(Miguel de Cervantes, La Galatea, IV):
Pero viniendo a lo que tú, Lenio, dijiste de los tristes y extraños efectos que el Amor en los enamorados pechos hace, teniéndolos siempre en continuas lágrimas, profundos suspiros, desesperadas imaginaciones, sin concederles jamás una hora de reposo, veamos, por ventura, ¿qué cosa puede desearse en esta vida, que el alcanzarla no cueste fatiga y trabajo? Y tanto cuanto más es de valor la cosa, tanto más se ha de padecer y se padece por ella, porque el deseo presupone falta de lo deseado, y hasta conseguirlo es forzosa la inquietud del ánimo nuestro, pues si todos los deseos humanos se pueden pagar y contentarse sin alcanzar de todo punto lo que desean con que se les dé parte de ello, y con todo eso se padece por conseguirla, ¿qué mucho es que por alcanzar aquello que no puede satisfacer ni contentar al deseo, sino con ello mismo, se padezca, se llore, se tema y se espere? El que desea señoríos, mandos, honras y riquezas, ya que ve que no puede subir al último grado que quisiera, como llegue a ponerse en algún buen punto, queda en parte satisfecho, porque la esperanza que le falta de no poder subir a más, le hace parar donde puede y como mejor puede, todo lo cual es contrario en el amor, porque el amor no tiene otra paga ni otra satisfacciòn sino el mismo amor, y él propio es su propia y verdadera paga.
Y por esta razón es imposible que el amante esté contento hasta que a la clara conozca que verdaderamente es amado, certificándole desto las amorosas señales que ellos saben. Y así estiman en tanto un regalado volver de ojos, una prenda cualquiera que sea de su amada, un no sé qué de risa, de habla, de burlas, que ellas de veras toman, como indicios que les van asegurando la paga que desean, y así, todas las veces que ven señales en contrario destas, esle fuerza al amante lamentarse y afligirse, sin tener medio en sus dolores, pues no le puede tener en sus contentos, cuando la favorable fortuna y el blando amor se los concede.
Y como sea hazaña de tanta dificultad reducir una voluntad ajena a que sea una propia con la mía, y juntar dos diferentes almas en tan disoluble nudo y estrecheza que de las dos sean unos los pensamientos y una todas las obras, no es mucho que, por conseguir tan alta empresa, se padezca más que por otra cosa alguna, pues después de conseguida satisface y alegra sobre todas las que en esta vida se desean. Y no todas las veces son las lágrimas con razón y causa derramadas, ni esparcidos los suspiros de los enamorados, porque si todas sus lágrimas y suspiros se cansaron de ver que no se responde a su voluntad como se debe y con la paga que se requiere, habría de considerar primero adonde levantaron la fantasía, y, si la subieron más arriba de lo que su merecimiento alcanza, no es maravilla que, cual nuevos Ícaros caigan abrasados en el río de las miserias, de las cuales no tendrá la culpa amor, sino su locura.
Con todo eso yo no niego, sino afirmo, que el deseo de alcanzar lo que se ama por fuerza ha de causar pesadumbre, por la razón de la carestía que presupone, como ya otras veces he dicho; pero también digo, que el conseguirla sea de grandísimo gusto y contento; como lo es al cansado el reposo, y la salud al enfermo. Junto con esto, confieso que si los amantes señalasen, como en el uso antiguo, con piedras blancas y negras sus tristes o dichosos días, sin duda alguna que serían más los infelices; mas también conozco que la calidad de sola una blanca piedra haría ventaja a la cantidad de otras infinitas negras.
Y por prueba de esta verdad, vemos que los enamorados jamás de serlo se arrepienten; antes, si alguno les prometiese librarles de la enfermedad amorosa, como a enemigo le desecharían, porque aun el sufrirla les es suave. Y por esto ¡oh amadores!, no os impida ningún temor para dejar de ofreceros y dedicaros a amar lo que más os pareciere dificultoso, ni os quejéis ni arrepintáis si a la grandeza vuestra las cosas bajas habéis levantado, que amor iguala lo pequeño a lo sublime, y lo menos a lo más, y con justo acuerdo templa las diversas condiciones de los amantes, cuando con puro afecto la gracia suya en sus corazones recibe. No cedáis a los peligros, porque la gloria sea tanta que quite el sentimiento de todo dolor.
Y como a los antiguos capitanes y emperadores, en premio de sus trabajos y fatigas les eran, según la grandeza de sus victorias, aparejados triunfos, así a los amantes les están guardados muchedumbre de placeres y contentos, y como a aquéllos el glorioso recibimiento les hacía olvidar todos los incomodos y disgustos pasados, así al amante de la amada amado. Los espantosos sueños, el dormir no seguro, las veladas noches, los inquietos días, en suma tranquilidad y alegría se convierten. De manera, Lenio, que si por sus efectos tristes les condenas, por los gustosos y alegres les debes de absolver.
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