Todo pasa y todo queda. En un libro que escribió al fin de su carrera, Jean d'Ormesson da voz a la humanidad y a su historia, contándonos lo que pasó en el mundo en la primera persona cambiante a través de la historia de múltiples protagonistas. Termina el libro con una mirada al lejano futuro, al olvido de todo que acecha con la extinción de la humanidad, de sus historias y de sus recuerdos. Pero en un casi epílogo, "Une beauté pour toujours," nos presenta la otra cara de la moneda—la eternidad de lo que es, de lo que será y de lo que ha sido—la inscripción en la realidad eterna, más allá de toda memoria y toda historia, de todo lo que ha sido en este mundo que abarca todos los mundos.
Moriremos, hemos muerto ya en cierto sentido, pero no moriremos del todo, pues hemos vivido, y nuestra historia ha sido.
Y así dice de sí misma:
Todo pasa. Todo acaba. Todo desaparece. Y yo que me imaginaba que iba a vivir para siempre, ¿qué pasa conmigo?
No es imposible que sea yo una especie de caballo enloquecido, sin Dios ni amo, entregado a los caprichos del azar, y que galopa hacia no sé qué. Quizá no voy a ninguna parte, sin programa y sin reglas, al azar y al tuntún. Digámoslo en una palabra: no es imposible que no tenga yo el menor sentido. Paso, duro, fluyo con el tiempo, edifico, destruyo... y de mí, como de vosotros un día, más o menos lejano, nada quedará.
Pronuncio estas palabras, y mientras las digo, no me creo nada. Soy la historia, yesa historia, en su totalidad, mis bosques nativos, el Éufrates, el Nilo, el Indo, Homero y la guerra de Troya, la invención de la escritura y de las matemáticas, el Sueño de Santa Úrsula y el Sueño de Constantino, la fe y la esperanza, el Concerto número 21, y vuestros errores y vuestras penas mezclados con esa sed de justicia y de belleza que tanto os ha trabajado, todo lo que ha aparecido antes de pasar, no puede desaparecer con lo puesto. Lo que ha sido ha sido, e incluso si mi vida no es más que una especie de sueño, ese sueño ha cortado la nada y la eternidad.
Uno de vuestros grandes hombres, hacia mediados del siglo XX, Vladimir Jankélévitch, escribe palabras inolvidables: "Si la vida es efímera, el hecho de haber vivido una vida efímera es un hecho eterno."
Yo tampoco, lo sabemos, todos lo sabéis, tampoco soy eterna, puesto que soy el tiempo y el tiempo pasa. He pasado. Paso. Pasaré. Pero que haya pasado yo bajo la especie de la historia por este mundo efímero en el que habéis vivido es una verdad y una belleza para siempre, y ni siquiera la muerte puede nada contra mí.
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Me gustó, solo acotar que, la eternidaid es el mayor de los absurdos...
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