sábado, 14 de agosto de 2010

La apropiación de la Universidad y la promoción del conformismo


Una vez me dijo una directora de mi departamento—totalmente en serio lo decía—que el departamento, a pesar de ser en apariencia parte de una institución pública, de hecho pertenecía a la catedrática, era SUYO. Puede que el caso no sea tan extraño, aunque normalmente las maneras en que los funcionarios se apropian de las instituciones son más indirectas. Pero son muy reales, sin embargo, las génesis de oligarquías funcionariales, redes de dependencias, grupos de gatekeepers o de trepadores asociados de escalafones... Cada vez se define más estrictamente, para la promoción dentro de la Universidad, lo que han de ser una carrera política y un expediente académico promocionables—que han de ser estándar, impolutos, con las afiliaciones convenientes, y con sellos de calidades y acreditaciones que hacen muy fácil descabalgar a quien no vaya recto por la vía trazada. Sobre todo eso tiene algo que decir José Carlos Bermejo Barrera, en la última sección de su libro La Fábrica de la Ignorancia (Akal, 2009). Algunos párrafos de esa sección final, titulada como sigue: "Se está gestando un proceso de patrimonialización de la Universidad, mediante el cual grupos de funcionarios pasan a monopolizar el control de la misma".


En ese proceso, a su vez, están teniendo lugar dos procesos paralelos: a) la monopolización de los beneficios académicos y materiales que se pueden obtener de la misma universidad por parte de oligarquías de profesores, y b) la degradación del ejercicio de la autoridad académica, que sufre un proceso de deslegitimación y que progresivamente pasa a ser monopolizada y ejercida por personas de menor jerarquía intelectual, lo que se reflejaría en la necesidad obsesiva de incrementar el control de la institución y el debilitamiento de de la capacidad de argumentación y el debate público e institucional. Un proceso éste último paralelo al de la degradación general de la vida política y de los partidos políticos españoles.

El incremento de la necesidad de control por parte de grupos de funcionarios en crisis es una consecuencia no sólo de la crisis de los propios sistemas en los que viven, sino de su incapacidad de analizar la realidad circundante. Esto les ha llevado, y les sigue llevando, a incrementar los procedimientos administrativos y de control de las instituciones y de la población, y a hacerlos cada vez más complejos y farragosos, con lo que se puede conseguir que lleguen a ser casi inútiles, además de perder su credibilidad propia.

Ese incremento de los procedimientos puede justificar y justifica la necesidad de la existencia de los propios cuerpos de funcionarios y del incremento de su número, pero a su vez el creciente alejamiento de la realidad circundante y la inutilidad de los propios procedimientos no pueden hacer otra cosa que alargar la agonía del sistema, a veces en plazos desesperadamente largos, si la caída no se ve precipitada por circunstancias externas.

Todo ello está ocurriendo también en la universidad española actual, en la que se ha creado una agencia de acreditación y control: la ANECA. Una agencia que viola los principios básicos del ejercicio de la función pública, puesto que suele ser más bien afín al partido político gobernante en cada momento, cuyos mandatos ejecuta. Esta agencia establece criterios de control de la calidad que no tienen ningún valor ni ninguna eficacia.

Se trata de unos procedimientos complejos hasta el barroquismo, meramente verbales y vacíos de contenido, construidos en torno a un lenguaje pseudopedagógico y pseudoempresarial, que sirven para justificarlo todo. Con ellos se puede conseguir aprobar cualquier plan de estudios que sea exactamente igual que el anterior, o en el que grupos de profesores ofrezcan sus materias sin ton ni son, superponiendo cada uno las suyas con las de los demás. Con ellos se pueden acreditar másteres carentes de valor en el mercado, y esteblecer toda clase de clasificaciones científicas, que en muchos casos ni siquiera coinciden con las establecidas internacionalmente, como es el caso de muchas revistas científicas.

Los participantes en los procesos de evaluación son los propios funcionarios, evaluados previamente con ese mismo sistema, y a veces ni siquiera los que han merecido las evaluaciones más altas. Unos funcionarios que creen poder controlarlo todo, desde los baremos para nombrar profesores hasta la distribución de todo tipo de recursos. Unos recursos que se controlan muy poco, una vez han sido asignados, debido a que da la impresión de que el mayor mérito es haber conseguido cada recurso específico, independientemente de los resultados que se obtengan con él. Y todo ello se debe a que en el caso de la ANECA, como en muchos casos cuando se trata de cuerpos de funcionarios, lo importante es el propio procedimiento, un procedimiento que puede llegar a constituirse en un verdadero ritual, tal como ocurría en la China antigua.

