sábado, 17 de octubre de 2009

Ahora, una de tesis

Vale la pena ir a ver Agora, la última película del ex-chileno Amenábar. Puntos a favor: una ambientación espectacular, que crea la ilusión de un auténtico viaje en el tiempo a la Alejandría del siglo IV, y excelentes actuaciones... quizá exceptuada Weisz como la protagonista, la filósofa Hypatia, pero quizá el problema es que el personaje está a medio construir y entonces no se sabe bien cómo interpretarlo. De que está a medio construir puede dar idea el hecho de que no trata con mujeres en toda la película: Hypatia es la única mujer que no es parte del telón de fondo, y queda un poco raro, tiene una vida como incompleta. Su sexualidad también es un misterio, si existe—en la medida en que se nos enseña algo de ella se limita al horror a ser violada (que quizá simbolice un horror más general a todo contacto físico). Y también se sugiere un horror o asco a su condición femenina (al desanimar a su pretendiente Orestes regalándole un paño con sangre menstrual). Pero el retrato no queda completado, se nos enseña sólo a la Hypatia filósofa, astrónoma y profesora—y a la hija que vive bajo la protección de su padre. También, claro, a la mártir—que es el motivo de la película. El martirio de Hypatia se debe a su elección de no someterse a la hegemonía del fanatismo religioso, y seguir siendo quien es, o quien era. No es un enfrentamiento buscado, sino encontrado, y es uno de los aspectos mejor llevados de la película. Otra cuestión de las que no me acaban de convencer: la caracterización o casting de los actores. La película se desarrolla a lo largo de varios años, con dos episodios cruciales: el enfrentamiento entre cristianos y paganos que terminará con la destrucción de la Biblioteca, y, años después, la matanza de los judíos y la muerte de Hypatia. En el primer episodio Hypatia es una joven profesora protegida por su padre, director de la biblioteca; su pretendiente Orestes es un joven pagano que estudia con ella. En el segundo episodio, Orestes (como muchos paganos) se ha convertido al cristianismo dominante, y tiene una íntima amistad con Hypatia desde su posición de poder como prefecto de Alejandría. El problema de casting o maquillaje es que no se aprecia mayormente el paso del tiempo para los actores, y esto detrae. También detrae de la película una cuestión narrativa muy elemental, y que creo es bien conocida: la narración en off, sobre todo con letras escritas en la pantalla, mata al cine y es contraria a su espíritu.
No entiendo que elija usarla Amenábar, nada menos que al principio, en medio y al final, cuando su efecto es como un cubo de agua fría sobre la vitalidad de le película. Otras intervenciones explícitas de la narración me han gustado más: los travelling que viajan desde el espacio sideral a la Tierra y a Alejandría. Tienen su justificación en dos puntos de anclaje: los estudios de Hypatia intentando desentrañar el funcionamiento del sistema solar, y (por otro lado) la puesta en perspectiva de todos los conflictos humanos a vista de pájaro, o de observador interestelar—de todo ese planeta, era el atisbo de racionalidad en Hypatia y en cuatro personas más lo que más podría contar para el observador implícito extraterrestre, o para el director. Los cristianos destruyendo la biblioteca se filman como las hormigas vistas en primer plano en otra escena: una forma de vida muy inferior a los intentos de racionalidad de Hypatia. Parte de la voluntad del director, claro, es desacreditar no sólo al fanatismo religioso sino al cristianismo en su conjunto: aquí la religión es un virus mental, una plaga que desciende sobre las mentes y las cierra y sojuzga—aunque también sugiere la película el elemento de liberación o de esperanza que podía ofrecer el cristianismo a los más míseros o sojuzgados, como el esclavo Davo. Donde el nivel es muy bajo, no es difícil subirlo. Otro de los pretendientes de Hypatia, este Davo: pero cuando se atreve a abrazarla a la fuerza, ésta, en lugar de castigarlo, lo libera—por perderlo de vista sin hacerle daño. Es una excelente escena, ésa, como otras muchas de la película: muy buena es la encerrona que prepara el obispo Cirilo al prefecto, obligándolo a elegir en público entre desacreditarse como cristiano o traicionar a Hypatia. El prefecto, negándose a someterse en público, no se arrodilla ante las Escrituras, y se forma un tumulto.... pero luego se arrodilla, y se somete, no ante Cirilo sino ante Sinesio, otro obispo, antiguo alumno de Hypatia también, y que aquí hace de "poli bueno" frente al "poli malo" de Cirilo... pero entre los dos crean una pinza que aísla a Hypatia y da lugar a la conversión forzosa de todos los notables al cristianismo. Hypatia ni se lo plantea, y es capturada por los fanáticos parabolanos, los matones del obispo Cirilo. Davo, el esclavo que la deseaba, ahora uno de los parabolanos, la asfixia (con el consentimiento por así decirlo de Hypatia) mientras los demás van a por piedras para apedrearla. (Curioso que esta escena, con Hypatia desnuda como Cristo y Davo abrazándola, es una especie de siniestro desplazamiento de una consumación sexual muy ambigua–y total que al final la matan haciéndole un favor, como a Betty Blue o a Million Dollar Baby). Como se verá, la historia, siendo una historia de martirio, tiene más de un elemento en común con la pasión de Cristo—una de las ironías sin duda buscadas por el director, con los cristianos convertidos ahora en el régimen que persigue y martiriza. El título, alusivo a la lucha por el control del espacio público, también sugiere un paralelismo con "ahora"—Amenábar apunta así con preocupación al crecimiento actual del integrismo y la intolerancia no sólo en Oriente Medio sino quizá en el mismo Occidente, visto como un espacio de racionalidad que aquí como siempre es precario, amenazado. En este sentido es una película de tesis, y claramente de buenos y malos, aunque los papeles más interesantes son los grises o ambiguos, los discípulos traidores, los Judas y los San Pedros que acompañan a esta Jesucrista laica, contemporizando, o plegándose al oportunismo político, y corrompiendo así su criterio. Hypatia, en cambio, es un sueño de pureza intelectual sin límites: en un pequeño exceso imaginativo, no sólo llega a reivindicar la teoría heliocéntrica de Aristarco, sino que anticipa a Galileo, a Kepler y casi hasta a Einstein, aunque dentro de la exageración me ha parecido muy bien llevado el tratamiento de las ideas astronómicas. Comienza en la película la filósofa enseñando una cosmología tradicional, con un mundo "a la griega", ptolomeico, y con un universo centrado como ella está centrada en su sociedad. Termina "descentrada", o con un universo flotante cuyo centro, si existe, no está donde ella creía. Tampoco está claro a dónde se dirige la Historia. Las imágenes cósmicas muestran cómo estos logros de la razón humana—no sólo los descubrimientos científicos, sino el ejercicio de la libertad de espíritu y de la tolerancia— están siempre en peligro de verse sumergidos en la marea de manipulaciones de masas, credos irracionales, conflictos de grupos, y estupidez colectiva sin más. No muy optimista parece el futuro, pues la humanidad tiene, en general, su nivel, y nivela periódicamente todo lo que destaca. Al futuro y a la razón es a lo que mira Hypatia, contemplando ese rascacielos en la lejanía, el Faro. No deja hijos, casi ni ideas, apenas un recuerdo de lo que pudo haber sido una mente privilegiada que intentaba entender el cosmos antes de ser descuartizada por hordas de fanáticos e ignorantes. Intolerancia bis, vamos, como en tiempos de Griffith, y como en tiempos de todos en realidad. Los necios, siempre conjurados. Algo fría, Hypatia... pero a ver a quién no deja frío ese panorama.


Sophie Scholl


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