Los profesores sobramos en la Universidad
Publicado en Universidad. com. José Ángel García Landa
Es el nuevo discurso sobre la universidad, propiciado por las autoridades académicas y aliñado con salsa boloñesa. Los profesores estamos de más. Somos un problema, un obstáculo para la reforma necesaria de la universidad, en realidad una cosa del pasado. La universidad con profesores es un modelo en última instancia medieval, llevado al ridículo en la época de la universidad masificada de la segunda mitad del siglo XX. Ahora, con la privada, ya hay más competencia entre las universidades, el aula está más tenue, y los alumnos ya no son la peste que eran cuando yo estudiaba, antes son un bien preciado a adquirir y atraer, una fuente de ingresos, clientes. El profesor en cambio sólo produce gasto; aquí hace falta una reconversión industrial. Antes se creía que el profesor tenía una función: hoy se sabe que es inútil. La universidad debe ser más interesante, más participativa, con alumnos activos que se procuran a sí mismos el conocimiento. El énfasis, nos dicen, ya no está en la enseñanza, en realidad no hay que "enseñar": es prepotente, y antipedagógico eso de enseñar. Deben ser los alumnos los que se autoeduquen en una moderna universidad con medios interactivos a su alcance, en centros de autoaprendizaje. ¿Podría pensarse que el profesor, si bien sobra como docente, es necesario como evaluador? Pues no, tampoco; el profesor es la causa del fracaso escolar, primero por sus métodos repulsivos, y segundo por el planteamiento erróneo de toda la cuestión. No se trata de poner cortapisas al proceso de autoeducación, sino estimularlo y valorarlo en lo que tiene de positivo. Luego el mercado de trabajo se encargará del examen final. No es labor del profesor anticiparse al mercado: más bien debería cuidar de subir las tasas de éxito académico, y hacer que su empresa, la Universidad, presente un balance positivo. No es que haya que imponerle un porcentaje determinado de aprobados, por decreto; en realidad todo suspenso es malo, y el espíritu a inculcar es más bien un cambio espontáneo de actitud, una autocrítica, un sentir con los tiempos que lleve al docente a entrar en sintonía con la nueva manera de hacer las cosas, y facilite al alumno el éxito académico que todos deseamos, el alumno por supuesto, pero quizá aún más las autoridades que hacen estadísticas. En realidad, para ser sinceros, el profesor no es un profesor. Será un experto en su materia, si quieren, pero... ¿profesor? Ja. Para eso le haría falta mucha más pedagogía; en realidad sólo los expertos en pedagogía deberían llamarse propiamente profesores. Los demás, al ICE. Les hace falta rellenar unos cuantos impresos previos al curso (y posteriores también) con planificación, objetivos, diseño curricular—pronto estarán informatizados, y el ordenador no dejará pasar ciertas cosas. La clave está en diseñar, y luego dejar que todo funcione solo, que autoaprendan los estudiantes con las actividades y el trabajo en grupo. En grupo, sí, porque la calificación individual es una herencia del pasado. Es mucho mejor valorar a la clase en su conjunto, ya se sabe que el trabajo en equipo es formativo y potencia la sinergia. Mejor que evaluar a los alumnos, de hecho, el profesor debería someterse a una autocrítica, valorarse a sí mismo, autoevaluarse, hacer informes sobre la adecuación de su propio diseño curricular, en función del éxito académico de sus alumnos. Aún más adecuado es que los alumnos evalúen al profesor; esa sí es una evaluación pertinente y que hay que potenciar. Mejor si contribuye a moderar un poquito los sueldos, con complementos de docencia que pueden utilizarse también estadísticamente como indicadores de la modernización de nuestra universidad. ¿Que se obtienen muchos complementos? Modernos que somos. ¿Que no? Eso que nos ahorramos. Mal invertido en todo caso está el dinero que se dedique a preservar una figura medieval, decimonónica, desagradable, autoritaria. ¿Quién quiere oír una lección magistral? Yo desde luego, no. Lo mejor sería diseñar adecuadamente unos sistemas de autoaprendizaje, o importarlos de los americanos, que ya tienen todo esto hecho, y que todo funcionase luego por sí mismo, únicamente con personal de administración y servicios, técnicos para revisar los cuelgues del sistema, o todo lo más unos animadores culturales, unos psicólogos de grupo, que hiciesen las pocas clases, digo clases, reuniones de trabajo con los alumnos, amenas y provechosas para todos. Y titularlos a todos en el período de tiempo establecido. Después de todo, ¿qué mayor estafa puede haber, en una empresa-universidad, que cobrarle a un cliente por un servicio que no se le presta, un producto-diploma que no se le entrega? Deberían devolverle el dinero, en ese caso. La Ministra ya nos anuncia que las Universidades serán financiadas en función de sus resultados académicos (inmediatos, se entiende). Las que produzcan fracaso serán lentamente estranguladas. A buen entendedor. En realidad, los estudios universitarios no tienen por qué ser difíciles, está al alcance de cualquiera ser un médico, arquitecto o filólogo. Si no se le ponen obstáculos, claro; si se introducen las reformas adecuadas en la metodología docente, y si se logra que capten el mensaje los profesores, esos anticuados personajes de dura mollera que para desgracia de la universidad aún siguen siendo muy influyentes en ella. Arrebatar la universidad a los profesores, y luego, en la medida de lo posible, expulsarlos de ella: he ahí un objetivo loable para administradores, pedagogos, rectores y ministros.
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