martes, 29 de mayo de 2018

Retropost (29 de mayo de 2008): Libertad de crítica y derecho a la imagen


Interesante está el juicio contra Federico Jiménez Losantos, a quien el Alcalde de la Villa y Corte, Alberto Ruiz-Gallardón, ha llevado a los tribunales. Jiménez Losantos, mosca cojonera de Libertad Digital, y abrigado de momento por la Cope y El Mundo, es un artista de la radio, y parte de su arte (siempre orientado a la crítica del PSOE y de las actitudes PSOEísticas dentro del PP) consiste en una verborrea coloquial, un stream of consciousness improvisado que vuelve y vuelve a los mismos temas con variaciones humorísticas in crescendo, que exploran cada vez más el lado grotesco de los personajes o situaciones que denuncia. Y así le da un fregao cotidiano no sólo a Gallardón, sino también a Rajoy, a Zapatero, a Ibarreche, a Montilla o a Piqué—que todos podrían sin duda llevarlo a juicio con la misma razón que Gallardón.

Jiménez Losantos es para muchos un cañón suelto, que rueda por la borda y va disparando a la redonda siguiendo una lógica propia pero igualmente peligrosa para propios y ajenos. Los propios son la Cope (pero Jiménez Losantos no es cristiano) y un ala del PP representada por Acebes, Zaplana y Aguirre (pero ayer estos se desmarcaron de él en el juicio). También El Mundo y su director Pedro J. Ramírez (con quien sin embargo disiente a veces a voces) y que sí le apoyó ayer en el juicio, como lo hizo el ex-presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Francisco José Alcaraz. A esta asociación pertenece Jiménez Losantos, que tuvo que huir de Cataluña porque amenazaban con matarlo los terroristas de Terra Lliure (actualmente integrados en el partido de gobierno Esquerra Republicana)—y le dieron un tiro para demostrar que "no" iban en serio. Se fue Jiménez Losantos a tierras supuestamente más seguras, pero la lengua se le desató todavía más contra el nacionalismo y el terrorismo.

Y vaya, que no corren tiempos de criticar al nacionalismo y secesionismo—que uno es facha si lo hace. Y a los terroristas, se les reprende con fórmulas ceremoniales pero se busca pactar con ellos en cuanto sea posible—como hacía espectacularmente Zapatero hace sólo un año, o propone hacer hoy el presidente de las vascas y los vascos. Así que la fórmula Federico de denunciar a los terroristas sin remisión como alimañas, de señalar el frente común antiespañolista que forman nacionalismo y terrorismo, digamos como que no se lleva. No se lleva en un país donde decir que alguien tiene planes para liquidar España (la pe con la a, vamos, y la evidencia misma para quien escuche cinco minutos a un nacionalista) hace levantar un coro de "facha, facha". Decir que España es un valor o una institución a conservar y proteger es, vamos, el fascio mismo, según la ideología que prima entre muchísimos votantes de este gobierno. Una extraña dinámica autodestructiva, ciertamente, con pocos paralelos que se le ocurran a uno. Y de ahí siguen engordando las dinámicas y administraciones nacionalistas.

Lo que se lleva en España es seguir la dinámica bienpensante de sacar tajada a la chita callando, navegar con la corriente, lleve a donde lleve, respetar el consenso entre caballeros y barones cada cual con su proyecto, y llamar la atención lo menos posible para que el dinero presupuestario circule a donde tiene que circular, con buen entendimiento común de la clase política. Estas escandaleras del Federico no gustan ni a propios (cada vez menos) ni a ajenos. Jiménez Losantos no sigue disciplinas de partido ni protocolos cortesanos: está contra el secesionismo nacionalista, contra la ETA y la dinámica de sumisión que impone, contra la igualdad de derechos de inmigrantes, contra la equiparación legal de homosexualidad y heterosexualidad, y contra el oportunismo político; está a favor del nacionalismo español, de la independencia del poder judicial, de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, y del liberalismo. Ah, y contra el Islam: ante la Sumisión, insumisión. Parece comprensible que con este equipaje, coincidirá con algunos sí, con otros no, en esto sí, y en esto otro no. Si el PP está allí, está con el PP; si no, no. Y le aplicará la misma crítica deslenguada a Rajoy que a Gallardón—o a Aguirre, si cierra filas con ellos.

El razonamiento va así: sobreentiende la casta política que términos como "traición" o "vileza" no se pueden aplicar a actuaciones políticas. No cabe hablar de traición ni vileza en política (ya no es que no haya posibilidad de que estemos de acuerdo en que tal o cual actuación sea traidora o vil—no, no. Se trata de que son términos inaplicables, inutilizables en el debate público, off limits). Por tanto quien denuncie actuaciones traidoras o viles es un antisistema—tanto más si suma dos y dos, y dice con todas las letras que quien comete vilezas y traiciones es un vil traidor. Estas cosas no es ya que no guste oírlas a la clase política, o que haya acuerdo tácito de no decirlas así en crudo—ahora se pasa a dirimir si se prohíbe decirlas o no. Toda una cuestión clave donde se ventila el conflicto entre la libertad de expresión—y el derecho a la imagen de quienes son denunciados como viles traidores oportunistas, como Gallardón, o favorecedores de los terroristas y secesionistas, como Zapatero.

