A veces tengo la sensación de pertenecer a una Burocracia Celestial, y de ser yo mismo un Burócrata Celestial, o un escriba asentado.
Así ve a los funcionarios universitarios José Carlos Bermejo Barrera en el libro La fábrica de la ignorancia: La Universidad del "como si" (2010).
Los funcionarios públicos han sido y son parte fundamental de la estructura de los diferentes estados, desde el Antiguo Egipto o la China imperial hasta la actualidad. Los funcionarios públicos (...) se caracterizan en primer lugar porque poseen un conocimiento especializado, en el cual es fundamental, desde hace ya cinco mil años, el uso de la escritura. Un uso asociado a sus capacidades de organización, de cálculo y de previsión, y al control de los recursos públicos, ya fuesen en forma de rentas en especie o en dinero.
Fue este saber letrado y la capacidad organizativa de los escribas y los funcionarios lo que permitió la coordinacióin de la fuerza de trabajo de los grandes imperios y la movilización de los recursos necesarios para el reclutamiento de los ejércitos y la planificación o ejecucuón de la guerra o para la construcción de las grandes obras públicas y la prestación de determinados servicios necesarios para la comunidad (Wittfogel, 1966). En ese sentido podríamos afirmar que, al hablar de los funcionarios, no hay nada nuevo bajo el sol.
Ahora bien, es necesario distinguir (...) las funciones necesarias que los funcionarios desempeñan de la idea que los funcionarios se hacen de sí mismos. Una idea mediante la que intentan, también desde hace unos cinco mil años, marcar la distinción entre ellos mismos y el resto de la población con el find de justificar sus privilegios económicos, sociales y políticos. Y es una parte fundamental de esa idea la importancia que los escribas, letrados y funcionarios otorgan a sus largos, trabajosos y complejos procesos de formación. La educación letrada pasaría así a ser una de las bases esenciales que les permitirían reivindicar sus privilegios, como ha señalado Pierre Bourdieu (1984).
Los escribas y los funcionarios tienden a mantenerse alejados de la realidad económica y social. Los funcionaros suelen tender a creer que se puede vivir en un mundo perfecto, en el que todo está regulado al milímetro, en el que todo se puede explicar, y en el que por lo tanto todo está perfectamente justificado. En el caso de la Antigua China, algunos sociólogos denominaron a este tipo de funcionarios, eficaces, sí, pero obsesionados por la jerarquía y los rangos, así como por los signos externos de distinción, los gestos y el ceremonial, la burocracia celestial. (...)
Los funcionarios se describen siempre a sí mismos como letrados, y por eso aman los textos, su estudio y su comentario, pudiendo llegar a obsesionarse con los detalles de la corrección gramatical, con las sutilezas de la exégesis y la interpretación textual, sea legal o no, y siempre estarán orgullosos de poder producir ellos mismos esos textos, o al menos sus comentarios. Esto ocurre desde hace milenios y sigue ocurriendo exactamente igual en la actualidad. (...)
Como los funcionarios y los letrados viven de las rentas del rey o el emperador, del Estado, de la Iglesia o de la nobleza (recueérdese ue las universidades europeas anteriores al siglo XIX vivían de las rentas de sus tierras), tienden a situarse por encima de la realidad económica, del mundo de la producción y el consumo, puesto que siempre tienden a tener unos ingresos garantizados. Por esta razón solían despreciar el trabajo físico, como se puede ver en la Sátira de los Oficios que leían los escribas egipcios, en los textos sumerios o acadios, o en los textos de los mandatarios chinos, para los que el cultivo de unas muy largas uñas era un símbolo de distinción social porque mostraba su libertad de no tener que trabajar con las manos.
Es ese aislamiento de la realidad económica y de sus fluctuaciones, unido al alto concepto que los funcionarios suelen tener de sí mismos, lo que hace que tiendan a sobrevalorar la importancia de su trabajo, cuya necesidad no se puede discutir, y a creer que siempre merecerían estar mejor pagados y a aque sus instituciones son merecedoras de recibir más dinero. Como los funcionarios poseen una mentalidad de rentista suelen tener una cierta tendencia, típica de esa mentalidad, a no medir los gastos, e incluso a despilfarrar el dinero en lo que ellos consideran como lo más importante: su propia promoción y el cultivo de sus propios sistemas de honores y valores. (...)
