Publicado en Cine. com. José Ángel García Landa
Antes de las 13 rosas, estuvo la Rosa Blanca. Películas sobre la "recuperación de la memoria", que recrean iconos del bando antifranquista y antinazi, respectivamente. Sophie Scholl es una película pesada, que trabaja por el procedimiento de atornillar lentamente, con interrogatorios y confesiones graduales, tanto a la pobre heroína que repartía panfletos antinazis, como al desventurado espectador. Sigue un riguroso orden progresivo, con encuadres fijos y pausados, sin flashbacks ni florituras representacionales. Únicamente en la primera escena se ve a Sophie y su amiga cantando karaoke-jazz con la radio inglesa, y en la última, con la cabeza ya cortada, pero todavía consciente, oímos con ella en la oscuridad el último grito de su hermano antes de ser decapitado a su vez, "¡Viva la libertad!"
Entre una y otra escena, proporciona la película una experiencia a ritmo lento de la maquinaria de control y encarcelamiento físico y mental de los nazis. Al principio, tras ser cogida repartiendo panfletos subversivos, Sophie intenta librarse y escurrirse de la "justicia" nazi fingiéndose apolítica y ajena al movimiento subversivo; pero poco a poco, viéndose pillada, decide dejar de mentir, renunciando a salvar su vida (frágil esperanza) a cambio de su dignidad. Elige decir la verdad frente a la verdad oficial, la libertad frente a la falsedad robotizada de los nazis que la interrogan y juzgan. Y resulta inevitable elegir la muerte a la vez—sus compañeros, ligeramente menos dignos, procuran exculparse, alegan enajenación mental, etc.—Incluso frente a los monstruos mentales del nazismo tiene su valor el sostener la verdad: no tan obviamente en los juicios reales, aunque se presupone que se habla al hombre interno que sabe que hace mal, el futuro testigo avergonzado. Y no dudo que tendrían los juicios reales muchos elementos en común con lo que vemos en la película. Pero sí es imprescindible ese contraste entre tiranía hipócrita y abyecta y la verdad que resplandece, en otro juicio: en el juicio ficcionalizado y narrado, juicio que este sí seguro tiene espectadores invisibles y conciencias sensibles: el autor implícito, el receptor implícito de esta película, que abominan de Hitler y admiran a Sophie, sobre todo cuando ésta va adquiriendo firmeza y convencimiento, y se enfrenta con serenidad y valor al absurdo que la rodea.
Y
yo también la admiro. Pero la admiro más a ella que al director. Como
digo, la película es machacona: los estudiantes reparten octavillas con
grandes aspavientos de estar haciendo algo sospechoso e ilegal; Julia
Jentsch hace buen trabajo, pero los nazis han de interpretar el papel de
nazi, y allí vale ya más el estilo fantoche. La película es carcelaria,
en la línea de la Alemania de Hitler (punto mimético para ella) o en la
línea del género al que pertenece, el género Juana de Arco.
El mártir rodeado por la maquinaria ejecutora no sólo es el representante de sus ideas, de la fortaleza de su voluntad y convencimiento, y de un conflicto histórico determinado. También es el representante del espectador en la película, nuestro delegado ético, que encarna nuestra propia confianza en nosotros mismos en tanto que sujetos de un conflicto. Esa confianza puede ser o no ser próxima realmente a la postura política o ética del espectador: se trata en todo caso de una perspectiva construida para instalarnos en ella, una posición estructural, en la que adquirimos la experiencia de la justificación póstuma de nuestras actitudes—la experiencia de un mundo organizado, por fin, por un sentido que es la victoria de la voluntad y libertad frente a quienes quieren torcerla. Una experiencia catártica que es especialmente satisfactoria, quizá, precisamente para quienes sintiendo ansias de libertad, no se atreven a manifestarlas, por temor al martirio. Una película juana de arco es un martirio virtual, donde somos en tanto que espectadores tanto el martirizado como sus vengadores. Es una victoria póstuma y retroactiva para el mártir, para el autor y para el espectador, trío solidario.
