Añadiremos lo que sigue al análisis de Gustavo Bueno sobre la idea de "creencia".
Con respecto a la creencia, habría que tener en cuenta que algunas creencias no son conscientes hasta que se hacen tales—es decir, hasta que se extrae, en un debate con ideas contrarias por ejemplo, que estaban actuando como presuposiciones o como Weltanschauung no explicitada.
El enfoque psicológico sobre las creencias no es suficiente, pero tampoco lo es el epistemológico. Un aspecto menos evidente de la cuestión es la dimensión interaccional (o de psicología social y de grupo, si se quiere) de la creencia. Esta perspectiva vendría a convenir con la noción de que las creencias son religiosas en sentido amplio—es decir, que sirven para unir a un grupo (el de creyentes o creedores) frente al de los no creyentes o incrédulos. Religión viene de "lo que ata, lo que une"—es la cohesión de grupo originaria.
Pero téngase en cuenta que al margen de creencias ideológicamente cruciales en este sentido, hay otras creencias más instrumentales u operativas—por ej., creencias sobre tecnología, sobre procedimientos, sobre orientación espacial, etc.—que nos interesa menos discutir en este momento. Estas creencias operativas son tales en cuanto que se prestan de modo bastante fácil a una demostración práctica de su verdad o falsedad— por ej., creo que Logroño cae al este de Zaragoza, y si lo compruebo en un mapa o con un viaje veo rápidamente que estoy equivocado. Hacia el minuto 11 habla Gustavo Bueno de este tipo de creencias objetivas u objetivables.
El concepto de creencia tiene ciertamente "una gran dificultad" como señala Bueno. Pero una cosa en la que no entra aquí Gustavo Bueno es en la dimensión interaccional y de afiliación de grupo de la creencia—de la creencia subjetiva o no objetivable (¡quizá a veces también de las objetivables!). En estos casos no se exige en realidad que el objeto de creencia sea independiente de la propia percepción... si bien suele proclamarse esta existencia independiente (e indemostrable—por ejemplo la existencia de Dios). A veces se proclama con tanta más vehemencia cuanto más dudosa es la existencia del objeto al margen de la proclamación de la creencia. Es evidente que en estos casos la creencia proclamada no tiene una finalidad primariamente gnoseológica (en lo que al objeto se refiere) sino más bien una función referida al grupo. La creencia sirve para determinar quiénes pertenecen al grupo, y quiénes no. Quienes creen, por ejemplo, que Alá es el único Dios y Mahoma es su profeta, pongamos. (Para Bueno este tipo de creencias no serían "verdaderas creencias" en tanto que no se prestan a una comprobación objetiva. Y sin embargo la gente habla de creencias en estos casos).
Esto ayudaría a entender la boutade final de Bueno de que "todas las creencias son (en cierto modo) auténticas"— es decir, la creencia en la divinidad de Alá, en Mahoma, etc., es auténtica en el marco del Islam. (Obsérvese que esto va más allá de la "existencia objetiva de la mesa" a la que alude Bueno al final y que serviría de punto de apoyo a las creencias; sería en todo caso una "creencia en la creencia de otros" como dice Bueno al final, o la creencia en un sistema de ideas que no se apoya más que en sí mismo, una ficción colectiva).
Bien, llevando la cosa un poco más allá, veremos que este tipo de creencias ideológicas, las que definen a una religión frente a otra o a un grupo frente a otro, y que no se prestan a una demostración objetiva, sino sólo a una adherencia, tienen la función de pegamento social. Son un shibboleth, una proclamación de pertenencia al grupo, disfrazada de creación de mundo—o, si se quiere, un pequeño peaje pagado en homenaje a un mundo imaginado, con el fin de lograr el fin real que es la integración social en un grupo influyente y con efectos reales en este mundo. La Cienciología. El Islam. El Catolicismo. Etc. El que ofende a los Creyentes no es el que no "cree" (eso le es indiferente a todos), sino el que dice que no cree, el que hace obstrucción pública de la maquinaria social privándola del aceite que la engrasa.
