En La Odisea de la Humanidad, Robin Dunbar especula con el desarrollo evolutivo de las capacidades mentales que caracterizan a los humanos. Limitando un tanto el papel del lenguaje, pone más énfasis en otro fenómeno asociado a la humanización: la llamada Teoría de la Mente—término que se refiere a algunos aspectos de lo que en otras tradiciones de pensamiento se llama intersubjetividad.
La experiencia humana tiene lugar en un espacio de comunicación intersubjetivo, en el que nuestro pensamiento está en constante imbricación con el de los demás, y de hecho consiste en gran parte en la interpretación y reconstrucción hipotética de los pensamientos de los demás. Todos somos un poco Profesor X, y vivimos inmersos en un proceso constante de lectura mental. Por supuesto, la representación de otras mentes también es una cuestión central para la teoría literaria y la narratología—De esto hablé algo en "Leyéndonos la mente" , y también en una serie de artículos sobre Topsight o perspectiva dominante en la comprensión de las situaciones. Y también especulé un tanto sobre el origen simultáneo de la intersubjetividad humana y de la comunicación simbólica, en aquel artículo sobre "Interacción internalizada: El desarrollo especular del lenguaje y del orden simbólico".
Los fenomenólogos ya estudiaron la intencionalidad, y a ellos alude brevemente Dunbar. Intencionalidad en sentido amplio: referida no sólo a intenciones y planes, sino a cualquier tipo de estado mental relativo a la representación, "estados mentales como saber, creer, pensar, querer, desear, esperar, proponerse algo, etcétera." La intencionalidad tiene que ver para Dunbar con la consciencia reflexiva—está relacionada "con el hecho de ser consciente de los contenidos de la propia mente" (51), y en su dimensión intersubjetiva puede concebirse como "una serie de estados de creencia jerárquicamente organizada". Y pronto empiezo a disentir con algunos aspectos de su análisis:
Aquí matizaría yo: no es lo mismo a) alimentarse, que b) tener hambre, y que c) saber que se tiene hambre. Un animal que tiene hambre tiene un grado de intencionalidad inferior al animal que sabe que tiene hambre, pues en este último caso ya estamos dando un paso más hacia la conceptualización y la consciencia reflexiva. Con respecto al caso del depredador, tampoco es lo mismo, supongo que convendría Dunbar, creer que hay un depredador porque se ha percibido alguna señal de su presencia, que temer que hay un depredador invisible porque se sabe que los depredadores se ocultan en arbustos. Este segundo proceso es mucho más elaborado, mentalmente hablando.
Y, por otra parte, quizá los grados de intencionalidad no estén tan bien definidos y acumulados por inserción simple como haría pensar la exposición de Dunbar.
Haciendo la equivalencia, Peter quiere que Jane suponga que Sally cree que la pelota está todavía debajo del cojín. Sally está en el primer orden de intencionalidad, Jane en el segundo, y Peter, en el tercero. (Y según la terminología que veníamos usando, diremos que Peter tiene topsight o perspectiva dominante sobre la situación—JAGL). La sabiduría popular señala que los humanos adultos experimentan un límite máximo absoluto en un quinto o sexto grado con respecto a los niveles de intencionalidad que podemos plantearnos:
Peter cree [1] que Jane piensa [2] que Sally quiere [3] que Peter suponga [4] que Jane pretende [5] que Sally crea [6] que la pelota está debajo del cojín." (51)
Nos perdemos, y es normal, dice Dunbar: la mayoría de las situaciones cotidianas tienen que ver con un segundo grado de intencionalidad, y en la práctica la gente llega a resolver problemas hasta un quinto grado de intencionalidad; menos de la mitad llegan a un sexto grado.... mientras que por ejemplo se resuelven sin gran dificultad problemas con siete grados de causalidad. Los esquizofrénicos, depresivos, autistas o personas con síndrome de Asperger tienen dificultades para tratar con la intencionalidad compleja—y también los varones, que según algunos tienen un punto de autistas:
Dunbar sí arguye que las mujeres tienen más habilidades sociales y comunicativas y son más sensibles a los signos. Al parecer son estadísticamente más capaces de resolver problemas de segundo y tercer grado de teoría de la mente (58).
