Iba a sacar del zurrón mi ejemplar de La Galatea de Cervantes para retomar la lectura en la plaza, cuando veo que lo he perdido, un ejemplar de hace unos cien años... Así que vuelvo a toda prisa al banco donde me había sentado un rato antes, y allí estaba el libro en efecto, en manos de una parejita, que me lo devuelven muy amables: "¡Qué libro tan bonito!"me dicen, lo habían estado hojeando... "Sí," digo, "a éste se le oye nombrar bastante, aunque no se le ve mucho. Pero sí que es bonito. Va de amor. De amor anticuado, pero amor".
Un trocito que me ha gustado, un poemilla recitado por el pastor Orompo, de una égloga que contiene la novela, en la que diversos pastores comparan sus penas de amores, a ver cuál era la peor. Lo titulo "Antes el sol acabará el camino":
Antes el sol acabará el camino
Que es propio suyo, dando vuelta al cielo
Después de haber tocado en cada signo,
Que la parte menor de nuestro duelo
Podamos declarar como se siente,
Por más que el bien hablar levante el vuelo.
Tú dices, Crisio, que el que vive ausente
Muere; yo, que estoy muerto, pues mi vida
A muerte la entregó el hado inclemente.
Y tú, Marsilio, afirmas que perdida
Tienes de gusto y bien toda esperanza,
Pues un fiero desdén es tu homicida.
Tú repites, Orfenio, que la lanza
Aguda de los celos te traspasa,
No sólo el pecho, que hasta el alma alcanza.
Y como el uno lo que el otro pasa
No siente, su dolor sólo exagera,
Y piensa que al rigor del otro pasa.
Y por nuestra contienda lastimera
De tristes argumentos está llena
Del caudaloso Tajo la ribera.
Ni por esto desmengua nuestra pena;
Antes, por el tratar la llaga tanto,
A mayor sentimiento nos condena.
Cuanto puede decir la lengua, y cuanto
Pueden pensar los tristes pensamientos,
Es ocasión de renovar el llanto.
Cesen, pues, los agudos argumentos,
Que en fin no hay mal que no latigue y pene,
Ni bien que dé seguros los contentos.
¡Harto mal tiene quien su vida tiene
Cerrada en una estrecha sepultura,
Y en soledad amarga se mantiene!
¡Desdichado del triste sin ventura
Que padece de celos la dolencia,
Con quien no valen fuerzas ni cordura!
Y aquel que en el rigor de larga ausencia
Pasa los tristes miserables días,
Llegado al flaco arrimo de paciencia,
¡Y no menos aquel que en sus porfías
Siente, cuando más arde, en su pastora
Entrañas duras e intenciones frías!
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