domingo, 4 de junio de 2023

Adiós a la Universidad

 Fragmentos del movimiento final de Adiós a la Universidad, de Jordi Llovet (2011):


"Los hombres construyen su propia historia, pero no la construyen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado." 

(Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte)

El autor opina que, en estos momentos, los hombres suelen considerar la historia como algo que solamente les afecta tomados de uno en uno, o a todos a la vez sometidos a una dinámica en la que ya no desempeña ningún papel la acumulación de todo lo que ha ocurrido en el pasado, ni existe tampoco la menor posibilidad de transformación de las determinaciones, de todo orden, bajo las que vivimos: buena prueba de ello es que los estudios de historia de épocas remotas empiezan a desaparecer de nuestros programas universitarios, en favor de cuestiones "epocales" y contemporáneas que se han puesto de moda (6), mientra que el legado antiguo queda reducido a un papel "monumental" y fetichista (de difícil articulación con el presente) que resulta idóneo para los museos de historia del arte, de ciencias naturales o de paleontología, pero no para la incardinación de todo individuo con la historia y de todo ciudadano con la sociedad. 

(6) Por ejemplo: "Lecturas gay: género, sexualidad y literatura", "Teoría literaria feminista y estudios de género", "Género e historia", "Recursos informáticos y métodos cuantitativos en Historia" o "Estudios queer en la literatura anglosajona". Véase, en este sentido, las páginas finales del libro de Harold Bloom, El canon occidental, Barcelona, Anagrama, 1995, que se cierra con una "Conclusión elegíaca" (pp. 525 y ss.), donde se lee: "Comencé mi carrera como profesor hace casi cuarenta años, en un contexto académico dominado por las ideas de T. S. Eliot; ideas que me enfurecían, y contra las que luché tan vigorosamente como pude. Ahora me encuentro rodeado de profesores de hip-hop; de clones de teoría galo-germánica; de ideólogos del sexo y de las diversas tendencias sexuales; de multiculturalistas sin límite; y me doy cuenta de que la balcanización de los estudios literarios es irreversible. La numerosa caterva de resentidos del valor estético de la literatura no va a desaparecer, y engendrará a resentidos institucionales para que les sucedan."

Alentado, pues, por una idea muy optimista —incluso ingenua, hay que admitirlo— en torno a lo que los hombres todavía pueden hacer para enderezar el famoso fuste torcido de la humanidad, el autor ha repasado unas cuantas etapas de su vida universitaria, ha analizado algunos de los problemas más acuciantes de la actual situación de la universidad española y europea, y deja en manos de los lectores, antes de despedirse, la posibilidad de que sus razonamientos encuentren algún tipo de transitividad. 

Es cierto que existen muchos factores de orden mitológico, cultural, económico, político y tecnológico en nuestras sociedades que obligan a hacerse la idea de que el desarrollo histórico "aparecerá" —que es todo lo contrario de "se construirá"— de una manera casi automática, cada vez más, con ligeros elementos correctores, de vez en cuando, por parte de los economistas, los financieros y los poderes fácticos, pero carentes de toda visión de lo que se desea para una humanidad más justa y más ilustrada. También es cierto que las universidades se hallan dominadas en demasía, en estos momentos, por individuos desprovistos de la menor pátina de lo que llamamos "pasión intelectual", expresión que, en opinión del autor, quiere decir poseer, a un tiempo, una pasión por el conocimiento, un interés por la educación y por la política, y una cierta preocupación de orden moral que lo arropa todo. Al fin y al cabo, como se ha visto a lo largo del libro, los episodios de connivencia de la universidad con la vida intelectual en el sentido más elevado del término han sido más bien excepcionales. Con todo, pese a que el horizonte se le antoja muy negro, quien ha escrito estas páginas no se ha resignado a abandonar la universidad sin hacer un último esfuerzo para colaborar a la transformación del actual estado de cosas. 

(...)

 La desaparición de las competencias lingüísticas —un fenómeno cargado de evidencia en nuestros días— ha sido, a un tiempo, la causa eficiente y la causa final de esta nueva civilización. El regreso, pues, a una pedagogía concentrada en el lenguaje y en todo lo que este es capaz de generar —literatura, elocuencia, moral, filología, filosofía, hermenéutica y discurso histórico— (12) no parece una propuesta descabellada. 

(12) George Steiner describía el fenómeno de la desculturalización de la educación contemporánea en palabras muy precisas: "La educación moderna se asemeja cada vez más a una amnesia institucionalizada"; Le silence des livres, París, Arléa, 2006, p. 16.

Todo depende de una cláusula enormemente sencilla: o nos da igual todo cuanto pueda ocurrir en este mundo (13), o nos hacemos una idea acerca de qué civilización y qué cultura queremos para nosotros y nuestros descendientes, y entonces apuntamos en ese sentido, cada cual desde su trabajo, pero en especial quienes se dedican a la formación espiritual e intelectual de los más jóvenes: los educadores en primer lugar. 

