El concepto de perspectiva dominante es por una parte intuitivo, pero
hasta lo intuitivo necesita ser nombrado y definido para convertirse en
objeto de conocimiento. Por otra parte, está teorizado parcialmente en
textos de teoría narrativa moderna e incluso clásica—más o menos
implícitamente, al menos ya desde que Aristóteles introdujo el concepto
de anagnórisis. Con
la revelación de un secreto,
se abre a los personajes la realidad de las cosas, y pasan a participar
en una comunidad de visión dominante. Es la creación de esta comunidad
muchas veces la que marca el cierre del relato o drama clásico; el
argumento va así desde el desconocimiento o las perspectivas
fragmentadas hasta el conocimiento o la integración de las
perspectivas—organizadas, claro está, por la perspectiva dominante, que
suele coincidir al menos en parte con la perspectiva del narrador o
autor. No es que esta cuestión de la perspectiva dominante o
integradora le interesase a Aristóteles, pero al menos introduce
conceptos que están relacionados con ella. También Edgar Allan Poe
reflexionó sobre la cuestión en La
carta robada, y tras él sus críticos y sus críticos.
Parcialmente teorizado e intuitivamente comprendido está pues, el concepto.
Pero en lo que se refiere a la literalidad, me encontré el término topsight
(lo que ahora llamo perspectiva dominante, o dominio perspectivístico
del estado de la situación), en un contexto relacionado con la
estrategia militar. En concreto lo citaba Manuel Castells, en La
Galaxia Internet,
a cuenta de la transformación actual de las técnicas de combate y
estrategias de enfrentamiento gracias a la proliferación de las
tecnologías de la información y la comunicación. Usaban el concepto de topsight John Arquilla y David
Ronfeldt en Swarming and the Future
of Conflict (Santa Monica
(CA): RAND National
Defense Research Institute, 2000).
Y no es extraño que venga de la táctica militar, porque la mejor teoría
clásica de la cuestión aparece en El
arte de la guerra de
Sunzi, un texto clásico chino cuya composición creo que se sitúa en el
Período de los Reinos Combatientes (476-221 antes de Cristo Jesús). Me
he leído la excelente edición de Albert Galvany (Trotta, 6ª ed. 2007),
y su excelente introducción sobre la filosofía del conflicto en Sunzi
permite ubicar el desarrollo de este concepto perspectivístico. Aunque
Galvany tampoco está especialmente atento a las dimensiones digamos
semióticas, accionales, perspectivísticas y narratológicas de la
cuestión, sí ilumina su comentario la aportación de Sunzi a este
respecto.
Galvany tiende a ubicar el texto de El
arte de la guerra
al menos en gran medida en el periodo de los Reinos Combatientes debido
a que su filosofía parece ir unida en gran medida a una nueva modalidad
de conflicto que se desarrolló en este periodo. La guerra deja de ser
un juego (de vida o muerte) ceremonial o aristocrático, y en lugar de
ser ante todo un ritual de clase pasa a ser un modo de explotación y
dominio del territorio a gran escala. Los enfrentamientos ya no son
entre aristócratas y sus pequeños ejércitos de mercenarios o
dependientes, sino entre grandes reinos con ejércitos masivos
reclutados del pueblo. El reino entero se convierte en una máquina de
guerra, y ésta estructura la geopolítica a gran escala. La capacidad
individual del guerrero cede su
lugar a la estrategia a gran escala, el adiestramiento, la atención al
terreno y a la intendencia, y (es lo que más nos interesa) la
estrategia.
Los soldados y oficiales pasan a ser meros instrumentos en el cálculo del general o estratega. El enfrentamiento es ante todo mental o estratégico, pues si se ha seguido una estrategia correcta el enfrentamiento efectivo sólo vendrá a demostrar la validez de la misma. Esto deriva en una filosofía china de la acción mínima o de la inacción: la batalla mejor ganada es la que no llega a pelearse; la segunda mejor victoria es la que se da tras únicamente una batalla. Una sucesión de victorias es un fracaso, pues demuestra lo continuado del enfrentamiento.
