Del libro de Manuel Vilas (que fue conmigo a la mili...), Alegría. Así empieza esta especie de diario, y así se mantiene:
Todo aquello que amamos y perdimos, que amamos muchísimo, que amamos sin saber que un día nos sería hurtado, todo aquello que, tras su pérdida, no pudo destruirnos, y bien que insistió con fuerzas sobrenaturales y buscó nuestra ruina con crueldad y empeño, acaba, tarde o temprano, convertido en alegría.
El alma humana no tendría que haber descendido a la tierra.
Tendría que haberse quedado en las alturas, en los abismos celestiales, en las estrellas, en el espacio profundo. Tendría que haber permanecido alejada del tiempo; el alma humana hubiera estado mejor sin ser humana, porque el alma envejece bajo el sol, se derrite, se hunde y combustiona en millones de preguntas que se esparcen sobre el pasado, el presente y el futuro, que forman un solo tiempo, y ese es el tiempo personal de cada uno de nosotros, un tiempo en donde el amor es un deseo permanente, que no se cumple, que nos avisa de la hermosura de la vida y luego se marcha.
Se marcha.
Nos deja en un silencio poderoso, amargo y sutil.
Millones de preguntas que fueron seres humanos antes de convertirse en preguntas. Millones de cuerpos, millones de padres, madres, hijos e hijas.
Y nos quedamos solos y ateridos.
El alma humana somos nosotros, todos nosotros, buscando amor, todos buscando ser amados cada día, cada día esperando la llegada de la alegría, qué habríamos de esperar si no.
Cuánto desearíamos todos nosotros que hubiera un orden y un sentido en la vida, pero solo hay tiempo y fugitivos adioses, y en esos adioses vive el inmenso amor que ahora estoy sintiendo.
Este es mi caos, este es mi desorden.
Aquí estoy yo, desamparado y a la vez sintiendo la fuerza de la alegría, pero también con la rabia indefinida de la vida dentro de mí.
Como todos los seres humanos.
Porque todos somos lo mismo.
(...)
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