Hoy comentábamos en clase de literatura inglesa el relato de Jack London "The Scarlet Plague" (1912), un hito clave del futurismo apocalíptico—describe una humanidad disminuida y reducida al tribalismo primitivo, en un mundo en ruinas tras la Peste Escarlata que asoló a la humanidad en el año 2013.
En 2009 vemos este relato con cierta perspectiva, tras el paréntesis de cien años que London imaginó para permitir una exacerbación de algunas tendencias sociales que estaba interesado en denunciar o analizar. Y, bueno, hay que decir que ha habido peores profetas, aun teniendo en cuenta que todo profeta que se precie habla más bien de su propio momento que de un futuro que siempre nos habrá de pillar por sorpresa y nunca avisados.
London profetiza un crecimiento de un capitalismo feroz, en la línea del darwinismo social y los robber barons, con una explotación salvaje y tiránica de las clases bajas. Los Estados Unidos evolucionan en "nuestros días" en la dirección de una tiranía de los Magnates, que mantienen sólo una apariencia de democracia. El presidente es Morgan V, —hereditario, al parecer. Pero no olvidemos que (aun esquivando por los pelos a Clinton II) sí hemos sufrido a Bush II, con su propio board of magnates directamente a las riendas del gobierno. La Peste que retrata London (y hay que pensar en la tensión revolucionaria de aquellos años) es también, a un nivel dado, una revolución. Una revolución escarlata por el fuego de los incendios y los saqueos, y por el sol rojo que se pone sobre una civilización que está derrumbándose entre llamas, con la anarquía invadiendo las calles y con los burgueses atrincherados defendiéndose a vida o muerte, acosados por un populacho embrutecido y aterrorizado por la muerte colectiva en las ciudades.
No sé qué veremos en 2013, o qué verán en 2113. Entretanto, London predice varias epidemias graves que precederán ("precedieron") a la Peste Escarlata.
A bacteriologist watches germs. That's his task, and he knows a great deal about them. So, as I was saying, the bacteriologists fought with the germs and destroyed them—sometimes. There was leprosy, a horrible disease. A hundred years before I was born, the bacteriologists discovered the germ of leprosy. They knew all about it. They made pictures of it. I have seen those pictures. But they never found a way to kill it. But in 1984, there was the Pantoblast Plague, a disease that broke out in a country called Brazil and that killed millions of people. But the bacteriologists found it out, and found the way to kill it, so that the Pantoblast Plague went no farther. They made what they called a serum, which they put into a man's body and which killed the pantoblast germs without killing the man. And in 1910, there was pellagra, and also the hookworm. These were easily killed by the bacteriologists. But in 1947 there arose a new disease that had never been seen before. It got into the bodies of babies of only ten months old or less, and it made them unable to move their hands and feet, or to eat, or anything; and the bacteriologists were eleven years in discovering how to kill that particular germ and save the babies.
Bah, bah. Ficciones de una mente calenturienta. La gripe del pollo, o la del cerdo, han matado a cuatro gatos, o a unos pocos cientos de personas quizá. (Y a millones de animales). Esa epidemia brasileña del 1984 no existió. Claro que London tenía presentes las recientes epidemias de Fiebre Amarilla, que no eran cosa de broma. Y pocos años después de que London escribiese este relato, la Gripe Española se juntó con la Primera Guerra Mundial, y le sumó entre 20 y 100 millones de muertos en todo el mundo. Se infectó cerca de un tercio de la población mundial. Hoy casi nadie se acuerda de eso—la memoria es corta, y la previsión no digamos. Del Sida, la peste escarlata de nuestra generación, han muerto más de 25 millones de personas en los últimos 25 años. Pero nos parece totalmente descartado que pueda haber una pandemia universal como la que describe London.
La tesis de London es que la civilización crece hasta que se destruye a sí misma, y que volverá quizá a resurgir lentamente para volver a caer. Tenemos un nivel—que lo da la propia naturaleza humana, fundamentalmente rapaz. Las guerras y las armas se inventarán una y otra vez, y la sociedad volverá a estructurarse con sistemas opresivos de explotación humana. Esta "violencia organizada" que llamamos civilización permite, según la tesis visible en el relato de London, canalizar las energías humanas hacia la producción, y reducir así (escasamente a veces) el enfrentamiento directo por los recursos entre clases o entre grupos humanos—pero esto tiene otros costes: la no sostenibilidad de estas estructuras productivas. La urbanización creciente y el desarrollo incontrolado de la población ("incontrolado" por la destrucción masiva) nos lleva a chocar con nuestros límites como especie. Así describe Jack London, o más bien su narrador interno, el viejo Granser, que cuenta a sus nietos, los nuevos salvajes, cómo pudo la Peste acabar con la civilización humana:
"In spite of all these diseases, and of all the new ones that continued to arise, there were more and more men in the world. This was because it was easy to get food. The easier it was to get food, the more men there were; the more men there were, the more thickly were they packed together on the earth; and the more thickly they were packed, the more new kinds of germs became diseases. There were warnings. Soldervetzsky, as early as 1929, told the bacteriologists that they had no guaranty against some new disease, a thousand times more deadly than any they knew, arising and killing by the hundreds of millions and even by the billion. You see, the micro-organic world remained a mystery to the end. They knew there was such a world, and that from time to time armies of new germs emerged from it to kill men. And that was all they knew about it. For all they knew, in that invisible micro-organic world there might be as many different kinds of germs as there are grains of sand on this beach. And also, in that same invisible world it might well be that new kinds of germs came to be. It might be there that life originated-the 'abysmal fecundity,' Soldervetzsky called it, applying the words of other men who had written before him...."
