Algo tendrá la imagen del sabio distraído. Estaba pensando yo, así distraídamente, en que esto podría reciclarse en un argumento para defender una universidad menos "eficaz" y menos hiperatenta al mercado y al rendimiento social y a la autoevaluación constante—o sea, una universidad más tradicional y menos boloñesa que la que tenemos en perspectiva.
Jacques Derrida, en un artículo sobre la Universidad, también la analizó como algo que a la vez es y no es parte de la sociedad "de allí afuera": algo que se ensimisma o se vuelve sobre sí creando un espacio más propicio al pensamiento; separada de la sociedad por un abismo, a la vez que hay puentes tendidos hacia ella, y aunque finalmente no es sino parte de la sociedad, una parte ensimismada:
Hay que desconfiar de lo que abre la universidad al exterior y a lo que no tiene fondo, pero también de lo que, cerrándola sobre sí misma, crearía sólo una ilusión de cierre, haría que la univesidad estuviese disponible para todo tipo de intereses, o si no la volvería perfectamente inútil. Cuidado con los fines: pero ¿qué sería una universidad sin fines?
Ni en su forma medieval ni en la moderna ha dispuesto libremente la Universidad de su autonomía absoluta ni de las condiciones rigurosas de su propia unidad. Durante más de ocho siglos, "universidad" ha sido el nombre dado por la sociedad a una especie de cuerpo suplementario al que a la vez buscaba proyectar fuera de sí misma, y también guardar celosamente para sí—emancipar y controlar. Sobre esta doble base, se suponía que la Universidad representaba a la sociedad. Y en cierta manera lo ha hecho: ha reproducido la escenografía social, sus puntos de vista, sus conflictos, contradicciones, su juego y sus diferencias, y también su deseo de unidad orgánica en un cuerpo total. En el discurso moderno sobre la universidad, el lenguaje organicista siempre va asociado al lenguaje "tecno-industrial". Pero con la autonomía relativa de un aparato tecnológico, de hecho con la de una máquina y de un cuerpo prostético, este artefacto que es la Universidad ha reflejado a la sociedad sólo dándole la oportunidad para la reflexión, es decir, para la disociación. El tiempo de la reflexión, aquí, significa no sólo que el ritmo interno del aparato de la Universidad es relativamente independiente del tiempo social y relaja la urgencia del mando, le asegura una libertad de juego grande y que le es preciosa. Un espacio vacío para el azar: la invaginación de un bolsillo interior. El tiempo para la reflexión es también la oportunidad para volverse hacia las condiciones mismas de la reflexión, en todos los sentidos de ese término, como si con la ayuda de un nuevo artefacto óptico uno pudiera por fin ver la vista, pudiese ver no sólo el paisaje natural, la ciudad, el puente y el abismo, sino que también pudiera ver el ver. Como si a través de un artefacto acústico uno pudiese oír la audición, dicho de otro modo, captar lo inaudible en una especie de telefonía poética. Entonces el tiempo de la reflexión es también un tiempo otro, es heterogéneo con respecto a lo que refleja y quizá da tiempo para lo que requiere y se llama pensamiento. Es la oportunidad para un acontecimiento que uno no sabe si (presentándose dentro de la Universidad) pertenece o no a la historia de la Universidad.
Ni en su forma medieval ni en la moderna ha dispuesto libremente la Universidad de su autonomía absoluta ni de las condiciones rigurosas de su propia unidad. Durante más de ocho siglos, "universidad" ha sido el nombre dado por la sociedad a una especie de cuerpo suplementario al que a la vez buscaba proyectar fuera de sí misma, y también guardar celosamente para sí—emancipar y controlar. Sobre esta doble base, se suponía que la Universidad representaba a la sociedad. Y en cierta manera lo ha hecho: ha reproducido la escenografía social, sus puntos de vista, sus conflictos, contradicciones, su juego y sus diferencias, y también su deseo de unidad orgánica en un cuerpo total. En el discurso moderno sobre la universidad, el lenguaje organicista siempre va asociado al lenguaje "tecno-industrial". Pero con la autonomía relativa de un aparato tecnológico, de hecho con la de una máquina y de un cuerpo prostético, este artefacto que es la Universidad ha reflejado a la sociedad sólo dándole la oportunidad para la reflexión, es decir, para la disociación. El tiempo de la reflexión, aquí, significa no sólo que el ritmo interno del aparato de la Universidad es relativamente independiente del tiempo social y relaja la urgencia del mando, le asegura una libertad de juego grande y que le es preciosa. Un espacio vacío para el azar: la invaginación de un bolsillo interior. El tiempo para la reflexión es también la oportunidad para volverse hacia las condiciones mismas de la reflexión, en todos los sentidos de ese término, como si con la ayuda de un nuevo artefacto óptico uno pudiera por fin ver la vista, pudiese ver no sólo el paisaje natural, la ciudad, el puente y el abismo, sino que también pudiera ver el ver. Como si a través de un artefacto acústico uno pudiese oír la audición, dicho de otro modo, captar lo inaudible en una especie de telefonía poética. Entonces el tiempo de la reflexión es también un tiempo otro, es heterogéneo con respecto a lo que refleja y quizá da tiempo para lo que requiere y se llama pensamiento. Es la oportunidad para un acontecimiento que uno no sabe si (presentándose dentro de la Universidad) pertenece o no a la historia de la Universidad.
(Jacques Derrida, “El principio de la razón: la Universidad en los ojos de sus pupilas”, 1983).
No es que haya mucho pensamiento ni reflexión en la Universidad, realmente, pero bueno, algo sí hay. También hay tiempo. Y ensimismamiento, por lo menos, bastante: del bueno y del malo.
Cogiéndolo por el lado bueno, podría concebirse el espacio ensimismado universitario como la institucionalización, a nivel social, de ese espacio de ensimismamiento psicológico necesario para el equilibrio cerebral y para la reflexión a largo plazo, del que habla Zimmer. Ahora nos piden que seamos más eficaces. Menos mal que tengo mi blog para enmimismarme y dejar caer la mandíbula. Y menos mal que llega el verano, para reflexionar sobre las vacaciones.
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