El Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad de Zaragoza ha lanzado la campaña "Nombrar en femenino es posible: ¡Inténtalo!"
—cuyo fin es "promover el uso del lenguaje inclusivo y no discriminatorio en toda la UZ".
Bien, la lingüística y teoría literaria feminista han tratado este tema abundantemente, y esta campaña va en esa línea. Claro que hay posturas y actitudes variables sobre esta cuestión del feminismo lingüístico, tanto en lo tocante a quienes promueven políticas de igualdad como entre quienes responden a esas iniciativas. Es conocida la anécdota de la ministra Aído, dirigiéndose a las miembras de ya no me acuerdo qué organismo, y la que se levantó por el uso del término ofensivo. Tal coro de voces abuchearon a la incauta ministra, que eso es señal segura de que en este país hay con lo del masculino y el femenino algún tabú profundo, o algún trauma, o algún filón digno de ser explotado.
Realmente no sabe uno qué es más divertido, si los intentos políticos de controlar u orientar el lenguaje, o las furibundas respuestas que despiertan estos intentos en quienes comulgan con otras ideas. Como si les tocasen la pilila. Bueno, en realidad las políticas lingüísticas (me refiero a las políticas de planificación, no a las políticas) dejan de ser meramente graciosas en cuanto pasan a prohibir, o cuando emplean dinero público en subvencionar a quienes les sigan la corriente. Aunque supongo que de eso se trata, de fomentar determinados usos lingüísticos—y sin dinero nada se fomenta.
La campaña ésta propone "nombrar en femenino", dice, y alguna recomendación da en ese sentido, aunque otras van en la línea de evitar usar el masculino genérico, y otras recomendaciones promueven hacer visible la feminidad. Hay que tener en cuenta que esto se da en un contexto universitario de lenguaje mayormente oficialista y formal, por lo que las recomendaciones son más bien moderadas y sositas: por ejemplo, no hay que decir "cuantos soliciten" sino "quienes soliciten"; no hay que decir "todos los representantes" sino "cada representante" (donde se pueda intercambiar, vamos...); no hay que decir "los/las" sino variarlo al azar a "las/los".
En suma, una lucha contra el masculino genérico o dominante, con respecto a lo cual hay dos posturas:
—Una, la progre-feminista, consistente en subrayar que hay que evitar la discriminación, porque el lenguaje condiciona la ideología soterradamente: cambiar el lenguaje, o llamarnos la atención sobre él, es hacernos conscientes constantemente de esa desigualdad genérica de entrada (del machismo ambiental, diríamos) y hacer algo por cambiarlo.
—Otra, la conservadora-machista, consistente en decir que todo esto son pamemas, que el lenguaje es como es, que ni transmite ninguna ideología en concreto sólo porque se use el masculino genérico, y que los intentos de cambiarlo o de llamar la atención sobre estos asuntos son pérdidas de tiempo y esfuerzo, o pasatiempos de inútiles y parásitos sociales y maricomplejines. Es por ejemplo la actitud de Arturo Pérez-Reverte sobre una campaña de lenguaje no sexista de Comisiones Obreras, tal que la de la Universidad de Zaragoza. Bueno, la de Comisiones Obreras francamente sí pasaba un par de cuerpos los límites del meapilismo:
Pero donde ya te caes de la silla, tronchándote, es en los ejemplos prácticos de máxima claridad y legibilidad. Nada de niños, jóvenes o ancianos; lo recomendable es decir «la infancia, la juventud, las personas mayores». Palabras como padres, maestros o alumnos quedan proscritas; nos referiremos a ellos como «comunidad escolar», procurando no llamar padres a los padres, sino «progenitores». Buenísimo, ¿verdad? A los extremeños –se los cita expresamente, pues sin duda se trata de algún chiste regional como los de Lepe– se les llamará: «población extremeña o de Extremadura». No diremos parados sino «población en paro», ni trabajadores sino «personas trabajadoras». Los funcionarios serán «personal trabajador de las administraciones públicas»; los psicólogos, «profesionales de la Psicología»; los bomberos, «profesionales del servicio de extinción de incendios»; y los soldados –esto es sublime por su laconismo y sabor castrense–, «la tropa». Pero la alternativa más rotunda es la de lector –«persona que lee»–; y la más deliciosa, en lugar de españoles, «la ciudadanía del Estado español». Tela.
—y esto es lo que opina Pérez-Reverte, cómo no, rompedor él:
Lo mosqueante es que, a ratos, sospecho que la secretaría de servicios y administraciones públicas de Comisiones Obreras puede haber publicado todo eso en serio. Luego muevo la cabeza. Imposible, concluyo. Se puede ser imbécil, pero no tanto. Cachondos, es lo que son. Unos cachondos. Y cachondas.
Me parece que lo mismo opinaría su colega Javier Marías, y eso que ese figura entre los progres en algunos sentidos; por lo menos escribe en El País.