Como no tienen estas creencias una operatividad instrumental en el mundo, excepto en un sentido limitado, en el seno de las teologías y debates ideológicos internos al sistema de creencias, su función en la mayoría de los contextos es la de servir de identificadores o símbolos colectivos de afiliación (los shibboleths que decíamos). Yendo un paso más allá: no es necesario creer literalmente en las creencias, de hecho no es algo que se plantee en términos cognoscitivos ligados directamente a la acción; sólo basta con afirmar que se cree en las creencias. Así se entiende cómo hay tantos cristianos (y supongo que musulmanes) ateos o agnósticos en cualquier sentido epistemológico de la cuestión, pero que proclaman vigorosamente (o menos vigorosamente) su fe, pues la función de su fe es ser proclamada y tener efectos de afiliación, y en absoluto llevarlos a razonamientos abstrusos sobre la relación efectiva de esos dogmas con el mundo de la lógica racional. La creencia es en este sentido un ritual más, porque, y esto es una cuestión muy mal comprendida por los escépticos y ateos de nueva ola, la religión no es una cuestión de creencias comunes, sino de rituales comunes y de afiliación de grupo. Entre esos rituales, se halla el de la afirmación de creencias, la adherencia al corpus doctrinal del grupo, no adherencia epistemológica, basada en un análisis racional del mundo, sino adherencia de adhesión social, de solidaridad frente a otros grupos o frente al cuestionamiento del grupo.
Así debatía (en un diálogo de sordos) el ateo Richard Dawkins con un presentador musulmán británico, ilustrado y abierto de mente, y le hacía confesar a éste que en efecto "creía literalmente" que Mahoma había subido a la luna en un caballo alado. "Sí, lo creo, claro que lo creo", decía éste. No diciendo en realidad nada sobre la existencia de caballos alados, y simplemente proclamando que "soy musulmán, y no me harás confesar lo contrario". El planteamiento mismo de Dawkins era absurdo, intentando convertir en una declaración epistemológica algo que es únicamente un shibboleth grupal, y que fuera de ese contexto sólo sirve como una fantasía gratuita—caballos volando o cerdos volando, tanto da, a otro nivel, pero no a ése. Sabía Dawkins, claro, que plantearse en términos epistemológicos la creencia en caballos alados es lo último que quiere hacer cualquier creyente. La mayoría rechazarán ese planteamiento como irrelevante, e indignante.
Del mismo modo, en mi pueblo se solía decir que la gente no creía en Dios pero sí en Santa Elena—porque la santa con sus romerías y fiestas populares tenía un agarre sobre la vida social del pueblo mucho mayor que el de Dios, siendo la asistencia a la iglesia minoritaria, pero más nutrida en las fiestas. Y así otros ídolos locales, como los almonteses con su Blanca Paloma. La creencia sirve ante todo como ritual de solidaridad tribal, y tiene poco o ningún valor doctrinal siquiera, si por doctrina se entienden abstracciones de teorizadores ajenos a la actividad principal del grupo (en este caso, tomar vinos, apiñarse en masas, bailar sevillanas y realizar otros rituales tribales). El teatro de la accion colectiva ha de jugarse, y la creencia es sólo su excusa, puramente nominal, y cuanto más absurda o irrelevante, tanto más eficazmente se proclama, en un sentido, la función social de la proclamación de la creencia, que es lo que realmente tiene efectos.
Las llamadas creencias, por tanto, cuando más ardorosamente sostenidas (por imperativo grupal) tanto menos tienen ningún tipo de efecto epistemológico o de articulación racional. Toda su operatividad pasa por la pertenencia al grupo, por la definición del mundo que efectúe este grupo, y por la relación de diferenciación de ese grupo frente a otros grupos, incluida la confrontación. La creencia (absurda) está hecha para ser defendida, credo quia impossibile. No nos pisen las creencias. Cuando se sacan a colación en público y se defienden, se hace a veces con vergüenza ajena o propia, y a veces también con insolencia y vehemencia, pues no se está hablando de caballos alados, sino de grupos que se sienten amenazados o cuestionados, o grupos que necesitan proclamar su diferencia en torno a un objeto cuanto más imaginario, mejor—y que se apiñan en torno a una bandera, sea blanca, negra, o blanca y negra.
Creer lo que se dice creer, es irrelevante lo que crean. O lo que creen—pues se trata, más bien que de una creencia, de una creación: una creación colectiva, la de la comunidad, sostenida sólo por una declaración vacía de otros efectos prácticos.
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