He estado esta tarde en una conferencia de Mario Bunge en la Facultad de Filosofía y Letras; venía a hablarnos sobre el estudio de la mente. Oponiendo la tradición médica y materialista (hipocrática - epicúrea) y la idealista - inmaterialista, de Platón al menos en adelante. Bien: una es monista; monista-materialista, dice que la mente es una función del cerebro y llega hasta la neurociencia de hoy. La otra, la inmaterialista, es dualista, separa fenómenos mentales por un lado y físicos-fisiológicos por otro, hasta en su lenguaje lo hace, aunque luego tenga que reconciliarlos o sincronizarlos (me ha hecho pensar en este punto en los ocasionalistas y en Malebranche— tal como lo ve Bunge hay mucho dualista irredento que aún emplea conceptos de mente y materia precientíficos, incluso prearistotélicos.... pero en filosofía hoy, recuerda, anything goes aunque él no esté de acuerdo con eso).
Nos habla de los primeros neurocientíficos ya en el siglo XIX, de Broca, de Wernicke— y del gran Ramón y Cajal, que fue quien describió en detalle las redes neuronales. Otro aragonés, por cierto, un discípulo suyo, fue el que probó que algunos de esos circuitos eran realmente circuitos de feedback, es decir, que no llevan del cerebro afuera, sino del cerebro al cerebro. La inmensa mayoría de la energía cerebral se dedica a procesos internos—y sólo un pequeñísimo porcentaje a dirigir un respuesta exterior al cerebro. Defiende Bunge la teoría de Cajal ahora probada de que el uso de las neuronas, con el hábito y la costumbre, modifica el cerebro, y crea nuevas redes neuronales. Esto sucede por un principio peculiar del desarrollo de las neuronas: las neuronas que se activan simultáneamente acaban por desarrollar conexiones directas entre sí. Y así la mente nace, pero también se hace: hay edades críticas por ejemplo para el desarrollo de ciertos sistemas cerebrales y si no se crean las conexiones necesarias para la visión, o para la interiorización de la fonética de un idioma... pues ya es tarde.
Y de ahí hemos pasado a las capacidades de lectura mental de los perros, a los diversos grados y tipos de consciencia que tienen los seres vivos, y sus estudiosos, a la mala traducción del término freudiano "Seele" por "mind"....
No puedo ni siquiera resumir el amplio abanico de temas que ha tratado Bunge, desde experimentos de transplante de cerebros (animales), hasta la visión ciega estudiada por Weiskrantz, y pasando por la exposición de diversas teorías desfasadas sobre la localización puntual de áreas cerebrales modulares (ya desde la frenología de Gall). Hay ciertas áreas (la de Broca, la de Wernicke, etc.) asociadas a funciones cerebrales, claro— pero cada función mental implica circuitos muy complejos y distribuidos; lo que parece un proceso unificado es resultado de la interacción de muchos sistemas—como prueban los experimentos de alteración de funciones cerebrales específicas como ciertos tipos de memoria o de percepción visual, en pacientes con lesiones. En fin, numerosísimos y bien traídos son los ejemplos que aduce para mostrar las contribuciones de la neurociencia al conocimiento de la mente—la mente, función cerebral, y no el alma.
Bunge cree sin embargo en el libre albedrío, cuestión que justifica por varias vías. Podría haberla llevado a su razonamiento emergentista, al que alude en repetidas ocasiones: un fenómeno puede estar determinado a nivel molecular, pero contemplado a un nivel mayor de emergencia no tiene sentido esa reducción (no tiene sentido estudiar a los jaguares como un montón de quarks, como diría Gell-Mann—poca zoología haríamos). Bien, los fenómenos mentales como la consciencia son fenómenos que se han de estudiar a nivel más "macro", que es el que les corresponde—neuronas, conexiones neuronales, representaciones.... Bunge desecha como un sinsentido las propuestas de Penrose y otros sobre la búsqueda de la consciencia en fenómenos de nivel cuántico dentro de las neuronas. El principal argumento que aduce Bunge para permitirse el lujo de ser un materialista determinista, y a la vez un defensor del libre albedrío, es precisamente ese enorme gasto de energía en los procesos internos del cerebro que hemos mencionado: lejos de responder de modo determinista a los estímulos externos, el cerebro elabora respuestas complejas que no pueden reducirse de modo simplista a un modelo de estímulo-respuesta que nos permitiese percibir un determinismo en la acción humana. Aparte está la sensación interna de cada cual de decidir libremente—aunque también tiene mucho sitio Bunge en su teoría para los aspectos inconscientes del pensamiento.