En última instancia, el arte de la guerra es el arte de
la construcción de un estado fuerte que no necesite llegar a la
guerra—o que está luchando la guerra, por anticipado y sin combate
abierto, en cada una de sus acciones, al reforzarse y hacerse
inexpugnable e inatacable. Como dice el Hanfeizi (siglo III a.C.)
que participa de esta visión,
O Sunzi, sobre la excelencia de los planes ofensivos:
El buen estratega somete las fuerzas enemigas sin combatirlas, toma las fortificaciones enemigas sin atacarlas, desmembra los Estados rivales sin permitir que las acciones militares se prolonguen. De este modo, puede conquistar el mundo entero conservando todas sus fuerzas; su ejército no desfallece y sus riquezas se mantienen íntegras. Éste es el método de los planes ofensivos. (III, "Planes ofensivos")
La dominación va unida a una perspectiva dominante, y aquí es donde nos encontramos el concepto de topsight en su relación con el buen gobierno. La dominación va unida a la previsión: la capacidad de anticipar lo que otros no anticipan. El soberano debe tener la perspectiva dominante (no como sucede en el cuento de Poe): todos sus cálculos deben basarse en el estado real de las cosas, en información exacta sobre la realidad de las propias fuerzas y de las del enemigo. Así se entiende el racionalismo de Sunzi y su rechazo de oráculos, adivinaciones y otros métodos azarosos. También se entiende por ello que Sunzi dedique su último capítulo a los servicios secretos, la información, los espías:
Así, en las operaciones del ejército nadie debe estar más próximo al mando que los espías, nadie debe ser mejor recompensado que los espías y ningún asunto debe ser más secreto que los que conciernen al espionaje. Quien no sea sabio e inteligente no podrá emplear espías; quien no sea humano y justo no podrá servirse de los espías; quien no sea discreto y sutil no podrá aprehender la realidad sobre los espías. ¡Discreción! ¡Discreción! No hay lugar donde no puedas emplear tus espías. (XIII, "El uso de espías")
Pero no es sólo la información secreta la que debe ser conocida: también la públicamente disponible pero que puede pasarse por alto. La perspectiva dominante debe incluir este conocimiento de la situación, de los elementos relevantes en el enfrentamiento: de los propios y de los ajenos. También en la enumeración que hace Sunzi de los principios de la victoria se percibe la importancia de la información superior—información juiciosamente interpretada, claro está: una perspectiva dominante no es sólo un acopio de información, sino una interpretación adecuada de la misma que permita emprender la acción más adecuada en cada momento. Y esa acción tiene que ser concertada, sometida al mejor juicio, no errática o con movimientos y voluntades enfrentadas (recordemos la noción del ejército como instrumento de un intelecto):
Resultará vencedor quien sepa cuándo combatir y cuándo no.
resultará vencedor quien sepa dirigir tanto un grupo reducido de hombres como un gran número de ellos.
Resultará vencedor quien sea capaz de unificar la voluntad de superiores o inferiores.
Resultará vencedor quien afronte preparado un enemigo que no lo esté.
Resultará vencedor quien disponga de un estratega competente y de un soberano que no interfiera en los asuntos militares.
En estos cinco principios reside el método del saber vencer.
