Aeon Flux
Publicado en Cine. com. José Ángel García Landa
Esta película deriva de un videocómic, o sea que gentes no dispuestas a transigir con ciertos absurdos argumentales y convenciones, mejor abstenerse porque se podrían irritar gravemente. Está hecha con Charlize Theron en letras grandes; es muy visual y espectacular; vemos generosas dosis de la actriz, que hace honor a su papel estando de impresión como tiene que estar. El asunto va de una desagradable utopía futura, único habitáculo humano, ciudad ahistoricista amurallada, perdida en una selva mundial, que al parecer es tóxica, tras la extinción masiva de la mayoría de la especie humana en el lejano pasado. Todo es de diseño, muy bonito y futurista, pero el gobierno, como en las buenas distopías, controla, asesina y tiene horribles secretos. El secreto es que todos son clones, copias fabricadas generación tras generación de los pocos millones de supervivientes a la catástrofe de hace cuatrocientos años... que era nuestro tiempo.

Los clones se presentan de manera un tanto acientífica como entes derivados, copias sin alma ni entidad auténtica, meras reproducciones vacías de ser, sobre todo si viven sin vivir en sí, que ni son ellos ni los que eran. Son como malas reencarnaciones, con el karma mal llevado. Están lastrados por quienes fueron en origen, y llevan una existencia de falsa conciencia. Así, AeonFlux vive su identidad como un trauma, interrumpido por flashes de memoria (característicos de los estados traumáticos) donde se le aparecen imágenes inconexas del pasado, fragmentos que no reconoce ni puede integrar en una narración vital—un poco en plan trauma, a la manera de Memento. Así pues, la recuperación de la autenticidad es también la recuperación de una historia coherente y de una memoria organizada. La realidad del futuro está traspasada de irrealidad: aparte de la ficción social en la que vive la comunidad (un poco a la manera de La Isla), están las comuniones mentales y reuniones virtuales de los Monicans, en una especie de ciberespacio mental. Frente a eso, la autenticidad está en derribar el muro (el muro del trauma que bloquea los recuerdos) y en regresar, en cierto modo, al pasado. Nuestro pasado, pero no del todo; hay un cierto toque años setenta u ochenta en flashback final que nos muestra la despedida de Christine y su pareja tras su primer encuentro amoroso. Nuestro pasado en los años setenta: más auténtico, lejos de tanta mediatización visual y realidad virtual. La película nos sumerge en un paréntesis virtualvisual, y nos promete que tras su fin regresaremos a nuestra realidad, que es la que era, más auténtica y sencilla. El futuro como trauma, pero el futuro que es un poco nuestro presente, donde la identidad ya es problemática, nuestro genoma está codificado, y nuestra interacción está cada vez más virtualizada, nuestros pasos más controlados por la vigilancia antiterrorista. El presente como trauma, interrumpido por recuerdos mal estructurados de lo que fuimos, o creemos que fuimos, en los setenta, esa reencarnación anterior.
AeonFlux. Dir. Karyn Kusama. Written by Phil Hay and Mat Manfredi, based on the characters by Peter Chung. Cast: Charlize Theron, Marton Csokas, Jonny Lee Miller, Sophie Okonedo, Frances McDormand, Peter Postlethwaite, Amelia Warner, Nikolai Kinski, Yangzom Brauen. Paramount Pictures / Lakeshore Entertainment, 2005.
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