Viendo la película de Kike Maíllo, Eva —aquí la
crítica de El Periódico. Muy recomendable, y no sólo por haber sido
rodada cerca de mi pueblo. Es una de esas películas españolas que no
parecen españolas, algo difícil de lograr; hasta mi comarca parece
algún lugar de Austria o de Noruega. Los efectos visuales están
logradísimos, y la película, sin aportar gran cosa realmente novedosa,
es una buena adición al género de la vida artificial, y las
responsabilidades que entraña—problema que se mezcla con el de la
creación, y la pater/mater/nidad, y las responsabilidades terroríficas
que entraña si uno se pone a pensarlo.
Se refleja aquí de modo prominente el poder de vida o muerte de los padres sobre los hijos (siempre en candelero, ahora que como siempre, aunque ya no exista la Autoridad Final del paterfamilias romano, siempre estamos a vueltas con la ley del aborto).
Las alusiones y precedentes de Eva son múltiples: se me ocurren, cómo no, el Génesis, Frankenstein de Mary Shelley y sus prometeicos antecedentes, pues Frankenstein era "el moderno Prometeo". Y Villiers de l'Isle-Adam y su Eva futura, y Asimov con sus reglas para robots, y relatos de Karel Capek y de Stanislaw Lem, de James Blish o de Philip K. Dick, y tantas películas con variaciones sobre Yo Robot—como Yo Robot, o El hombre bicentenario, o Terminator.
En muchas de ellas, la historia de Pinocho también, el robot o muñeco niño que quiere humanizarse, ser como los demás y ser aceptado. Entre ellas AI, Inteligencia Artificial de Steven Spielberg, otra película con tecnología aragonesa, al menos supuestamente (hizo famoso, en la web, al Instituto Tecnológico de Aragón, digno rival del MIT).
El final está especialmente influido por Spielberg, claro que ése estaba influido en cierto modo (supongo) por Neuromante—en William Gibson aparece ese motivo, que luego ha engendrado a Matrix y a otras variantes, según el cual la inmortalidad y transcendencia humanas, si bien imposibles sueños en nuestra propia realidad, pueden construirse y generarse, more emergente, en un mundo dentro del mundo, en un nivel de realidad más complejo diseñado por los humanos.
El final a un segundo nivel de realidad, en el que el happy end es posible
metaficcionalmente, se daba de modo memorable en Total Recall, de James Cameron (y
P. K. Dick, claro). Los libros son otros mundos virtuales de este
género, donde se generan mentes artificiales y se crean universos
alternativos, que modifican o mejoran el nuestro, o hacen posible lo
que en él es imposible. Siempre vivimos, ya, en un mundo virtual, un
mundo construido imaginativamente por los humanos— y quizá estas
películas sobre vidas y mentes artificiales no hacen sino explorar
posibilidades adicionales de esta verdad fundamental.
Voy a ver qué nos cuenta el director sobre su película.
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O qué le contamos sobre ella... Hay en la Facultad de Económicas, en el ciclo La Buena Estrella,
un coloquio muy interesante con el director y con varios de los
diseñadores gráficos de efectos especiales. Yo también participo,
procurando evitar spoilers...
Se habla de muchas cosas, entre otras, de la ambientación. Es una
película de nieve, cosa que va asociada a la bata blanca del
científico, al mundo helado de Frankenstein, en los Alpes o en el Polo,
y al resentimiento de los personajes por traiciones innombradas del
pasado. Aparte, el blanco da muy bien en cine, y es también el color de
los Macs.
Y conforme hablo, se me ocurre esta teoría metaficcional de las películas sobre robots
que expongo, y que parece gustarle al director, o que parece compartir,
habiendo reflexionado al respecto. Quien hace un robot o ser vivo
artificial en el argumento de una película se encuentra,
metaficcionalmente, en la misma posición que el creador de la propia
película. Su artefacto ha de tener semblanza de vida—an imitation of life,
es el cine, y es un reto en las películas de ciencia ficción convencer
al otro, al espectador, de la realidad de lo logrado, y de la fluidez
del resultado. Hay que sorprenderlo, también.
El cine es la fábrica de
robots más avanzada, siempre en vanguardia, y por eso tampoco es
sorprendente que una película sobre inteligencia artificial contenga un
segundo nivel de representación, en el que la realidad virtual generada
es equivalente, en cierto modo, a una película. Es un cierre
autorreferencial muy limpio, casi incluso obligado en según qué tipo de
argumento. En el de Eva lo es, pues Eva ha de seguir viva en un mundo
imaginado, y un más allá que querríamos para ella, aun cuando su
creador la haya matado en su propio mundo real, pronunciando las
fatídicas palabras, el código desactivador: "¿Qué ves cuando cierras los ojos?"
Bien, lo que vemos cuando cerramos los ojos son los sueños. El cine es
fábrica de sueños, y el más allá también es un sueño. Sueños son, pero
quizá necesarios. Nuestra mente no puede conformarse con el mundo que
le rodea, sin más. Sueña, reinventa, corrige, propone, y crea mundos
dentro de mundos. En algunos de ellos, podemos ser el Hacedor de
Estrellas.
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