El laberinto del fauno
Publicado en Cine. com. José Ángel García Landa
Me perdí en sala El laberinto del fauno por
cierta desconfianza al cine español, pero la pillamos en DVD y resulta
una sorpresa agradable: una de las mejores películas españolas jamás
vistas—y claro, tampoco es que sea tan española. Los efectos especiales,
sin dispendios astronómicos, estan logradísimos, imprescindible en una
película de fantasía, una especie de Narnia con dos rombos. La comparan
con El Mago de Oz por el asunto
de las pruebas que tiene que pasar la niña, y también supongo por el
contraste / paralelismo entre el mundo de fantasía y la propia realidad.
Es un tipo de películas éstas que están yendo a más, en
parte por el auge de los videojuegos: películas que duplican
metaficcionalmente lo que es la propia inmersión que te da el cine en un
mundo alternativo, pero reforzadas ahora con los esquemas narrativos y
de búsqueda característicos de los videojuegos—que a su vez nos remiten a
otras experiencias inmersivas como la que proporcionan los libros que
contienen mundos alternativos dentro (así en Myst, etc.).
Es todo un proceso de referencia y refuerzo de unas experiencias
inmersivas a otras, insertándolas unas en otras ya sea de modo explícito
o indirecto, en un proceso de intermedialidad agudo. Aquí las
experiencias de mundos alternativos de la niña protagonista, Ofelia
sirven de base a la oscilación de la película entre dos géneros y dos
tipos de mundo, y estas experiencias también se inician a través de la
lectura, en este caso de cuentos infantiles de hadas, ogros y bichos
encantados. Realidades ordinarias y fantasías familiares, detrás de las
cuales acecha lo inquietante y terrrorífico, como decían Dickens y Freud
en sus comentarios sobre Das Unheimliche.
A mí las historias años cuarenta de Pinocho, Chapete, Tintinelo,
Patapón y Voltereta también me ponían un mal cuerpo que aún me dura.
Lo característico de la película viene de la distancia en apariencia
insalvable entre los mundos superpuestos, los contrastes dentro del
horror (que así se vuelve en cada mitad metafórico del horror de la
otra), y las analogías y transiciones sugeridas... por ejemplo, el
"hombre blanco" que lo llaman en el méikinof, aquel
ogro paralizado ante un festín, sugiere el patriarcado opresivo y
paralizante que quiere imponer Vidal (cuya misoginia es cósmica). Pues
también el facha Vidal preside una mesa llena de victuallas ante los
próceres locales, y expone ahí el ideario franquista—y el hombre blanco
recuerda a Franco decrépito, tras cuarenta años de inmovilidad, una
imagen abyecta que a la vez mezcla elementos de una martirología
católica de pesadilla, de esos tan del gusto de la Iglesia inquisitorial
y barroco-tenebrista cuando se le deja explayarse (las llagas de Cristo
combinadas con los ojos de Santa Lucía, y con el yugo y las flechas,
pongamos). El resultado, claro, es fantástico, onírico de orinarse en la
cama, y nos remite con una precisión infalible a lo que deberían haber
sido, si es que no eran, las pesadillas que teníamos de niños cuando
Franco presidía la mesa bajo palio.
Son inolvidables los
momentos de elección difícil de la película, cuando los personajes
tienen que decidir entre actuar según su conciencia o someterse al
tanático orden del facha Vidal—es éste todo un símbolo de época, un
manojo de traumas soldados uno a otro en firme, uno de los mejores
fachas jamás vistos en la pantalla. Así, la rebelión de la humilde
sirvienta que interpreta Maribel Verdú, el suicidio del tartamudo
torturado, o la rebelión tranquila del médico, con uno de los mejores
diálogos entre el fascista y el médico que le dice que ha ayudado al
tartamudo a morir porque no podía hacer otra cosa.
- Sí, podía haberme obedecido.
- Es que... obedecer por obedecer, así, sin pensar... eso sólo pueden hacerlo los hombres como usted, capitán.
- (Bang).
El argumento fantástico también gira sobre el rechazo a la obediencia
ciega, y la necesidad ineludible de tomar opciones éticas personales que
nos llevan a la tragedia—contradiciendo así los mensajes subliminales o
explícitos de los cuentos para niños y la lección que parecía sugerir
la aventura con el ogro blanco.
La película, claro, se basa en el principio del wishful thinking,
la corrección mediante la fantasía de los defectos de la historia. O,
como decía Jameson, en ofrecer soluciones imaginarias a problemas
reales. Así la niña Ofelia—que, por cierto, ¿era o no era la auténtica
hija de Vidal?—muere en la "realidad" por el disparo del fascista, pero
alcanza en el plano fantástico el trono prometido por Propp. Y,
similarmente, los fascistas ganaron la guerra de hecho, pero aquí son
los resistentes los que triunfan (pequeña subordinación de la historia
al deseo) y se nos cuenta lo que debió haber sido. Se le dice al facha
Vidal que su hijo, lejos de recordar a su padre, ni siquiera sabrá nunca
quién es él. Pero ay, es todo una fantasía consolatoria; la realidad
era aún más tozuda, y fue más bien Franco quien paró el reloj y a quien
hubimos de sufrir como patriarca adoptivo: en conjunto, España se
sometió al Caudillo, en lugar de acuchillarlo, y demasiado bien sabemos
quién era. La bendita ignorancia les llega más bien a las jóvenes
generaciones, que no saben ya ni quién era Felipe González, cuánto menos
Franco. Y tampoco está tan claro que sea buena para ellos una inocencia
tan radical. Película, pues, de reescritura de la historia al gusto
republicanizante que hoy se lleva: no en vano es Federico Luppi el rey
entronizado al final.
Y luego... qué pasa con todo esto. Que
con estos ingredientes se puede hacer una plasta insufrible o una
película excelente. Y aquí todo funciona, hace clic, todo está llevado
con una tensión infalible para ir poniéndote el corazón en un puño: las
interpretaciones de Sergi López como el fascista Vidal o de la sirvienta
Maribel Verdú, y la de la niña protagonista, Ivana Baquero, son
excelentes, las señoras de la cocina son perfectas, las pesadillas son
de pesadilla, la textura de luz en la fotografía en la cara de la niña
es insuperable, el insecto-hada se mueve como tiene que moverse, y la
película, en fin, hay que verla.
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