemplo el ensayo sobre Kierkegaard: también él cortejó a una muchacha y la amó apasionadamente, y también la rechazó a la vez, explicándose a sí mismo que no la trataría como merecía ella, y que él se debía a su obra, una obra que seguramente no podría escribir si optaba por el matrimonio con ella. Se mezclan actitudes de sadomasoquismo emocional (dice Rodríguez), otras de machismo descarado, y otras de profunda represión erótica... junto con esa idealizada vocación intelectual. Bien, pues Lukács ve esta historia de Kierkegaard como una analogía o explicación de su propia actitud. No es extraño que la muchacha no lo captase: ninguno de los críticos de Lukács lo "captó" hasta que se descubrieron los diarios (olvidados al parecer por Lukács hace tiempo) en los años 70.
En los diarios, Lukács asocia la figura de la amada a los momentos de plenitud y de vida que le dan fuerzas; ella lo es todo, una amada divinizada (en contraste frecuente, claro, con la realidad de la muchacha que irritaba a Lukács porque "no entendía nada, absolutamente nada, de las ideas de él"). La amada se contempla como una visión de perfección y plenitud vital y estética que recuerda enormemente a la caracterización que dan Joyce y otros modernistas de las epifanías, esa especie de trascendencia mediante el arte y la estetización de la experiencia. No es difícil adivinar una enorme carga de represión y deseo sexual dando energías a estas sublimaciones. Pero Lukács concluye que precisamente la perfección de esa visión exige que no sea vivida—la vida percibida en su plenitud exige renunciar a ella, para preservarla quizá, o evocarla con distanciamiento máximo. La propia plenitud de la vida exige renunciar a la vida... todo un programa tanático-erótico, el del joven Lukács. Coronado todo esto por el suicidio de la amada, no es difícil imaginar la empanada mental del joven esteta. Rodríguez se inclina por interpretar que en su vida posterior Lukács no asimiló esta cuestión, mediante la comprensión y la superación intelectual, sino que la olvidó o rechazó, tomando un derrotero estético e intelectual totalmente diferente.
Quizá no haya que subestimar el papel del desbloqueo sexual, en sus posteriores relaciones de pareja, que permitió a Lukács dejar atrás, a su manera, este trauma de juventud, y terminar de convertirse en el "espeluznante intelecto" que triunfaría como polemista (intransigente) y como teorizador del marxismo. Es ya este Lukács el que retrata o caricaturiza Thomas Mann en La Montaña Mágica, como el iracundo polemista Nafta (que, al contrario que Lukács, sí se suicida).
Es muy interesante esta manera en que un sentido crucial para la interpretación de una obra permanece oculto. Los escritos pueden estar a veces llenos de mensajes secretos que el autor dirige a sí mismo. No sabemos qué otros sentidos se ocultan detrás de tantos poemas y obras de ficción... si hasta los ensayos de Lukács pueden ocultar sentidos autobiográficos deliberados, y sublimaciones al cuadrado. En este caso, al menos, el sentido era accesible para el autor, consciente y deliberado al menos en parte, y accesible también (gracias al diario en el que lo explica) para un público posterior—en este caso, a través de la interpretación de José Luis Rodríguez. (No llegó a hacerse accesible el sentido, un tanto grotescamente, para su destinatario principal, la amada de Lukács Irma Seidler... que a saber qué hubiera pensado de esos desagradables poemas transfigurados en forma de ensayos).
A sabr qué otros sentidos se ocultan en tantas obras (quizá en las obras posteriores de Lukács...), que las guían de modo no obvio y que no son visibles a veces ni para el propio autor. Para eso están la crítica psicoanalítica, la desconstrucción y la hermenéutica. Pero aunque un intérprete formule una interpretación que ilumina secretamente la clave de una obra, no es extraño que estas interpretaciones sean polémicas y debatidas, sobre todo cuando se entrecruzan las proyecciones, frustraciones y obsesiones de los propios críticos.
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