El Palau de la Música de Barcelona es una de esas instituciones que se supone representan la civilización catalana seria, sólida, con solera y con alta cultura, frente a la casposa España. Eso es la fachada o imagen proyectada. En realidad, los caballeros que lo gestionaban eran un hatajo de delincuentes, mafiosos, falsarios y corruptos; ladrones de guante blanco, estafadores y parásitos de los fondos públicos y privados. Así lo explican en primera persona ellos mismos, cantando ópera en los juzgados. Lo peorcito, vamos, con chaqué y guantes. Blancos.
El Palau es, en efecto, el símbolo de Cataluña. Como eso, así de falso y podrido todo lo demás.
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