Publicado en Nenes. com. José Ángel García Landa
Este es un dicho de mi padre, frecuentemente repetido y familiar para mis oídos durante los años en que yo era uno de los críos; debía saber el hombre de lo que hablaba, porque tuvo once críos, o sea que ya le daba para una cierta perspectiva estadística sobre el asunto. Hoy se iba a dar una vuelta en bicicleta mi padre y se me reía al verme llegar con una pequeña bicicleta a cuestas (pequeña pero que pesaba como un burro muerto -- de hecho es la bici en la que yo aprendí a ir hace cuarenta años, pero ahora me va un poco escasa). Resulta que me había llevado a una fila de críos a dar un paseo: Álvaro, Blanquita, Ivo y Victítor, en bicicleta ellos y yo andando, con Oscar intentando sin éxito alcanzarnos con su patinete. Pues hasta la carretera de Orós hemos llegado, que no les da para mucho más ni a ellos ni a mí, y allí Victítor ha abandonado su bici y se ha subido detrás de la de su hermana para que lo lleven. Y hasta aquí que he tenido que cargar con mi viejo vehículo, por no tener un flashback traumático si hacía que él cargase conmigo...
Claro que casi fue aún peor ayer, que en otro paseo en bici se adelantaron y se pusieron hasta el colodrillo de barro al cruzar el vado de Arás, sin agua pero con barro abundante, y luego tuve que ponerme a descolgar las bicicletas por una pared para no tener que pasar por el mismo sitio, a la vez que despotricaba y me ponía yo de barro bueno, para ir a juego. Encima casi me escogorcio; probad a subir o bajar unas pocas bicicletas bien embarradas por una pared de dos metros. ¿Sólo dos metros? Sí, probad, y luego hablamos.
En fin, pues eso, que con críos ni al cielo, y menos si es en bicicleta.
La bicicleta de la muerte
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