Como se trata, pues, de funcionarios aislados del mundo real, rentistas del Estado, que se hipervaloran a sí mismos y la importancia de su labor, complican voluntariamente los procedimientos, de tal modo que lo que se valora es la voluntad de someterse al propio procedimiento, de aceptar las normas y los sistemas cada vez más arbitrarios y complejos, a la vez que progresivamente menos creíbles.

En este caso, como en el de todo sistema funcionarial en descomposición, cunde la sensación de que todos esos procedimientos en realidad son inútiles y meramente verbales. Se predica, por ejemplo, la movilidad y el cosmopolitismo, pero en realidad no hay movilidad de profesores entre las universidades españolas, y prácticamente ningún profesor español es promovido a puestos fijos en las universidades que sí poseen un prestigio en el mundo. Se alaba la tecnología, la industria y la flexibilidad del mercado, pero casi ninguno de los que se proclaman tecnólogos cosmopolitas se marcha a formar parte de industrias existentes al margen de las universidades, sino que prefieren seguir dentro de las propias universidades, en ese mundo que cada vez parece más ficticio.

Sin embargo el sistema sigue en pie tal como está porque pequeños grupos de profesores, que gustan de denominarse a sí mismo elites académicas, y a los que otros simplemente llaman oligarquías, encuentran beneficioso que las universidades sigan así. Para ellos es beneficioso porque se han hecho con el control de la institución y sus órganos de gobierno, de evaluación y de control a nivel autonómico y estatal. (...)

Del mismo modo que en España ha desaparecido el debate político real, basado en ideas y programas concretos, para ser sustituido por una crónica más o menos escandalosa de la vida y milagros de los dirigentes y militantes de los partidos políticos, cuyos nuevos líderes son incapaces de argmentar con seriedad y rigor, en las universidades se está dando una dejacion de responsabilidades por parte de muchos profesores que permite, y a veces incluso obliga, a que personas menos capacitadas o muy inexpertas asuman cargos para los que no están preparados. Unas personas que por su excesiva juventud y a veces por su falta de perspectiva son las únicas capaces de creer en un nuevo sistema académico en el que su promoción y su futuro laboral dependen de evaluaciones sin sentido, basadas en la cantidad de sus publicaciones y en las técnicas de gestión del currículum (....).

Para estos nuevos profesores toda la universidad es un simulacro en el que se trata de manejar y acumular los signos externos de prestigio, que permiten ascender académicamente, sean los que sean esos signos, a los que siempre tend´ran que someterse, a pesar de que saben perfectamente que esos signos pueden resultar arbitrarios.

Ellos tienen que vivir en ese mundo cerrado de funcionarios rentistas, evaluadores de sí mismos, carentes cada vez más de un sistema de valores específico, y en el que sólo se puede ascender a costa de los demás, en el que hay que pelearse para conseguir unos recursos, que por definición siempre serán escasos para cualquier rentista, y en el que lo fundamental es llegar a formar parte de la pequeña oligarquía de evaluadores, contoladores y autoridades de todo tipo, para poder así estar seguro al juzgar a los demás y no ser juzgado.

En un sistema funcionarial en descomposición las oligarquías están regidas, como en cualuqier sistema, por la ley de hierro de la oligarquía de Mitchels, según la cual el gurpo dirigente tiene que ofrecer la opcion de formar parte de él a algunas personas, con el fin de que la mayoría pueda reconocer su legitimidad, a cambio de poder integrarse en el futuro en él. Sin embargo, por tratarse precisamente de una oligarquía muy cerrada, en este caso el número de cooptados de be ser muy pequeño, por lo que ese mecanismo debe ser reforzado por los mecanismos de control de la mayoría, mientras las circunstancias externas a la institución permitan que esta misma siga existiendo de la misma manera en la que lo hace.