Evidentemente London está escribiendo antes de la era de los genes, del ADN y de la secuenciación de genomas (y Soldervetzsky también...). Pero el fenómeno que describe a su manera, la mutación de los virus y bacterias, y el desarrollo de variedades resistentes a los antibióticos—que también están en el futuro para London, no lo olvidemos— es bien cierto, y la claridad de pensamiento de London y su capacidad de anticipación son no menos que admirables.
Así se describe el desarrollo de la resistencia a los antibióticos en un artículo sobre medicina evolutiva que me leía hoy (Randolph M. Nesse y George C. Williams, "Evolution and the Origins of Disease", Scientific American 279, 1998):
Antibiotic resistance is a classic demonstration of natural selection. Bacteria that happen to have genes that allow them to prosper despite the presence of an antibiotic reproduce faster than others, and so the genes that confer resistance spread quickly. As shown by Nobel laureate Joshua Lederberg of the Rockefeller University, they can even jump to different species of bacteria, bonre on bits of infectious DNA. Today some strains of tuberculosis in New York City are resistant to all three main antibiotic treatments; patients with those strains have no better chance of surviving than did TB patients a century ago. Stephen S. Morse of Columbia University notes that the multidrug-resistant strain that has spread throughout the East Coast may have originated in a homeless shelter across the street from Columbia-Presbyterian Medical Center. Such a phenomenon would indeed be predicted in an environment where fierce selection pressure quickly weeds out less hardy strains. The surviving bacilli have been bred for resistance.
En tiempos de London también se asociaban las migraciones humanas, las condiciones hacinadas e insalubres, etc., a las plagas. La lección para algunos críticos culturales es el prejuicio social que denotan; la lección para los evolucionistas es el fundamento real de estas especulaciones. La superpoblación que lleva al desarrollo de sistemas médicos urbanos tienen un curiosa contrapartida evolucionista—sobrevive a estos controles lo más adaptado, es decir, lo más mortífero. Esto no siempre es así, claro—en el caso del SIDA, la existencia de un tratamiento puede contribuir, paradójicamente, a la instalación permanente de las variedades menos mortíferas de SIDA que coexistan con el desarrollo y reproducción de la población.
Nesse y William, en su línea darwinista sintética (la del "gen egoísta") observan que la selección natural no lleva necesariamente a maximizar la salud sobre la enfermedad:
The assumption that natural selection maximizes health also is incorrect—selection maximizes the reproductive success of genes. Those genes that make bodies having superior reproductive success will become more common, even if they compromise the individual's health in the end.
Bien, pues London, con una visión menos seleccionista-gradualista, y más catastrofista (en esto no es darwiniano) parece ver una lógica parecida al nivel de la civilización humana. Crecemos, como genes egoístas, sin vistas a la sostenibilidad del organismo que nos sustenta—sólo llevados por la lógica de que es posible hacerlo, aprovechando los recursos disponibles (y organizándolos para ese crecimiento inmediato, que hasta allí nos llega la previsión que no tienen los genes). Pero la lógica superior no es gradualista, sino catastrofista. Somos caldo de cultivo para otros genes más competitivos que los nuestros. Y la historia humana, en la visión pesimista de London, no puede ser sino una sucesión de castillos de naipes que se derrumban—pues el mundo sigue una lógica evolutiva que no está bajo nuestro control, ni siquiera bajo nuestra previsión. Aunque algunos lo vislumbren, aquí o allá.
El viejo Granser, último superviviente de la vieja civilización, y a quien sus nietos semisalvajes apenas comprenden en su narración del Año de la Peste, termina su relato angustiado, meditando cómo no servirán para nada los libros que ha atesorado, tratando de resguardar el saber de la civilización desaparecida. Tanto da—porque la humanidad, según ve, se elevará de nuevo sólo hasta el nivel que le es dado, repitiendo la organización social que les permita reconstruir una civilización siempre precaria, siempre provisional, creciendo hasta que vuelva a tocar techo. Y la media no es nunca muy alta:
"Only remain cosmic force and matter, ever in flux, ever acting and reacting and realizing the eternal types-the priest, the soldier, and the king. Out of the mouths of babes comes the wisdom of all the ages. Some will fight, some will rule, some will pray; and all the rest will toil and suffer sore while on their bleeding carcasses is reared again, and yet again, without end, the amazing beauty and surpassing wonder of the civilized state. It were just as well that I destroyed those cave-stored books—whether they remain or perish, all their old truths will be discovered, their old lies lived and handed down. What is the profit—"
Hare-Lip leaped to his feet, giving a quick glance at the pasturing goats and the afternoon sun.
"Gee!" he muttered to Edwin. "The old geezer gets more long-winded every day. Let's pull for camp."
—The wisdom of all ages. Perdonen el post tan largo. Es que hoy me he comprado la Metafísica de Aristóteles.Hare-Lip leaped to his feet, giving a quick glance at the pasturing goats and the afternoon sun.
"Gee!" he muttered to Edwin. "The old geezer gets more long-winded every day. Let's pull for camp."
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PS, dos años más tarde (junio 2011): una interesantísima conferencia sobre virus y epidemiología evolutiva de Carl Zimmer, en The Loom: "Viral Time". Me temo que sigue confirmando muchos aspectos de las especulaciones de Jack London. Los virus están en más sitios de los que pensábamos: no sólo en la mayor parte de nuestro genoma, sino también, probablemente, en el origen de la vida. Y en su evolución. Zimmer es autor de un libro sobre un microbio familiar, e. coli, y también de otro titulado A Planet of Viruses.
No, si a cuenta de los posts de este blog, leer, ya leemos. No hacía falta que apareciera Aristóteles.
ResponderEliminarUn saludo.
Metafísico estoy, cómo no.
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