Es normal que los alemanes busquen y aprecien iconos de resistencia a sus regímenes autoritarios (Bye Bye Lenin, o La vida de los otros, o la película sobre von Stauffenberg que pronto se va a estrenar). Testimonios, relecturas de la historia. Quizá El Hundimiento sea la más desoladora, y la más realista y desengañadora de estas películas recientes, por la carencia de una toma de postura clara y heroica contra el nazismo en ningún personaje de ella—exonerando a todos por el procedimiento de mostrarlos atrapados en la rueda. Las películas alemanas suelen ofrecer redenciones póstumas, elementos de exoneración, blanqueos cuando procede. Ponen el foco en precisamente donde no estaba—en los cuatro gatos de la Rosa Blanca, no en los horizontes de alemanes que aclamaban al tirano. En estas películas, por tanto, se mezclan de modo inseparable la proclamación hoy posible de la verdad... y la falsificación histórica. Mediante grandes dosis de proyecciones fantasiosas y wishful thinking.
Se despide Sophie del tribunal diciéndoles que pronto estarían ellos siendo juzgados. (Quizá también se refiera al juicio de Dios: los resistentes al nazismo, como cuenta Joachim Fest en Yo No, eran por regla general creyentes y cristianos practicantes). Pero bueno, ya sabemos que el juicio de Dios puede esperar, y que además suele apoyar Dios a todos los bandos por igual, en opinión propia. Si se refería Sophie (o el director) a la derrota de los nazis.... mucho es de temer que se equivocaba, y que Alemania siguió siendo cripto-nazi, conformista a ultranza ante el poder (que es la auténtica esencia del nazismo, no las botas de cuero ni las gorras de oficial demasiado altas). Conformistas eficaces, como el buen funcionario que detiene a Sophie y su hermano. Media Alemania pasó sin solución de continuidad de un régimen totalitario a otro; la otra media pasó a vivir la ilusión de estar súbitamente en el bando de las libertades y la democracia: "The Germans now too have / God on their side" como dice Bob Dylan. Y antes también: Gott mit uns.
Y por eso después de sesenta años se siguen buscando mártires, y correcciones de la historia, exoneraciones simbólicas, experiencias vicarias por las cuales sustituir la realidad metonímicamente. Porque la realidad es demasiado triste: que las naciones se pliegan ante el poder, y que llegan hasta donde haga falta: hasta donde las lleva el que va en cabeza, empujándolo y empujándose unos a otros. Y que nadie redime a nadie, y que la esencia pura de la auténtica patria no se encarna en nadie, y menos en mártires estadísticamente no significantes.
Aceptan más riesgos estéticos y éticos las ficciones, películas o novelas que se enfrentan de maneras más ambiguas, menos idealizantes y heroizantes, a la experiencia del nazismo. Las que exploran desde dentro la lógica grotesca del sistema, y buscan enfrentarnos a nuestras propias contradicciones, en lugar de proporcionar la experiencia vicaria del heroísmo que se enfrenta a ese sistema desde fuera. Tal sería, por ejemplo, Les Bienveillantes de Jonathan Littell, que resultará incómoda a muchos alemanes y franceses, sin duda. Pero aun ahí tiene el protagonista que retorcerle la nariz a Hitler cuando le iban a poner una medalla... cuando en realidad, las narices suelen quedar sin torcer, menos las de cuatro chivos expiatorios, que nos ofrecen el negativo abyecto del martirio. La realidad está por lo general en el terreno intermedio entre uno y otro polo, un terreno que es muchísimo más extenso, infinitamente, y más representativo, con diferencia, de lo que hay. Y que no es para tirar cohetes, precisamente.
Sophie Scholl: Los últimos días. Dir. Marc Rothemund. Cast: Julia Jentsch, Alexander Held, Fabian Hinrichs. Germany: Lolafilms / German films / Bavaria Film / Media. DVD. Barcelona: SAV / DeAPlaneta, 2005.
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