En la hipersociabilidad de nuestra especie, su hipersensibilidad a la intencionalidad ajena, puede encontrarse una de las raíces de la religiosidad, de la creencia en espíritus y en un mundo intencionalmente ordenado típica de los mitos creacionistas de todas las épocas. Nos equivocamos, atribuimos intenciones inexistentes a pseudo-agentes: al mar, al sol, a las tormentas—y también quizá sobreinterpretamos la intencionalidad de los animales. "De hecho, interpretar el comportamiento de otros organismos de este modo nos resulta tan natural que incluso atribuimos estados mentales a objetos del mundo inanimado" (58). (Más sobre esta raíz intersubjetiva y psicoevolucionista de la religiosidad puede verse en este post, "Programados para creer"). Dunbar concluye su libro con una especulación sobre el origen y papel de la religión como cohesionador social, como interpretación de la realidad, y como generador de fuertes emociones y experiencias de trascendencia. Las creencias religiosas son ilusorias, pero resultaron en su momento beneficiosas evolutivamente, y siguen desempeñando el mismo papel en las sociedades humanas, minorías racionalistas aparte.
Algunos casos de comportamiento maquiavélico entre los simios parecen sugerir a algunos estudiosos que tienen una elemental teoría de la mente, es decir, que son capaces de entender que los demás pueden tener falsas creencias y así manipularlos en beneficio propio. Dunbar explica numerosos experimentos que no le permiten dar una respuesta clara—y sin embargo parecería que muchos casos de interacción social compleja de los chimpancés y de algunos monos como los vervets o los macacos sí sugieren una capacidad de representación mental de varios niveles de mundos posibles representados en otras mentes. Eso sí, muy inferior a la de los humanos; entre los cuatro y los seis años los niños desarrollan una capacidad de comprensión de las creencias de otros que desbordan las de animales inteligentes como chimpancés o delfines:
La teoría de la mente es una propiedad emergente de una capacidad mental mucho más básica: la imaginación, la capacidad de desligarse de las circunstancias inmediatas y construir un esquema mental de algo que no está presente. Los animales viven inmersos en el aquí y ahora: carecen de la capacidad para trazar planes complejos y para representarse las consecuencias de distintas vías de acción—excepto a un nivel bastante simple, habría que matizar. Es esta capacidad de representación mental, o de imaginación, la que nos separa más de ellos. La parte del cerebro que más se ha desarrollado en la evolución de los primates, señala Dunbar, es la anterior: los lóbulos frontales responsables de la mayor inteligencia de simios y humanos:
Dunbar quizá subestime el papel del lenguaje (un sistema de representación social al fin y al cabo) como parte de ese universo social; y quizá en teorías como la de Bickerton sobre el desarrollo del lenguaje se eche en falta un mayor énfasis (como el que sí pone Dunbar) en el desarrollo de la teoría de la mente necesaria para la interacción social típicamente humana.
Por métodos estadísticos se puede hacer una estimación sobre la correlación entre el volumen cerebral y el desarrollo de una intencionalidad compleja en nuestros antepasados:
Unos doscientos mil años atrás, lo sitúa Dunbar.
Un capítulo interesante de La Odisea de la humanidad está dedicado a las culturas animales—repasa Dunbar las distintas modalidades de recolección de las hormigas y de uso de herramientas que tienen los chimpancés según la población a la que pertenezcan; esto son desarrollos culturalmente transmitidos, por elementales que sean. Pero el desarrollo cultural avanzado y la transmisión del mismo requieren del lenguaje y de una capacidad intencional superior a la que tienen los simios. Y aquí introduce Dunbar un ejemplo shakespeareano de cómo la comprensión cultural humana requiere una elaborada intencionalidad jerarquizada:
Como he dicho antes, dudo que la cosa funcione así exactamente. Aun aceptando la utilidad analítica provisional de la teoría de los niveles de intencionalidad simplemente "acumulados" o superpuestos. Una cuestión es que algunos comportamientos de primates descritos por el propio Dunbar parecen sugerir una intencionalidad más compleja—pero en eso no entraré. Más en lo mío, haré una observación sobre la estructura intencional de las obras literarias.