Por todo ello se dice:
Quien conoce al enemigo y se conoce a sí mismo disputa cien combates sin peligro. Quien conoce al enemigo pero no se conoce a sí mismo vence una vez y pierde otra. Quien no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo es derrotado en todas las ocasiones. (III, "Planes ofensivos")
Galvany señala cómo una consecuencia de esta concepción es que el
soberano libra una batalla primero contra la resistencia de su propio
pueblo. En efecto, la guerra, pera no librarse con el enemigo, ha de
librarse por el procedimiento de someter al propio pueblo y convertirlo
en un instrumento dócil de la voluntad del estado: "resulta preciso
hacer la guerra en el interior antes de proyectarla hacia un otro
exterior" (202). Parece que no escapamos de la guerra—o es abierta y
contra el enemigo, o la libramos con nosotros mismos en la
regimentación, el sometimiento y la frustración de las voluntades. Y no
en otra cosa consiste la guerra, sino en usar a los demás como
instrumentos u obstáculos, en lugar de cooperar con ellos—donde hay una
cooperación, dice el interaccionismo simbólico, hay una sociedad. Donde
no, hay guerra—aunque hasta en la guerra suele haber un elemento de
cooperación, como puede verse claramente en el caso de la guerra fría.
En el propio conflicto hay si no una cooperación, sí una interacción,
como señala el comentarista Cao Cao: "No hay que actuar siempre del
mismo modo sino adaptarse al adversario" (cit. en Galvany 155).
También enfatiza Galvany el carácter eminentemente intelectual del conflicto armado tal como lo presenta Sunzi:
El arte de la guerra de Sunzi propone un modelo de combate que tiende a concebir el enfrentamiento armado como una mera competición mental en la que se oponen la inteligencia de dos estrategas, mientras que los soldados quedan reducidos a simples ejecutores de dichas piruetas intelectuales. En la medida en que el propio desarrollo del combate exige a menudo el sacrificio de una parte de las tropas (ofrecida al adversario a modo de cebo o carnaza, por ejemplo) o requiere, sencillamente, exponerlas al peligro para aumentar su ardor guerrero, el general se ve obligado no sólo a no comunicar sus planes o intenciones sino, incluso, a camuflarlas engañando abiertamente a sus propios soldados y oficiales. El enfrentamiento se desarrolla al margen de los combatientes, de espaldas a ellos, sin que de ningún modo puedan interferir o participar en los planes del estratega; éste los utiliza como materia, sin rostro, para llevar a cabo y completar sus maquinaciones. (201).
Es el aspecto más maquiavélico de El arte de la guerra. También es éste el título, claro, de una obra de Maquiavelo; y hay que apuntar que El Príncipe es otro tratado crucial en la historia de la estrategia y del dominio perspectisvístico de las situaciones. Aunque en Sunzi no es el príncipe quien posee la visión dominante, sino (al menos una vez iniciado el conflicto) es el general quien debe dominar la situación:
Y esto es porque si bien la planificación es importante en el gobierno, y en la guerra, una vez llegado el momento del conflicto abierto los planes pueden convertirse en un estorbo, si nos impiden ver la situación claramente, a medida que evoluciona bajo la mirada del general. La realidad es constantemente inestable, fluida, productora de información. Por eso el plan debe verse sometido a una constante reinterpretación y reelaboración. Es el concepto de la oportunidad, o el momento justo, lo que prima aquí, el presente que se revela y abre una posibilidad de acción no prevista, antes que un plan elaborado cuando no disponíamos de dicha información. De ahí su insistencia en que "la esencia de la guerra es la celeridad", pues esa celeridad es no sólo efecto, sino también productora de información superior y de un punto de vista privilegiado.
También en el Huainanzi (enciclopedia de c. 139 a.C) se juzga sobre la importancia de actuar, o de no actuar, en consonancia con la oportunidad; el que actúa eficazmente "se refugia en el 'no me atrevo', practica el 'soy incapaz¡, permaneciendo en reposo y sin agobios; mas cuando pasa a la acción, lo hace sin abandonar el momento oportuno, en unión con las cosas, girando con ellas, rechazando la iniciativa mas dispuesto siempre a responder a los requerimientos de la situación" (cit. en Galvany, 203).