Pero no tiene sitio para el psicoanálisis—al que califica sin ambages de pseudociencia; ni tampoco para la filosofía heideggeriana, "palabrería sin sentido" (me ha recordado, en lo radical de su rechazo, a la crítica de Adorno a Heidegger). Bunge propone que si queremos entender qué son cosas como el conocimiento, el ser, la consciencia, "el alma" etc.— es a la ciencia a donde tenemos que acudir. A la neurociencia que poco a poco va desvelando los fenómenos mentales como funciones cerebrales. Un poco en la línea de este post ("Consiliencia y nichos ecológicos") donde hablaba yo de la consiliencia en el estudio de la mente—aunque Bunge también (aun defendiendo naturalmente el evolucionismo) desconfía de las explicaciones reduccionistas de la sociobiología darwiniana aplicada a los fenómenos humanos. Simplista le parece eso—como también la moda actual de desarrollar "neuro-"todo— neuroestética, neuroastronomía, hala.... Para Bunge, cada cosa a su nivel. La ciencia básica se ocupa de su objeto de estudio, y es pura ignorancia, dice, el hacer extrapolaciones precipitadas como las que hace cierta crítica postmoderna (hablando de la física como un fenómeno de dominación o patriarcal, etc.)— Mezclar niveles precipitadamente de esa manera es cosa de ignorantes, dice Bunge. La ciencia no es neutra con respecto a los valores propiamente científicos (pues en todo lo humano hay valoración) pero no es científico el extrapolar de esa manera. La ciencia no tiene una política incorporada—habla de células, o de electrones, o de lo que sea. Es la técnica, insiste Bunge, la que tiene una política asociada. La ciencia conoce el mundo: la técnica lo transforma, o lo amplía, y eso siempre es en beneficio o perjuicio de ciertos humanos, grupos humanos, intereses o actividades humanas. Pero aquí tenemos a un gran defensor de la racionalidad y de la ciencia que no quiere mezclar churras con merinas.
Me ha recordado mucho en sus planteamientos (el emergentismo, el interés por la experiencia y la consciencia como problemas científicos, etc.) a la filosofía de G. H. Mead (en La Filosofía del Presente). A Mead no lo ha nombrado, aunque sí con simpatía a William James (más que a Rorty, que simplifica las cosas diciendo que la mente es un pseudoproblema, y más que a Searle y otros "dualistas"). Aunque sí le he visto una tendencia a Bunge a ser demasiado maximalista y all-or-nothingist en su rechazo de lo que considera verborrea o pseudociencia—como si no hubiese muchos contextos diversos y acercamientos provechosos para el tratamiento de ciertas cuestiones.
Yo le he hecho una pregunta de entre otras, un poquito buscando bronca hablando del psicoanálisis y otras pseudociencias como algo que sí puede tener valor para la facultad de Humanidades, pues al fin y al cabo muchas humanidades son pseudociencias.... y le he preguntado si, partiendo de que en efecto hay gran desconocimiento de la ciencia "dura" entre los humanistas y en las ciencias sociales, si veía él también el fenómeno inverso—si consideraba que las humanidades podían aportar cuestiones, reflexiones o problemas a las ciencias, cosas que los científicos suelan pasar por alto o ignorar.... (un poco en la línea de Freud diciendo que los poetas eran quienes habían descubierto el inconsciente....). Bien, pues Bunge acepta la mayor, pero se ve que de mala gana—toda persona inteligente, dice, puede recibir ideas de todas partes, y es bueno el conocimiento mutuo, etc. En fin, se le ve que no es eso lo que nos ha venido a decir, sino lo contrario: a insistir las aportaciones que ha hecho la ciencia al conocimiento de fenómenos que antes se consideraban intratables o puramente especulativos desde un punto de vista filosófico. Cómo la mente puede estudiarse desde la ciencia, despejando telarañas y tradiciones intelectuales desfasadas, es decir, bastante en la línea "Tercera Cultura".
A mí, claro, por debatir, me interesa insistir también en lo contrario—cómo hay fenómenos cognoscitivos, problemas humanos, morales, culturales, que pueden ser un acicate para la investigación científica. Pongamos, sin ir más lejos, el estudio del lenguaje, o el de la comunicación narrativa.
Y un chiste—hablando con Bunge, de su contencioso con el psicoanálisis (razón suficiente para irse de Argentina, le comento) contaba él cómo consiguió una vez, con un artículo suyo, publicado en una revista psicoanalítica, convencer al director de la revista de que abandonase su interés en el psicoanálisis. Un caso raro éste, le he dicho—y ocasión única, desde luego, para experimentar un sentimiento de SchadenFreud. Aunque se ha reído Bunge, y ha asegurado que no, que le había hecho un gran bien al (ex-)freudiano...
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