Así pues, la manera en que funciona la gente [el egoísmo] triunfa sobre lo que, en oposición a ella, constituye la virtud—triunfa sobre lo que es una abstracción inesencial de la esencia. Sin embargo, no triunfa sobre algo real, sino sobre la creación de distinciones que no son tales distinciones; [el supuesto virtuoso] se gloría en este discurso pomposo sobre hacer lo que es lo mejor para la humanidad, sobre la opresión de la humanidad, sobre hacer sacrificios en aras del bien, y sobre el mal uso que se da a las capacidades. Las entidades y propósitos ideales de este tipo son palabras vacías, ineficaces, que elevan el corazón pero dejan a la razón insatisfecha, que edifican, pero sin levantar edificio; declamaciones que específicamente no declaran sino esto: que el individuo que alega actuar por tan nobles fines, y que emplea tan magníficas frases es, a sus propios ojos, una criatura excelente: un inflarse a sí mismo con un sentimiento de su propia importancia, a sus propios ojos y a los ojos de otros, cuando de hecho no está hinchado sino de su propio engreimiento.
La virtud en el mundo antiguo tenía su significado cierto y definido, puesto que tenía en la sustancia espiritual de la nación un fundamento lleno de sentido, y para su propósito un bien real que ya existía. Consiguientemente, además, no iba dirigida contra el mundo real como quien se enfrenta a algo generalmente pervertido, ni contra la manera en que funciona la gente. Pero la virtud que ahora estamos examinando tiene su ser fuera de la sustancia espiritual; es una virtud irreal, una virtud sólo de nombre y en la imaginación, que carece de aquel contenido sustancial. La vaciedad de esta retórica que denuncia la manera en que funciona la gente quedaría revelada de inmediato si hubiese que especificar el significado de sus magníficas frases. Estas, por tanto, se suponen que se refieren a algo cuyo sentido ya es conocido. Si se pidiese una aclaración de ese sentido, la petición se respondería con una nueva catarata de frases, o con una invocación al corazón, que en el fuero interno nos dice lo que significan—lo cual viene a ser como admitir que de hecho se es incapaz de decir cuál es el sentido. La fatuidad de esta retórica parece, además, haberse convertido en algo presupuesto por la cultura de nuestros tiempos, ya que todo interés en esta masa retórica, y en la manera en que se usa para potenciar el propio ego, se ha volatilizado—una pérdida de interés que se expresa en el hecho de que produce sólo un sentimiento de aburrimiento. (Fenomenología del Espíritu § 390).
La virtud en el mundo antiguo tenía su significado cierto y definido, puesto que tenía en la sustancia espiritual de la nación un fundamento lleno de sentido, y para su propósito un bien real que ya existía. Consiguientemente, además, no iba dirigida contra el mundo real como quien se enfrenta a algo generalmente pervertido, ni contra la manera en que funciona la gente. Pero la virtud que ahora estamos examinando tiene su ser fuera de la sustancia espiritual; es una virtud irreal, una virtud sólo de nombre y en la imaginación, que carece de aquel contenido sustancial. La vaciedad de esta retórica que denuncia la manera en que funciona la gente quedaría revelada de inmediato si hubiese que especificar el significado de sus magníficas frases. Estas, por tanto, se suponen que se refieren a algo cuyo sentido ya es conocido. Si se pidiese una aclaración de ese sentido, la petición se respondería con una nueva catarata de frases, o con una invocación al corazón, que en el fuero interno nos dice lo que significan—lo cual viene a ser como admitir que de hecho se es incapaz de decir cuál es el sentido. La fatuidad de esta retórica parece, además, haberse convertido en algo presupuesto por la cultura de nuestros tiempos, ya que todo interés en esta masa retórica, y en la manera en que se usa para potenciar el propio ego, se ha volatilizado—una pérdida de interés que se expresa en el hecho de que produce sólo un sentimiento de aburrimiento. (Fenomenología del Espíritu § 390).
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