A la vez, la celeridad impide que el enemigo construya una representación adecuada de la situación, carezca de topsight. Es así como intepretamos el ideal de Sunzi de "carecer de forma":
Adaptándose a las disposiciones enemigas y tomando las medidas en consecuencia se vence a las masas sin que éstas alcancen a comprenderlo. Todo el mundo conoce la disposición gracias a la cual he logrado la victoria y, no obstante, nadie sabe cómo he llegado a establecerla. Así, la victoria en el combate nunca es la misma, puesto que mis respuestas a las disposiciones enemigas son ilimitadas.
(...) Aquel capaz de obtener la victoria adaptándose a las variaciones y transformaciones del adversario es designado "inescrutable". (VI, "Lo hueco y lo consistente")
O bien:
(...) Si hacemos que el adversario muestre su forma sin que nosotros mostremos ninguna, permanerceremos unidos mientras que él se dispersa. (VI, "Lo hueco y lo consistente")
Los planes, por tanto, son necesarios pero un elemento secundario en el combate. En el momento clave, es la ocasión la que cuenta, y la interpretación actual de la situación actual. Saber ver el momento es la ausencia de prejuicio ante los propios planes, la ausencia de rigidez preconcebida, y a la vez es una captación de la complejidad, de la productividad de la realidad y de la limitación de nuestra propia interpretación—es un atenerse a la contingencia de la realidad para conseguir dominarla. También en el Guanzi (s. IV a.C?) se supeditan los planes a la elección del momento oportuno: "En la estrategia el factor determinante es el momento, el factor secundario, los planes" (cit. en Galvany 143).
Galvany cita a otros pensadores clásicos chinos que participan de esta concepción de la "carencia de forma" entendida como dominio perspectivístico:
Aquí se asemejan de nuevo el arte de la guerra y el del gobierno—y
opone Galvany a esa visibilidad del enemigo, o del súbdito, la
perspectiva propia entendida como un panóptico
al modo de Bentham, una afortunada analogía. En la representación de la
realidad conflictiva, el propio punto de vista ha de ser el centro del
panóptico, dominando todos los rincones de la misma, pero permaneciendo
él mismo invisible a los demás. Aquí vemos que el concepto de topsight
también puede relacionarse de modo provechoso con las fantasías y
representaciones de la perspectiva divina, pero eso ya es materia para
otro artículo.
Algunas observaciones finales para terminar de perfilar el concepto de
perspectiva dominante tal como se perfila en El arte de la guerra—tal como está
allí semiteorizado, podemos decir, pues si bien estos conceptos (o el
mismo concepto de topsight)
no están explicitados allí de modo reflexivo, tematizado y deliberado,
sí aparecen operativos en el pensamiento de Sunzi, es decir, son
necesarios para proporcionar una descripción semiótica de los fenómenos
que Sunzi sí describe o teoriza de modo explícito.
La perspectiva dominante es una representación de la realidad, vale
decir un modelo de la realidad, una representación que aspira no a la
exactitud punto por punto, sino a una exactitud suficiente que permita
el dominio estratégico de una acción determinada, frente a un rival que
no dispone de este modelo de la realidad. La perspectiva
dominante se define como tal por su éxito comparativo en una
confrontación—explícita y sangrienta, o implícita y evitada.
Hay que decir, pues, que la guerra concebida por Sunzi, o su control
estratégico, es un enfrentamiento entre representaciones de la
realidad; una superior, que alcanza el éxito (haciendo por el momento
abstracción de otros factores que puedan intervenir en la situación) y
otra inferior, que es derrotada; derrotada por las armas llegado el
caso, en un enfrentamiento exitoso que es la prueba ex post facto
de la superior penetración, y mayor dominio de los elementos de la
situación, de que goza el estratega que ocupa esa posición
perspectivística superior, o contruye ese modelo de la situación y lo
usa con éxito en las contingencias del enfrentamiento.
