lunes, 27 de julio de 2009

Adam's Tongue 6: Nuestros ancestros en sus nichos

Reseña del libro de Derek Bickerton sobre el origen del lenguaje, Adam's Tongue (2009)



De nuestros parientes los simios nos separa la serie de nichos ecológicos que fueron desarrollando nuestros ancestros, distintos de los de ellos: un nicho de alimentación omnívora terrestre, un nicho como carroñeros de última fila, un nicho como carroñeros de primera, un nicho como cazadores-recolectores, un nicho pastoril, un nicho agrícola. Y podríamos añadir un nicho urbano-industrial. Hasta ahora se ha solido ignorar esta construcción activa de nichos como factor evolutivo, enfatizando en su lugar la mera adaptación AL ambiente, como consecuencia de cambios genéticos que alteraban las capacidades intelectuales y comportamiento de los humano(ide)s: como si los ancestros no hubiesen jugado un papel activo en estas transformaciones, cambiando de costumbres antes de ningún cambio genético.

Bickerton critica las explicaciones genéticas sobre el origen del lenguaje (tan en boga hoy entre los lingüistas de la escuela de Chomsky). No se encontrará ningún "gen del lenguaje", ni el FOXP2 ni ningún otro. Los genes hoy se ven como algo más flexible, capaz de cambiar su expresión para producir múltiples resultados. El origen del lenguaje no tiene por qué deberse a ningún cambio genético.

Es simplista creer que nuestro último antepasado común era "algo así como un chimpancé", dice Bickerton—como si los chimpancés no hubiesen cambiado, y sólo lo hubiésemos hecho nosotros. Pero los bonobos y los chimpancés tienen culturas, alimentación, y relaciones sociales muy distintas entre sí. Los conservadores nos ven como chimpancés, los progres como bonobos. Pero esto es ridículo. El ancestro común era seguramente diferente de todos los simios actuales. Y ninguno tiene ni rastro de lenguaje. En respuesta a cambios climáticos surgió el linaje de los australopitecos; los tipos "robustos" no están en nuestra línea evolutiva. Los tipos gráciles no eran tan diferentes de los demás simios—si bien eran diferentes. No hacían herramientas de piedra, con posible excepción del último, el Australopithecus garhi, y su sistema de comunicación no sería muy distinto del de los simios "a no ser porque es muy probable que añadiesen llamadas de aviso sobre depredadores" (113), en respuesta al nuevo entorno de la sabana.

Como se explica en Man the Hunted, los australopitecos eran más presa que cazadores. Se volvieron más omnívoros que los simios, pero no es probable que desarrollasen una vida social tan complicada como los actuales simios. Estos no tienen depredadores que evitar en su ambiente, y han desarrollado complejas estrategias maquiavélicas para competir unos con otros. A veces se aduce este maquiavelismo como una de las fuentes del lenguaje, con el desarrollo de niveles más complejos de lectura de la mente del otro, pero es más probable que las estrategias maquiavélicas hubieran interferido con las capacidades de supervivencia de nuestros ancestros. De hecho lo que se potenció entre los ancestros humanos fue la cooperación, no la competencia con otros miembros del grupo.



"El único sentido en el que la vida social de los australopitecinos habría sido más rica que la vida social de los simios es precisamente en la atenuación de la competencia interna al grupo (y, en última instancia, en el nacimiento de la cooperación) que sigue inevitablemente cuando tienes que competir con miembros de otras especies, más que con miembros de tu propia especie". (115)


La potencialidad genética para desarrollar una vida social compleja existía, pero a veces la gente olvida que los genes no dictan el comportamiento, excepto en criaturas muy simples. Simplemente lo posibilitan. Son las circunstancias las que deteminan si esas posibilidades se realizan, y cuándo. El entorno se asegura de que quienes obedecen a sus genes, y no al entorno, sean eliminados.

Los gritos de alarma serían en los australopitecos un sistema de comunicación más parecido al de los monos que los tienen, diferenciados, que al de los simios. Y aunque estas llamadas de alarma no son "palabras", sí podrían haber supuesto un primer paso hacia el lenguaje, preparando a nuestros ancestros para las palabras, "acostumbrando a sus usuarios a la noción de que una señal pueda expresar algo más que meros sentimientos, necesidades y deseos" (117). Al menos dirigen la atención hacia un elemento objetivo del mundo externo (aunque no pueda decirse que lo signifiquen), y son gritos arbitrarios. Tienen así dos de las propiedades de las palabras.

El cambio climático, con las sabanas cada vez más secas, planteó presiones evolutivas y cambios de comportamiento a nuestros ancestros omnívoros. Hubo mayor tendencia a la dieta carnívora, menos con caza de acecho que con persecuciones de aguante. Allí da una ventaja la locomoción bípeda. Pero no se hace en grupos grandes, y se requiere también un desarrollo de armas defensivas, pues se es cazador y presa a la vez. Otra fuente de alimentos era la carroña. Pero los grandes felinos, hienas, etc., son carroñeros también, y siguen un orden de prioridad en su acceso a la carroña. Los humanos empezaron por la base de la pirámide: aprovechando la médula de los huesos. Esto también añadió presión para el uso de herramientas de piedra para partir los huesos. Este cambio de dieta, a su vez, propulsó el desarrollo cerebral, que requiere mucho consumo energético. Pero de por sí no hace surgir el lenguaje.

"Un cerebro más grande por supuesto habría venido bien una vez arrancase el lenguaje, y el propio lenguaje llevaría a seleccionar cerebros más grandes" (121)—pero hace falta explicar cómo se dio este desarrollo. Y "para el lenguaje, lo que se necesitaba no eran sesos, ni siquiera inteligencia. Sólo el nicho adecuado" (121).

Bickerton asocia este desarrollo a un cambio de dieta, y de status en la pirámide carroñera. De ser carroñeros de última fila, y comer médula, pasaron los homínidos a consumir la carne de grandes animales muertos, y a acceder a ella en primer lugar. Esto queda probado por el estudio de la posición relativa de las incisiones de dientes y de instrumentos de piedra en los huesos fósiles de grandes animales. En los más antiguos, las huellas de dientes vienen primero, y las de hachas después. En los más recientes, más recientes de dos millones de años, pasa poco a poco a ser al revés: primero llegan al hueso las hachas, y luego las huellas de dientes. Los grandes carnívoros no pueden acceder inmediatamente a los cuerpos de paquidermos, pues sus dientes no pueden desgarrar esa piel y han de esperar a que reviente. Pero las hachas de piedra sí pueden cortarla. Cita Bickerton estadísticas que calculan la accesibilidad relativa de grandes cadáveres en la sabana. Una organización de los grupos en torno al seguimiento de manadas, con vistas a una fuente de proteínas sistemática, y no ocasional, hubiera supuesto un cambio importante en la dieta y en el comportamiento. Son aspectos de la construcción de un nuevo nicho ecológico, como carroñeros de primera categoría. Una indicación adicional la proporciona la teoría de la búsqueda óptima de alimentos de Robert MacArthur y Eric Pianka, según la cual cualquier especie seleccionará, de entre los alimentos disponibles, los que proporcionen mayor cantidad de calorías en relación a la energía gastada en obtenerlos.

El inconveniente para pasar a carroñeros de primera era la presencia de los otros carroñeros alrededor de los cuerpos de paquidermos. La única ventaja posible de los homínidos, arguye Bickerton, estaba en los grandes números y en la cooperación, pero los grandes números se contradicen con la dispersión de la sabana y con los pequeños grupos en que trabajarían los cazadores-batidores. Ahí es donde entra en acción el factor lenguaje.

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