(13) El sociólogo e historiador de la cultura Tony Judt ha escrito en uno de sus últimos libros, Algo va mal, Madrid, Taurus, 2010, p. 156: "La liberación es un acto de la voluntad. No podemos reconstruir nuestra lamentable conversación pública —lo mismo que nuestras ruinosas infraestructuras físicas— si no estamos lo bastante indignados por nuestra condición presente".

En opinión del autor, la articulación del futuro posible con el presente interpretado, asimilado y bien comprendido, solo puede dar frutos positivos. (...) Un énfasis extraordinario en la valoración y el uso del lenguaje —no solo entre los poetas, sino por parte de toda la ciudadanía— sería, según el autor de este libro, la única salida viable, también regeneradora, al atolladero en que se halla la educación, y la propia civilización, en estos momentos. (...) [S]e trata de considerar a nuestra presencia en el mundo, el ahora y el aquí, como la acumulación de una larga serie de momentos históricos, con todos sus fastos y lecciones, que podría ser diseccionada, analizada y espigada: somos el resultado de lo que hemos sido, incluso de lo que fueron e hicieron los difuntos, como la historia es el resultado de sus hitos sucesivos. No hay muertos en los anales de la historia.

Por ello, el autor ha convocado, en este libro, momentos muy diversos y culturas muy variadas de nuestra historia continental: orque no está muy convencido de que lo mejor sea avanzar a ciegas en el terreno de la presente civilización, antes bien a contrapelo de ella. Como dijo Albert Camus: "El intelectual es quien opone resistencia a las corrientes del tiempo". Oponer resistencia al estado actual de la enseñanza, en todas sus fases, es casi una tarea utópica, pero obstinada para los que en ella creen; por ello resulta idóneo citar ahora a un autor de la "novela del absurdo": "Es menester seguir, no puedo seguir, pues seguiré." (31)

(31). Samuel Beckett, El innombrable, Barcelona, Lumen, 1966, p. 267.

 

 

*

Al autor le esperan los años de la vejez, primer movimiento sinfónico —Adagio non troppo, ma divoto— de un tiempo por venir indeterminado, en el que se dedicará a cultivar la amistad, el estudio, cursos divulgativos impartidos en alguna universidad magnánima o en centros culturales de capitales de comarca, largos paseos por los llanos del Ampurdán, la relectura de los clásicos, la audición de música, y un buen arroz a banda de vez en cuando. Si se prepara físicamente, el autor aún tiene la esperanza de subir un día al Mont Ventoux, con un libro de Agustín en un bolsillo y uno de Petrarca en el otro. Vita Cartesii simplicissima est ("La vida de Descartes es simplicísima") recordaba Paul Valéry en Monsieur Teste. La del autor es mil veces más simple, pero no del todo incoherente.

Por fin, para terminar una homilía tan larga, remite al lector a este poema relativamente poco conocido, aunque muy tópico en el Seizième francés, de Christophe Plantin (1510-1589), tipógrafo y poeta, en el que el tema de la muerte —también el de la felicidad— redobla la aparición acompasada que la Desconocida ha tenido a lo largo de estas páginas, quizá como alegoría de una "muerte de la Universidad" en la que el autor desearía no creer. En el fondo de la jarra de Pandora yace todavía la esperanza; los males se han esparcido casi todos. Ave et vale. 


Tener morada limpia, holgada y agradable,

un huerto tapizado de espaldares de olor, 

fruta, vino excelente, pocos niños y estorbos;

tener fiel esposa, discreta y siempre amable;

 

sin deudas ni amoríos, sin querella ni pleito,

y tampoco parientes con los que hacer las partes;

con poco contentarse, no alternar con los Grandes;

reglar todo deseo sobre un modelo justo; 

 

vivir honradamente, sin gran ambición;

librarse sin escrúpulos a la devoción;

dominar las pasiones, hacerlas obedientes;

 

conservar libre el alma, el juicio vehemente;

pasar siempre el Rosario, cuidar de los esquejes;

eso será esperar la muerte dulcemente.

 

Avoir une maison commode, propre et belle,

Un jardin tapissé d'espaliers odorans,

Des fruits, d'excellent vin, peu de train, peu d'enfans,

Posséder seul, sans bruit, une femme fidèle,

N'avoir ni dettes, amour, ni procès ni querelle, 

Ni de partage à faire avecque ses parens,

Se contenter de peu, n'espérer rien des Grands,

Régler tous ses desseins sur un juste modèle,

Vivre avecque franchise et sans ambition,

S'adonner sans scrupule à la dévotion

Dompter ses passions, les rendre obéissantes,

Conserver l'esprit libre, et le jugement fort, 

Dire son Chapelet en cultivant ses entes,

C'est attendre chez soi bien doucement la mort.

 

—oOo— 

 

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