- ¿Y cómo les has contado la historia ésta?
- Les he dicho que de repente has oído el tintineo de la perla que se caía, a cien kilómetros de distancia. Qué oído tan fino, pero cómo la ha oído tan lejos. Bueno, pues la ha oído tan lejos porque se había caído hace rato. Y ha terminado de oírlo cuando se ha llevado la mano a la oreja y se ha dado cuenta de que no tenía la perla. Y entonces es cuando ha oído el tintineo de la perla en el suelo.
- Pensarán que estoy loca. O que no me llegan las cosas al cerebro.
- Bueno, pues ha tardado en llegarte al cerebro, ¿no? Más de una hora.
- ¿Estará la perla? Si ha seguido lloviendo, igual no la ha visto nadie.
- Por tener esperanzas no tengas muchas. Quiero decir que no te lleves desilusión si no está. Pero bueno, claro que pensamos que también es probable que esté. Por eso vamos, supongo.
- Pero hay una cosa más. Estamos repitiendo una historia. Esto ya ha pasado antes. A mi madre le ha pasado. Era con el anillo; se lo había dejado en la playa, y volvió a por él. Le dijeron que igual aún lo encontraba. Menudo disgusto que se llevó. Y cuando volvió al sitio donde se lo había dejado, resulta que había subido la marea. Lo que pudo llorar mi madre. Pero le dijeron, Herminia, que igual aún lo encuentras. Y en efecto, al bajar la marea, se lo encontró, que se había enganchado a una caracola. A una piedra, o a una caracola. Caracola, dijo mi madre.
- Pues caracola sería. "Laaa caracooooo-laaaa."
- Así que por esto tengo la sensación de que lo vamos a encontrar. La gente dice que son leyendas urbanas, pero son historias que se repiten también. Es la suerte o porque Dios quiere.
- O la narratividad más bien. Si se encuentra, se cuenta. Pero eso no prueba nada.
- Lo vamos a encontrar. A eso vamos. No me lo creeré cuando te apees del coche y vayas directo a donde está la perla, y que no la haya visto nadie, y que me la enseñes, me parecerá que es una broma.
- La lluvia trabaja a nuestro favor. Si aún llueve en Zaragoza. Como llueva como aquí, nadie saldrá a la calle. Qué manera de llover, por Dios.
Llegamos a Zaragoza, hay mucha gente por la calle, ya no llueve. Vamos directamente al lugar donde se oyó el tintineo de la perla, y paramos el coche delante. Me apeo, voy directamente a la perla pasando entre la gente, y sin buscarla la recojo del suelo, mojada por la lluvia. Se la enseño a su dueña—le parece que es una broma.
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