jueves, 9 de junio de 2011

Huyendo de lo que dura

No diré que yo lo tenga, el rechazo a lo duradero—algún árbol he plantado, creo recordar, he tenido hijos. Me he casado, incluso varias veces. He escrito libros, que perduran hasta hoy, monumentos de momento tan duraderos como el bronce. Hago muchas fotografías, que congelan el tiempo y lo archivan para la precaria eternidad de los humanos. Muchas veces son de escaparates, que los considero (le digo a la gente) arte efímero, o de pintadas, y así les doy a esas cosas evanescentes una solidez relativa de la cual no goza la carne con fecha de caducidad. Hasta hacerme ilusiones de la salvación eterna no llego, todo tiene una medida. Pero vamos, que dentro de lo posible, que es poco, me trabajo lo de la durabilidad y la sustancia. Incluso peso cien kilos, a veces. Mi blog es famoso por el espesor y pesadez de sus artículos, muy lejos de la liviandad del ser postmoderno.  

Y sin  embargo no puedo negar que, quieras que no, participo de lo que Zygmunt Bauman (o su afrancesado traductor) llama el rechazo a lo durable, uno de los signos que diagnostica en esa Modernidad Líquida (2000) que llegó a tiempo para el milenio que nos ocupa—de momento el milenio más breve de la historia. Con este comentario sobre la afición a lo transitorio y evanescente me despido de momento de Bauman. Lo veo (aunque él no habla de eso) como una mirada escéptica y condenatriz a los blogs que nos ocupan—tomos deberíamos estar escribiendo, supongo, aunque algunos dicen que ya lo hago. 

Por cierto, tengo que ir a recoger la undécima y duodécima entrega en pasta de mi blog, que lo encuaderno, por congelar en pasta lo que pudiera tener de pensamiento débole. 

En fin, que así dice Bauman de algunos de los síntomas de la postmodernidad entre los que no me queda más remedio que incluirme. Nos ha contado que el capitalismo pesado ha pasado al capitalismo liviano, rápido y móvil, que el hardware se ha vuelto software, que la inmortalidad se ha devaluado, que el cálculo del tiempo a largo plazo se ha fragmentado en instantes variables e incoherentes. Fue el cálculo del tiempo el que nos civilizó, nos puso la ley de calendarios y relojes, y nos llevó a las elecciones racionales, al cultivo de la coherencia, de la responsabilidad mutua, al cálculo del mañana y a la postposición de la gratificación. En el fin de los tiempos, todo esto pierde fuerza, y retorna con fuerza el carpe minutum.


Es cierto que una vez los hombres de las cavernas "descubrieron el mañana". Pero la historia es tanto un proceso de olvido como de aprendizaje, y la memoria es famosa por su selectividad. Tal vez "mañana volvamos a encontrarnos". Pero tal vez no, o, mejor dicho, cuando nos encontremos mañana, tal vez no seamos los mismos que nos encontramos hace un momento. Si así ocurre, la credibilidad y la confianza, ¿son valores o defectos? (...)

La "elección racional" de la época de la instantaneidad significa buscar gratificación evitando las consecuencias, y particularmente las responsabilidades que esas consecuencias pueden involucrar. Las huellas durables de las gratificaciones de hoy hipotecan las posibilidades de las gratificaciones de mañana. La duración deja de ser un valor y se convierte en un defecto; lo mismo puede decirse de todo lo grande, sólido y pesado... lo que obstaculiza y restringe los movimientos. Ha terminado la época de las gigantescas plantas industriales y los cuerpos voluminosos que antes daban prueba del poder de sus dueños; hoy presagian la derrota en el próximo round de aceleración, de modo que son una marca de impotencia. Cuerpos delgados y con capacidad de movimiento, ropas livianas y zapatillas, teléfonos celulares (inventados para el uso del nómada que necesita estar 'permanentemente en contacto'), pertenencias portátiles y desechables, son los símbolos principales de la época de la instantaneidad. El peso y el tamaño, y especialmente lo gordo (literal o metafórico), culpable de la expansión de los dos anteriores, comparten el destino de la durabilidad. Son los peligros que hay que combatir o, mejor aún, evitar.

Es difícil concebir una cultura indiferente a la eternidad, que rechaza lo durable. Es igualmente difícil concebir una moralidad indiferente a las consecuencias de las acciones humanas, que rechaza responsabilidad por los efectos que esas acciones pueden ejercer sobre otros. El advenimiento de la instantaneidad lleva a la cultura y a la ética humana a un territorio inexplorado, donde la mayoría de los hábitos aprendidos para enfrentarse a la vida han perdido toda utilidad y sentido. Según la famosa expresión de Guy Debord, "los hombres se parecen más a su época que a sus padres". Y los hombres y las mujeres de hoy difieren de sus padres y de sus madres porque viven en un presente "que quiere olvidar el pasado y ya no parece creer en el futuro".

Pero la memoria del pasado y la confianza en el futuro han sido, hasta ahora, los dos pilares sobre los que se asentaban los puentes morales entre lo transitorio y lo duradero, entre la mortalidad humana y la inmortalidad de los logros humanos, y entre la asunción de responsabilidad y la preferencia por vivir el momento. (Modernidad Líquida 136-38)


El blog me parece un producto característico de esta postcontemporaneidad que la llaman otros, y sin embargo también hay que decir que es menos evanescente que una conversación telefónica o que una red social. Facebook dicen que queda archivado, pero es inaccesible, casi tanto como el pasado que se suponía que en algún sitio quedaba archivado. El blog, con toda su liviandad y transitoriedad, mantiene en contraste un bonito equilibrio entre lo que pasa hoy, el instante, y lo que ha pasado en días anteriores, o meses, o años—que todo queda archivado, como en la vida, que decía Machado, en el blog todo pasa y todo queda, y si es un camino sobre la mar, o sobre el tiempo que es aún más líquido que la mar, no es en él la primera vez que se concibe la vida como un transcurrir y un acumularse. Like as the waves make towards the pebbled shore .... each changing place with  that which goes before. En simulación de eternidad y permanencia—que ya vamos teniendo una historia. 

Un blog que va durando también va arrastrando su pasado, es casi una persona, por postmoderna que sea. Aún mantengo yo una costumbre retrospectiva más—la de enlazar al final de cada artículo, un artículo de tiempos pasados, para que se vea que el pasado sigue activo de alguna manera, y que (es más) en tiempos fue presente.


 
 
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