[E]sos valores específicos pueden correr el riesgo de convertirse en meros instrumentos de justificación de los privilegios económicos, sociales y políticos de los que pueden disfrutar los distintos tipos de funcionarios. Y así la solidaridad d grupo o el "espírigu de cuerpo" necesario para la existencia de cualquier grupo de funcionarios pueden transformarse en una solidaridad de clase, cerrada frente al exterior, y orientada ante todo al mantenimiento y a la expansión del propio grupo, a costa de la supervivencia de otros grupos y en perjuicio del bien común.
Fue este saber letrado y la capacidad organizativa de los escribas y los funcionarios lo que permitió la coordinacióin de la fuerza de trabajo de los grandes imperios y la movilización de los recursos necesarios para el reclutamiento de los ejércitos y la planificación o ejecucuón de la guerra o para la construcción de las grandes obras públicas y la prestación de determinados servicios necesarios para la comunidad (Wittfogel, 1966). En ese sentido podríamos afirmar que, al hablar de los funcionarios, no hay nada nuevo bajo el sol.
Ahora bien, es necesario distinguir (...) las funciones necesarias que los funcionarios desempeñan de la idea que los funcionarios se hacen de sí mismos. Una idea mediante la que intentan, también desde hace unos cinco mil años, marcar la distinción entre ellos mismos y el resto de la población con el find de justificar sus privilegios económicos, sociales y políticos. Y es una parte fundamental de esa idea la importancia que los escribas, letrados y funcionarios otorgan a sus largos, trabajosos y complejos procesos de formación. La educación letrada pasaría así a ser una de las bases esenciales que les permitirían reivindicar sus privilegios, como ha señalado Pierre Bourdieu (1984).
Los escribas y los funcionarios tienden a mantenerse alejados de la realidad económica y social. Los funcionaros suelen tender a creer que se puede vivir en un mundo perfecto, en el que todo está regulado al milímetro, en el que todo se puede explicar, y en el que por lo tanto todo está perfectamente justificado. En el caso de la Antigua China, algunos sociólogos denominaron a este tipo de funcionarios, eficaces, sí, pero obsesionados por la jerarquía y los rangos, así como por los signos externos de distinción, los gestos y el ceremonial, la burocracia celestial. (...)
Los funcionarios se describen siempre a sí mismos como letrados, y por eso aman los textos, su estudio y su comentario, pudiendo llegar a obsesionarse con los detalles de la corrección gramatical, con las sutilezas de la exégesis y la interpretación textual, sea legal o no, y siempre estarán orgullosos de poder producir ellos mismos esos textos, o al menos sus comentarios. Esto ocurre desde hace milenios y sigue ocurriendo exactamente igual en la actualidad. (...)
Como los funcionarios y los letrados viven de las rentas del rey o el emperador, del Estado, de la Iglesia o de la nobleza (recueérdese ue las universidades europeas anteriores al siglo XIX vivían de las rentas de sus tierras), tienden a situarse por encima de la realidad económica, del mundo de la producción y el consumo, puesto que siempre tienden a tener unos ingresos garantizados. Por esta razón solían despreciar el trabajo físico, como se puede ver en la Sátira de los Oficios que leían los escribas egipcios, en los textos sumerios o acadios, o en los textos de los mandatarios chinos, para los que el cultivo de unas muy largas uñas era un símbolo de distinción social porque mostraba su libertad de no tener que trabajar con las manos.
Es ese aislamiento de la realidad económica y de sus fluctuaciones, unido al alto concepto que los funcionarios suelen tener de sí mismos, lo que hace que tiendan a sobrevalorar la importancia de su trabajo, cuya necesidad no se puede discutir, y a creer que siempre merecerían estar mejor pagados y a aque sus instituciones son merecedoras de recibir más dinero. Como los funcionarios poseen una mentalidad de rentista suelen tener una cierta tendencia, típica de esa mentalidad, a no medir los gastos, e incluso a despilfarrar el dinero en lo que ellos consideran como lo más importante: su propia promoción y el cultivo de sus propios sistemas de honores y valores. (...)
[E]sos valores específicos pueden correr el riesgo de convertirse en meros instrumentos de justificación de los privilegios económicos, sociales y políticos de los que pueden disfrutar los distintos tipos de funcionarios. Y así la solidaridad d grupo o el "espírigu de cuerpo" necesario para la existencia de cualquier grupo de funcionarios pueden transformarse en una solidaridad de clase, cerrada frente al exterior, y orientada ante todo al mantenimiento y a la expansión del propio grupo, a costa de la supervivencia de otros grupos y en perjuicio del bien común.
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