Vale decir que también hay otro modelo de la realidad como
componente de la situación, otra perspectiva comparativamente limitada,
y
derrotada—la que es desautorizada o podemos decir contenida por la
perspectiva superior. La perspectiva inferior no goza de la posición de
topsight y hay por tanto
elementos de la situación (de las propias fuerzas, de las del enemigo,
del terreno, de la oportunidad) que se le escapan. La perspectiva
dominante, en principio, abarca y domina a dicha perspectiva inferior—o
al menos los aspectos de la realidad que permiten conducirla. En
principio, en Sunzi (y hacemos abstracción de mucho) quien tiene la
información tiene la fuerza, y de allí saldrá su decisión de provocar o
evitar el conflicto. En el caso ideal, el conocimiento superior
equivale a la superioridad de control, de fuerza, de estrategia y de
recursos.
Hay por tanto una teoría de la teoría de la mente, implícita en el libro de Sunzi. Cada
agente no sólo construye un modelo de la acción, sino que entra en un
combate mental contra el estratega enemigo, adivinando cuál es el otro modelo
de la acción que intenta representar la realidad en curso y guiar el
futuro de las acciones. La guerra es un combate de lectura mental, que
sólo en ocasiones llega al enfrentamiento físico.
Las perspectivas, por tanto, se leen, enfrentan o comparan
mutuamente—en el mejor de los casos, la lectura es unilateral, y el
enemigo es derrotado sin saber siquiera que lo ha sido, dominado sin
haber llegado al enfrentamiento; el enemigo no llega a captar la forma de nuestra acción, o la disposición de nuestras fuerzas.
Así hay que entender (semióticamente hablando) la noción de que carecemos de forma —carecemos de
forma para el enemigo, aunque seguramente es ventajoso en principio no
carecer de forma para nosotros
mismos, pues eso arguye la superioridad de nuestros planes y
nuestra acción bélica. Ahora bien, si Sunzi dice que carecemos de forma
en general, puede entenderse que también carecemos de forma para
nosotros en el sentido de que nuestro dominio del momento, de la acción
rápida, súbita y decisiva, nos permite escapar a nuestros propios
planes preconcebidos. Ahora bien, esa acción rápida no puede ser
alocada, y si renuncia a un control absoluto de nuestra forma en bien
del momento, ha de ser sobre un cálculo (rápido) de la oportunidad, que
viene a ser también una perspectiva dominante, distinta de la que
teníamos hasta ahora. Queda, empero, un elemento de riesgo o apuesta en
esta cuestión de la oportunidad a la que pintan calva, un saber
aprovechar el momento que muchas veces equivale a renunciar al dominio
cognoscitivo total, apostando por un éxito que sólo se verá refrendado
por los hechos.
Y junto a la perspectiva dominante del vencedor, o más allá de ella,
hay otra perspectiva dominante, topsight
above topsight:
es la perspectiva retrospectiva del analista Quiizá el propio vencedor,
convertido en analista de su victoria, o, por qué no, el perdedor. En
todo caso, goza el analista de una ventaja sobrehumana que la da la
visión del futuro, sólo posible en retrospectiva. Encontramos aquí un
terreno común entre la perspectiva del analista, la visión divina de
las cosas, y la realidad tal como es (al menos para los fines
analíticos que se persiguen). Esta perspectiva del analista también
aparece (preteorizada) en El arte de
la guerra:
es la perspectiva, naturalmente, del propio Sunzi—una perspectiva que
todavía se aleja más de la acción concreta y abstrae la estructura, las
causas y las condiciones de la acción. Tenemos en Sunzi al primer
tratadista estructural de la semiótica de la acción y de la
perspectiva, y de la retrospección. El
arte de la guerra
es también el arte de la reflexión sobre la acción, su representación,
sus fines y sus modalidades—y sobre los juicios que sobre ella se hacen
a posteriori. El terreno está listo para seguir pensando sobre la
cuestión, y, si es preciso, tomar las acciones oportunas.
Aquí lo dejo por hoy, con una pequeña bibliografía de cosas
relevantes para leer sobre topsight
o perspectiva dominante, y otras que he escrito yo.
_______
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Swarming and the Future of Conflict.
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