domingo, 13 de mayo de 2018

Retropost (13 de mayo de 2008): Incestos—¿en el mismo cesto?


Tras su defensa del suicido como (el) acto que nos hace más humanos, Víctor Gómez Pin protesta contra el apelativo de "monstruo" aplicado al ogro Fritzl, y arguye que el hecho de la consanguinidad de violador y violada es (prácticamente) irrelevante. El incesto es puramente cuestión de relaciones legales entre roles familiares legalmente definidos, no realmente entre parientes consanguíneos en primer grado, arguye. Lo contrario sería para Gómez Pin (una vez más) someternos a la facticidad del hecho biológico y renunciar a la ley social que edificamos como algo diferente de las leyes biológicas:


"desde luego esta variable cuenta... pero cuenta en menor grado. Estamos obligados a que cuente en menor grado; lo contrario equivaldría a tirar por tierra lo que caracteriza a la sociedad humana en relación a las demás sociedades animales, a saber, que la ley prima sobre el orden biológico. Por decirlo llanamente: el caso Fritzl no sería menos tremendo si Elisabeth fuera hija adoptiva, y no biológica, de Joseph."

Y yo, como siempre, disiento y comento:


Creo que no son totalmente exactas estas apreciaciones sobre el incesto. Obsérvese que la ley social presupone la biológica, aun en los casos en que parecería escapar a ella. Edipo no se acostó con su madre "oficial", ni mató a su padre "social", pero sí a los biológicos— y por tanto a los sociales, q.e.d. Es una de las lecciones del mito: que lo social no puede escapar totalmente a lo biológico ni anularlo, o, si se prefiere, que no podemos trascender totalmente nuestra naturaleza animal por mucho que la sociedad pretenda edificar un orden puramente humano. No hay tal.

Y puntualizo además que, diga lo que diga el Filósofo, desde luego que Herr Fritzl es un monstruo—un monstruo moral. No es que a Fritzl se le llame monstruo metafóricamente, como parece creer Gómez Pin, sino al contrario muy literalmente. No tiene, en efecto, una trompa en la frente. Pero desde luego no ha desarrollado ciertas potencialidades humanas que muchos consideramos mínimas, mientras que sí ha obtenido un título de ingeniero (como nos recuerda el filósofo). Y allí está la monstruosidad, en esa descompensación muy real—y peor que una microcefalia.

Dicho esto, me parecen muy interesantes (conceptualmente hablando) todas las zonas de gris entre incesto y sexo legal, así como entre la normalidad y la monstruosidad—que quizá sean todo tonos de gris. Así, por ejemplo, los incestos entre hermanastros de padres y madres distintos, en parejas recasadas, que se crían como hermanos pero luego se casan ellos al divorciarse sus padres. O los morreos entre hermanos. O el caso Byron. O el caso Woody Allen, otro monstruito según quien lo mire. Monstruos hay, pero lo que no hay es una frontera tajante entre los monstruos y los no monstruos. Algún monstruito más o menos grande siempre se pasea por nuestro interior. Y los monstruos también son gente normal en gran medida, o muchas horas al día. Que le pregunten si no a los vecinos de Fritzl.




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