Esta
noche me ha dado insomnio, y mientras daban las cuatro y las cinco y
las seis, me he puesto a leer una revista académica que había acarreado
conmigo hasta el pueblo, y vaya, veo que—ostrás—aparezco nombrado en
ella; habla de un artículo que debí escribir por el 2000, resultado de
lecturas y preocupaciones que habían empezado cinco años atrás.
Increíblemente retrasado el volumen (la academia va a paso pausado), el
artículo acabó apareciendo en 2005, y la reseña en 2006, y yo me la leo
ahora. Dice ahí que mi artículo es "iluminador"—viene bien esa
iluminación para los night thoughts.
Y me lo leo ávidamente a ver qué más dice de mí. Qué bien, descubrir
una reseña favorable así por sorpresa, sobre todo teniendo en cuenta
que llevaba esa revista en la cartera a dondequiera que iba desde hace
meses y aún no me la había leído.
Pero
mientras sonaban las horas del reloj de la iglesia, casi notaba yo que
no me animaba la reseña. Cierto, decía poco más de mí, hablando de un
volumen colectivo Supongo que me incluye entre la lista de
"distinguished contributors" que colaboraron con la editora del
volumen. Si me hubiese dado más jabón la reseña, igual me hubiera
animado la noche. Pero más que nada me entra un sentimiento de vacío
que creo que al menos, ese sí, me dará tema para un post. Un poco de
vacío por el hecho de que mis relaciones con la editora, catedrática de
mi departamento, hayan ido de mal en peor en estos años desde que
escribí este artículo.
Y
me veía yo leyendo esta escueta reseña sobre mis actividades, que no
creo que anime a nadie a leerme por favorable que sea. Era triste,
verme leyendo la reseña con insomnio en mi pueblo, sin que nadie
supiera nada del asunto. Quizá el reseñista también estaba insomne,
leyendo una reseña sobre él. Quizá ni siquiera fuese favorable esa
reseña. Una vez me leí un libro del reseñista, hace años: un libro
sobre ficción futurista. Ahora se me hacía raro que él hubiese leído
algo mío, y sobre todo que yo estuviese leyendo sobre esa lectura con
tal sentimiento de la vanidad de todas las cosas (incluida la vanidad).
Se me hacía poca cosa, incluso siniestra, que hubiese cosas que yo
hubiese escrito y que estuviesen almacenadas en estantes oscuros, en
una biblioteca cerrada. O, en América (estaba publicado en Nueva York
el libro) quizá abiertas aún las bibliotecas… no, ya es de noche
también en América, y en cualquier caso, los libros estarán cerrados,
siempre está el texto a oscuras en un libro cerrado. Y qué pocas veces
se abrirá, y qué escaso efecto tendrá cuando se abra.
No
creo (aunque igual me equivoco) que se escriban muchas más reseñas
sobre mis libros; los libros tienen su momento y su efecto, y luego
pasan a la noche de los tiempos. La literatura es una ilusión que nos
mantiene escribiendo, pero el escrito, la mayor parte de las veces, ya
acaba de morir en el momento en que sale de tus dedos; el texto queda
ahí al acecho por si alguien quiere pensarlo, pero normalmente nadie
querrá. Dejamos tras de nosotros una estela de texto (creemos) pero
pronto vuelve el agua a quedarse tranquila, y la biblioteca, sumergida.
Y
el artículo… ¿de qué iba? Me acuerdo de que comentaba el cuento
"Navidad" de Nabokov, cómo un padre estaba atormentado por su hijo que
acababa de morir, y pensaba angustiado en las pisadas que aún
quedaban marcadas de sus juegos, enterradas bajo la nieve. Había
otra imagen: las colecciones de mariposas que dejó Nabokov en Rusia al
irse, y cómo esperarían sin que nadie se ocupase de ellas durante años,
o serían destrozados los clasificadores de cristal. Como para animar a
cualquiera: me daba la impresión de que todo lo que escribimos es como
dejar colecciones de mariposas almacenadas. O de sellos, casi igual de
siniestro—me encuentro en el estante con la colección de sellos que
empecé a hacer de crío, no la había visto en treinta años. Cuántos años
coleccionando sellos para nada. Por lo menos me entretuve mientras los
despegaba de las cartas, pero ahora apenas me reconozco en ese
filatelista.
Y
he pensado en mirar esta noche de insomino, con esta sensación de vacío
que me había dejado mi reseña, los álbumes de fotos que había al lado
del de los sellos, pero no lo he hecho. Tanto tiempo congelado; nos da
la ilusión de que está almacenado en alguna parte. Pero es la realidad
que sólo existe en cuanto la miramos (como decía Berkeley, y dicen
ahora unos cuantos cuánticos, que sucede con toda la realidad). Alguna
noche de insomnio existe esta realidad de los libros que normalmente no
abrimos y de las fotos que normalmente no miramos, y de los recuerdos
que normalmente olvidamos. Si todo va a pasar al olvido, normalmente
aplicamos la estrategia de que pase cuanto antes. Es la vida que es un
suicido simultáneo—pasando directamente al olvido, por no dar una vida
póstuma a los resucitados que a veces se levantan en medio de la noche.
Para qué haremos tantas fotos, tantos vídeos caseros, si la experiencia
de verlos es terrorífica. El pasado que va con nosotros nos transforma
en muertos vivientes—sobre todo cuando nos encontramos inesperadamente
con viejos conocidos, primos con quienes no nos tratamos desde hace
tiempo. En los funerales pasa—todos somos los difuntos.
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