Bueno, pues yo, que hoy me siento más rompedor/a que Pérez-Reverte, debo declarar que estoy con el grupo progre-feminista, de todas todas. Sin negarle empero al grupo conservador-machista su parte de razón en lo de los maricomplejines, que creo que a la vista de algunos ejemplos y actitudes didácticas de promoción de este Newspeak, es difícilmente refutable. Yo sería machista por sentido del humor y comodidad, si no fuese por mi aguda conciencia de que, caso de ser mujer, o mujera, sería una feminista furibunda, pero de las de antorcha y desmelene, me temo. Y por supuesto no le concedería ni la menor uña meñique de crédito al masculino genérico. Ni aire le daría—si no porque se me escaparía de vez en cuando, como a todo quisque. Para meapilas, creo que hacen mucho mejor el papel las señoras del bando conservador-machista, cuando oyen a sus compañeros crecerse y despotricar en su indignación contra estos atentados feministas, y asienten en silencio o con convencimiento que flojea.... por la cuenta que les trae. A mí me puede, eso de que las mujeres opinen con humilde ecuanimidad que por supuesto el masculino genérico es mucho más apropiado.
Hombre, hay casos y casas. A lo que voy es que cada cual traza la línea de lo que le parece lógico o aceptable en algún sitio—hasta Pérez Reverte acepta que se hable de "autoras", y lo que le revienta es el tono didáctico y de prepotencia contraria a la intuición, más que ninguna otra cosa. Y otros colocarán la raya en otro sitio. A algunas les parecerá genial lo de "juezas" pero fatal lo de "testigas" o "miembras". A otras les parecerá abusivo lo de que las mujeres digan todo terminado en "-a"—a otras les parecerá intolerable que se emplee el masculino cuando hay un hombre en la sala. A lo que voy es que éste es un tema contencioso por necesidad—algo que viene a avalar (entiendo) la tesis feminista de que en efecto algo se juega en el terreno del lenguaje, mal que les pese a algun@s, y por mucho que rechinen los dientes oída Aído, o Zapatera la feminista.
Creo que el error de estas campañas (pero sólo es una opinión, para que rabie quien quiera)— el error, digo, es creer que a una "normalización" anormal, como es la de la Real Academia, la Gramática, la Tradición y el Sentido Común, puede oponerse una "normalización normal"—porque aquí nunca va a haber nada normal, de eso se encarga la historia que arrastramos. Es el tono de monja psoe la que les pierde a las feministas didácticas, y lo en serio que se toman la cuestión, como si creyesen que sus recomendaciones van a ser universalmente adoptadas. Bueno, que conste que por otra parte me parece muy bien que las propongan, que cada cual proponga lo que quiera, así es más divertido, ya pensaremos contrapropuestas.
Las nuestras son dos, por ejemplo, o tres. Para empezar, que dejemos de utilizar el singular, puesto que todos sabemos que somos entes plurales y divididos—lo del número gramatical me parece una concomitancia inseparable de lo del género. Aunque sólo sea por montar el número y sacar a la luz nuestras presuposiciones ocultas.
Pero ateniéndonos al género de nuestros congéneres, también propongo que no se quede la cosa a medias. Que la campaña de "Nombrar en femenino" se atreva a hacer lo que dice. Que se renombre Nombrar en femenina es posible—¡inténtala!, y que proponga el femenino genérico. Que no lo pienso utilizar yo, que no, pero por dar guerra me parece bastante más coherente. Sobre todo para las mujeres—y que no se pongan falsos varones a utilizarlo en plan hacerse los sensibles. Los chicos con los chicos, y las chicas con las chicas. O mejor al revés, que empleemos los hombres el femenino genérico, y las mujeres que hagan lo que les parezca políticamente oportuno—lo esencial, me parece, es no perder la perspectiva del sentido del humor, que ahí les vienen ganando la plana Pérez-Reverte y compañía. A las del sermón antigenérico digo. Si es que es tan flojeras eso de hablar de "el profesorado" cuando nos referimos a "las profesoras y Ricardo", pongamos. También propongo el descoloque caótico, a saber, utilizar el "queridos/queridas amigos/amigas" cuando haya sólo hombres en la sala. O referirse uno a sí mismo como si fuera una mujer, en femenino—o si suena mariquita, pues reservarlo sólo a las mujeres, que empleen el masculino para hablar de sí mismas, si no los puedes vencer únete a ellos. También abogo por emplear sistemáticamente el masculino genérico ante las asambleas de mujeres, para que las que flojean en su convicción vayan prestando más atención al tema.
Más ambiciosamente, propongo que se alcance la igualdad plena de género (lingüístico, por favor) y que se ignore completamente toda diferencia de género gramatical como irrelevante, y que se interprete toda concordancia indistintamente como masculina y femenina; el femenino en -o será un gran avance, inténtelo usted. Y que nadie aluda a su sexo ni a lo que tiene entre los piernos, so pena de atentar contra la igualdad de la ciudadanía, e instigar actitudes sexistas.
También requiero un uso abundante de las formas paródico-crueles en "-e" como "les miembres", y de los masculinos meapilas como "meapilos": y de otras formas que levantan una irritación generalizada, como "policío", o "agenta de policía"—Pero precisamente hay que usarlos donde duele realmente, o sea en el lenguaje académico serio y en el Newspeak políticamente correcto, en ese que quieren normalizar Comisiones Obreras, y Aído, y la Academia Española, y Pérez-Reverte, y el Observatorio de la Igualdad ése. En las actas de exámenes, que las alumnas, una vez investigado su sexo/a, o mejor aún sin indagar en él para nada, sean "sobresalientas" o "suspensas"–fuera el lenguaje sexista de la universidad, y también el bienpensante y pisahuevos. Mejor que tanta normalización de lo que no es ni normal ni normalizable, igual nos viene mejor un poco de anormalización, digo ya.
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