En su libro sobre la narración conversacional, Neal Norrick menciona como uno de los tipos de relatos más frecuentes lo que llama "put-down stories", es decir, los relatos en los que el narrador cuenta cómo salió airoso de una situación de confrontación con un tercero. A esta misma costumbre se refiere Javier Krahe, en esa canción donde el hablante, airado porque tiene la cena sin preparar, descubre que su mujer ha cogido una maleta y se ha ido de casa:
"Yo que le iba a contar lo de García
y de cómo le paramos los pies,
lo del bulto que tengo en la rodilla...
¿dónde se habrá metido esta mujer?"
y de cómo le paramos los pies,
lo del bulto que tengo en la rodilla...
¿dónde se habrá metido esta mujer?"
Sólo podemos imaginar los relatos que le hará esta señora a sus amigas de cómo dijo hasta aquí he llegado. Como vemos, en el acto de narrar cómo se le pararon los pies a un tercero, el hablante y el oyente u oyentes crean una especie de pequeña comunidad solidaria, y el tercero queda caracterizado como el representante de los Otros, o de lo indeseable, la fuerza de resistencia frente a la cual se ejerce la solidaridad grupal. El otro puede ser un maleducado, o un abusón, o un jefe, o un subordinado rebelde, o un gitano, o un blanco, blanco de las iras e ironías agrupadas del grupito narrativo.
Como se evidencia por la canción de Krahe, el consenso o comunidad buscados puede ser endeble de base; en realidad es un efecto de la misma situación narrativa. El acto de ceder la palabra a alguien para narrar una anécdota es siempre una cesión de derechos, y requiere una compensación. Esta puede ser de muy diversos tipos: la historia narrada puede ser novedosa, entretenida, informativa y con valor práctico... pero muchas veces la compensación está en el mismo hecho de formar comunidad, en el momento tranquilizador de saberse en un círculo en el que no va a surgir confrontación, por ritual establecido, sino que la confrontación se escenifica para todos como público. Muchas veces, en este tipo de relatos, se da un elemento de repetición, como requiere todo ritual. Si la historia no es novedosa, al menos aportará el valor ritual de crear comunidad. Y tanto mejor por supuesto si es a la vez repetitiva y novedosa: en las variaciones está el arte, o en la recombinación de elementos conocidos y esperables (por ejemplo, nuestro jefe de siempre, con sus muletillas y sus tics y sus manías bien conocidas) con un elemento imprevisto o novedoso, o con una cuarta persona, que proporciona la ocasión para el nuevo despliegue de carácter, de confrontación y de victoria simbólica.
En muchas ocasiones se echa claramente de ver en estos rituales narrativos, en los relatos de parar los pies, cómo el acto narrativo es una compensación simbólica para suplir las deficiencias de la realidad. La realidad no se ajusta al deseo, decía Bacon antes de Freud, y por eso está ahí la fantasía para suplirla. Por supuesto también se pueden narrar victorias reales: si las hay, y son públicas y confirmables por cuartas personas, o por certificación oficial, tantos más puntos que acumulará el hablante. A veces se narra una auténtica loss of face del tercero en discordia: si de hecho se ha producido, se volverá a narrar aunque todos los presentes hayan sido testigos, para exprimir mejor la situación y comparar versiones. Pero las victorias reales en estas confrontaciones sociales son sólo uno de los polos de un continuo, que lleva desde ellas a la pura fantasía compensatoria a la que hemos aludido—a derrotas convertidas a posteriori en victorias. Pues a veces la victoria ni siquiera se ha dado en la realidad, o al menos no se ha dado en la realidad pública: el hablante le paró los pies al vecino pelma sólo en su pensamiento, y ahora exterioriza ese pensamiento mediante la narración, y contribuye así a hacer la victoria mínimamente más tangible. Obtendrá al menos, si no la vergüenza pública de su vecino, humillado por su hábil e ingenioso revés, obtendrá al menos, decimos, la aprobación y solidaridad de sus oyentes, que aportarán sugerencias alternativas sobre lo que le podría haber dicho.
También Fredric Jameson decía que la narración es una solución imaginaria dada a problemas reales. Bueno. A veces una solución imaginaria vale más que tener sólo el problema.
Si la única solución al enfrentamiento que tuvo lugar es la propia narración que lo remodela, o si la victoria simbólica sólo se da en el propio acto de repasar, repetir y corregir el final, el hablante corre el riesgo de perder puntos puntos sociales en lugar de ganarlos, sólo por buscar la aprobación de su auditorio. De hecho, pocas veces se da la victoria perfecta, y la mayoría de las victorias parciales requieren una corrección narrativa, que seleccione, amplifique, elimine elementos indeseables, y enfatice la narratividad y la rotundidad de la victoria del narrador. Las mejores respuestas siempre se nos ocurren después, decía Goffman, y no es cuestión de desaprovecharlas. Vamos a reunir a los colegas. La narración permitirá explorar puntos de vista alternativos, completar la secuencia real con pseudo-secuencias hipotéticas, posibles circunstancias colaterales, o variaciones en los finales; también se podrá reconstruir para mayor disfrute el punto de vista del Tercero, y experimentar por delegación la derrota, para mayor disfrute de la situación.
No carecen de interés interaccional los experimentos que se hacen introduciendo variaciones sobre este género. Por ejemplo, contando cómo el otro me paró los pies, o cómo el oyente me paró los pies, o cómo le pararon los pies al oyente, etc. O bien baring the device, poniendo de manifiesto cómo se está manipulando retrospectivamente lo que en realidad sucedió, exponiendo (ante nuestros incómodos oyentes) la falacia narrativa de la propia situación. Pero naturalmente estos experimentos conllevan su riesgo social, no son aconsejables para el buen éxito de la interacción. Lo mismo sucede con tratar temas socialmente arriesgados, que creen controversia o dividan a nuestros oyentes, en grupos o por medio a cada uno de ellos. Pues muchas veces se aparcan dudas o desavenencias en el grupo para crear solidaridad y unirse frente al chivo expiatorio, y es una regla de oro no poner peros ni matices a la perspectiva del hablante que se explaya, ni solidarizarse lo más mínimo con la persona cuyos pies se pararon. Así pues, se suele estar sobre terreno seguro.
Pero claro, podría suceder que tentásemos demasiado la línea que separa a nuestro público del tercero en discordia, del Chivo. Si nuestro oyente piensa que también a él se le podrían haber parado los pies... puede crearse una respuesta conflictiva (que a su vez podría ser narrada, no cabe duda). Es cuestión importante, pues, la selección de los oyentes. No se le pueden parar los pies a cualquiera delante de cualquiera. Estas historias tienden a producirse en secuencias repetitivas donde se va dando solución imaginaria provisional a un problema persistente, o a un conflicto no superable en una sola ocasión. Así, las líneas de fuerza sociales se establecen, y el carácter habitual de los oyentes, la repetición, y el conocimiento mutuo contribuyen a la naturaleza ritual del acontecimiento narrativo. Es mejor saber a qué atenernos. Las narraciones tienen que ver con situaciones de riesgo, siquiera sea riesgo para el rostro social (face) de los sujetos, y por tanto es habitual remitir el riesgo al momento narrado, y maximizarlo allí, a la vez que lo minimizamos en el acto narrativo que modela ese momento de riesgo y victoria.
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