No podemos tener las dos cosas—derecho a la imagen de cada cual a su gusto, y a la vez libertad de expresión. Hay que elegir, y lo que resuelvan los jueces en este caso va a ser bastante relevante para determinar los límites de la libertad de expresión. Como dice Losantos, parece que España ya está madura para esta especie de dictadura disimulada—la dictablanda de los poderes fácticos y del consenso entre poderosos. La libertad de expresión siempre está limitada por las leyes—el tema es hasta qué punto está limitada; hasta qué punto es censurable. En el asunto Jiménez Losantos, creo que ofende más la forma que el fondo: si Federico dijese la sustancia de lo que dice, pero en un discreto artículo y no más, en vez de volver día tras día sobre la cuestión, o si formulase sus protestas en términos discretos, educados y alambicados, a Gallardón por un oído le entraría y por el otro le saldría. Pero evidentemente no habría comunicado Federico lo que quiere comunicar: para eso es inseparable decirlo como lo dice, el raca raca de todos los días, con inteligencia, mala baba y humor hispano.

Cuando lo hace con el lenguaje de la calle, repetidamente y a través de un programa de gran audiencia, es cuando llega el mensaje—y es cuando ofende y molesta de verdad. En parte es también eso lo que se ventila en este juicio: si es aceptable utilizar en un medio de gran audiencia los términos y expresiones que se consideran aceptables en una conversación particular. Gran parte del éxito radiofónico de Jiménez Losantos radica en esto (el de otros también, pero son más inofensivos y sumisos con el poder). También es cierto que aquí se ventilan de modo muy evidente cuestiones de caracteriología más que de ideología: personas que no aguantan la libertad de expresión del vecino las hay de todos los partidos. Pero sí sigue habiendo una cuestión ideológica de fondo, relativa a la tolerancia y a los límites a la libertad de expresión que puede poner el Estado. Como muy bien ha señalado en el juicio Pedro J. Ramírez, lo que se dirime aquí no es si Federico tiene o no razón en sus opiniones sobre Gallardón, o si tiene derecho a opinar como opina, sino ante todo si tiene derecho a expresar esas opiniones en un medio de comunicación.

En suma, que si pierde Federico, pierde, que no lo dude nadie, la libertad de expresión y de crítica, y se amordaza un poco más la libre circulación de ideas y juicios—tanto es decir la libertad de pensamiento, porque atenazar las comunicaciones atenaza el pensamiento. Los juicios e ideas libremente expresados pueden ser ofensivos para otras personas, cómo no. Los que no lo son no cuentan como casos relevantes para determinar límites. Y si gana Gallardón, gana la corrección política, y el derecho a la propia imagen de los "hombres públicos", y el control del Estado sobre la crítica. Es decir: gana el derecho a prohibir a los demás que vulneren la imagen de uno con opiniones y expresiones desfavorables.. aunque sean verdaderas. El derecho a la propia imagen y la libertad de expresión son valores si no incompatibles, sí antagónicos: hay que elegir, pues todo lo que se le dé a uno se le quita a la otra. Insisto en que tampoco es nunca cuestión de todo o nada: la libertad de expresión siempre está limitada, y el derecho a la propia imagen nunca es absoluto. Y sin embargo éste es un juicio importante sobre los límites de la libertad de expresión en España.


Y me parece que un elemento importante en la decisión de la juez va a depender de si tiene o no esta juez ambiciones de hacer carrera en las altas esferas de la política judicial. Porque si absuelve a Jiménez Losantos, que se vaya despidiendo de pasar a tribunales superiores.

Yo, por supuesto, en este asunto estoy con Jiménez Losantos: que critique a quien quiera y como quiera, pues su crítica tiene un fundamento político y un criterio, y aunque sea ofensiva no es arbitraria ni se basa en la animadversión personal—antes bien está muy fundamentada en su visión de la política española, se esté o no de acuerdo con ella. Y de los tupidos velos que quiere correr Gallardón para cubrir las vergüenzas propias y de la clase política en su conjunto, cuantos menos tengamos, mejor. Si la juez decide castigar a Jiménez Losantos, los miopes que disientan de él se felicitarán, pero ya pueden poner sus barbas a remojar, pues es también su propia libertad de criticar la que queda amenazada. Claro que muchos ejercen no la crítica sino la consigna, y a éstos poco les preocupará que haya o no libertad de crítica. Les parecerá prescindible—sobre todo la del vecino.

Y es que, una vez enterrado Montesquieu (como se jactaba Alfonso Guerra) hay que ir a por Voltaire.



PS: Sin sorpresas, la juez o jueza decide condenar a Jiménez Losantos, y a la vez guardar la ropa salomónicamente condenándolo sólo a la mitad de lo que pedía Gallardón. Y así todos contentos, parece sugerir la sentencia. Pues no: al menos no las asociaciones de víctimas del terrorismo que han apoyado a Jiménez Losantos y han denunciado este juicio como un juicio político para amordazar a los pocos que los defienden.  Pero la carrera de la juez está a salvo, y Federico siempre puede acudir (sin muchas garantías, la verdad) a un tribunal superior. La justicia en España es (.... completar). Y ahora, a amedrentar a la crítica política y a la libertad de expresión, contradiciendo la letra de la Constitución. Eso se les da bien últimamente, a la judicatura.




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PS: Años después, en efecto, Federico Jiménez Losantos gana en el tribunal europeo de derechos humanos el pleito en cuestión, que llevó allí denunciando a la justicia española por no respetar la libertad de expresión. El tribunal europeo desautoriza a la justicia española y reconoce la libertad de crítica política ejercida por Jiménez Losantos, anteponiéndola al derecho a la imagen de un político que, por cierto, está viéndose envuelto en múltiples casos de corrupción ante los tribunales.
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