¿Hasta cuándo será así? No lo podemos saber, puesto que los historiadores, como alguien dijo, sólo sabemos profetizar el pasado. Sin embargo si desembocamos en el mundo real, con el que habíamos comenzado este artículo, podemos conjeturar que la situación de las universidades españolas deberá cambiar en el futuro, ya sea con una reforma radical, impuesta desde el exterior, pero que trate de salvar los caracteres básicos de la institución, con el fin de que pueda seguir cumpliendo sus funciones específicas, o bien con una reconversión más o menos salvaje, que sería impuesta cuando la absoluta disonancia entre las universidades y la realidad llegue a ser realmente conocida.

La posibilidad de una reforma integral y coherente no parece de momento posible, debido a la situación de crisis económica mundial en la que estamos. Pero no sólo por ella, sino porque la mentalidad de las propias oligarquías dirigentes, de evaluadores, controladores y autoridades académicas y políticas en cada uno de sus niveles la hace difícilmente concebible, por una parte, y nada deseable, por la otra. (...)

R. A. Baker ha señalado que el problema actual del capitalismo, un sistema que él considera esencialmente bueno, es el excesivo peso del capital financiero, o especulativo, frente al capital productivo. Por ello sería lógico pensar que, si algún capital va a entrar en las universidades españolas, será precisamente el capital financiero, que encarna la banca.

Dicho capital buscará beneficios rápidos en las universidades, a las que le interesará endeudar. Es en el mundo de ese capital donde el riesgo de descontrol fiscal y de corrupción puede ser más grande, como señala Baker, y por ello podría ser un peligro para nuestras universidades que unos funcionarios obsesionados por el control de sus instituciones decidiesen ponerse excesivamente en manos de ese capital, que por definición no mejoraría la calidad de esas universidades, sino que trataría de hacerlas entrar en sus circuitos de búsqueda de una alta rentabilidad inmediata.

Deberíamos evitar esa tentación, y la de todos los grupos de funcionarios en decadencia: la corrupción económica, que quizá pueda llegar a ser posible en el futuro. Y sobre todo deberíamos intentar que la pérdida de los valores específicos de la universidad permita que, gracias a la burocracia más desmedida e inútil, entremos en un proceso de control y normalización de las personas y las instituciones en el que sólo puedan llegar a sobrvivir los intelectuamente más mediocres, pues sólo ellos pueden hallar satisfacción y reconocimiento en un mundo académico en el que han desaparecido los verdaderos debates de ideas y en el que los controles más obsesivos y rutinarios se imponen por doquier por parte de quienes se saben incapaces, por su falta de conocimientos y valores, de controlar todas las universidades de un país de otra manera.

Por el contrario este nuevo tipo de funcionarios mediocres podrían sentirse muy a gusto y encontrar el reconocimiento en unas nuevas universidades en las que una docencia anodina, simplificada y regulada hasta la saciedad, unida a una pseudoinvestigación que desea más enterar en los moldes de los controles y las evaluaciones que la búsqueda del conocimiento en sí mismo, puedan llegar a convertir a estas viejas instituciones en pequeñas fábricas de producción en serie de los recursos humanos que requiera en cada momento el mercado, cada vez más degradado, del trabajo.


2 comentarios:

  1. Las universidades americanas, las de Reino Unido o las alemanas sufren esta misma enfermedad o es más propia de aquí o del contexto del Sur de Europa? La situación me suena parecida al contexto universitario italiano o griego... No así al inglés.
    Pero seguro que tú conoces mejor el tema. ¿Tienes conocimiento de que la endogamia, el trepismo, el favor a pagar eternamente de haberte metido dentro, o el ejercicio caciquil del poder se de más allá de nuestras fronteras a los mismos niveles?

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  2. Yo diría que en todas partes cuecen habas, si bien con salsas distintas. No conozco bien los sistemas universitarios de los demás países. Supongo que en un ambiente tan creador de normas especiales habrá fenómenos comparables en cierto modo, e incluso la tendencia al feudalismo siciliano no deja de darse en cualquier clima. Pero el sistema español tiene algunos vicios adquiridos fomentados por la estructura misma del sistema. El culto a la autonomía universitaria, por ejemplo, que genera normativas sui géneris en cada sitio y hace imposible la movilidad - o la estructura autonómica del estado sin más, que añade una nueva capa de localismo. Y la tendencia nacional a colocarse por contactos y recomendaciones... Hay muchas protocolos para regular la objetividad, el mérito, etc., por otra parte, pero esos tienden a convertirse en el medio ambiente en el que se despliegan las redes de influencias y contactos, y al que se adaptan.

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