La descripción que hace Dunbar de los niveles de intencionalidad involucrados en la comunicación literaria es, me parece, inadecuada. No creo que en la práctica puedan superponerse los niveles del modo sencillo presupuesto aquí. Más bien funciona la intencionalidad en forma de paquetes complejos, orquestados convencionalmente mediante géneros comunicativos y esquemas situacionales. Estas estructuras organizativas permiten a los comunicantes manejar una compleja estructura intencional sin ser conscientes en cada momento de cada uno de los niveles de intencionalidad involucrados en ella—que vienen por así decirlo ya por defecto con el género usado o el marco comunicativo. (Más sobre marcos en mi comentario a la teoría de la organización social de Erving Goffman).
Obsérvese que en Noche de Reyes la situación es mucho más complicada de lo dicho hasta ahora: Maria y Sir Toby preparan una trampa para que Malvolio crea que Olivia le ama, y la escena es divertida precisamente porque la vemos a través de los ojos de los intrigantes que controlan la escena... y a la vez por encima de su hombro. Con lo cual los niveles de intencionalidad se multiplicarían. Tenemos que suponer que el público disfruta viendo cómo Malvolio actúa manipulado por un mensaje que ha encontrado, supuestamente escrito por Olivia. Pero nada más tender esa trampa ya presupone toda una serie de niveles de intencionalidad: el espectador observa cómo Maria planea que Malvolio creerá que Olivia le ama. También la actuación de Maria parece guiada por un plan cuyo objetivo último no es sólo ridiculizar a Malvolio, sino también seducir a Sir Toby. Los disfraces de Viola aún dan lugar a situaciones más complicadas: Shakespeare diseña una situación para que el espectador disfrute viendo cómo Olivia cree que está casándose no con Sebastian sino con Cesario—situación divertida para el espectador porque Cesario oculta una identidad secreta (la de Viola, gemela de Sebastian)—con lo cual no sólo es divertida la confusión de Olivia como tal, sino también es divertido lo que Olivia cree que sucede y en realidad no está sucediendo, por suerte para ella, porque si no estaría casándose con una mujer... etc.
A lo que voy: en esta descripción de las complicaciones intencionales de Shakespeare, estamos dando por supuesto, y ni siquiera mencionando, la estructura intencional de toda representación dramática. El espectador no ve directamente a Viola disfrazada de Cesario, puesto que no está en Iliria—sino que ve a un actor (o actriz) disfrazado de Viola disfrazada de Cesario. La actuación dramática presupone un nivel más de intencionalidad no mencionado en el análisis de Dunbar, y es uno de esos package deals intencionales a que aludíamos (la prueba de que se presupone, es que ni siquiera se le ha mencionado en el análisis). Lo mismo sucede con el uso de la palabra: el lenguaje es de por sí un complejo sistema intencional, y más cuando entramos en las complejidades de usos figurados del lenguaje, ironía, actos de habla indirectos, etc. Tampoco esta compleja intencionalidad lingüística es mencionada en el análisis de Dunbar.
¿Cuántos niveles de intencionalidad, contados uno a uno, habría en una frase de Twelfth Night pronunciada por Viola-Cesario, o por un muchacho interpretando el papel de Viola-Cesario, si esa frase es figurativa? Por ejemplo, esa de que soy todos los hijos de la casa de mi padre... frase que, pronunciada para desorientar a Orsino, es sin embargo inadvertidamente irónica, puesto que el gemelo de Viola, Sebastian, no se ha ahogado como cree Viola, y ya ha reaparecido para el espectador. Si empezamos a contar, quizá nos plantemos en doce o catorce niveles de intencionalidad. Demasiado para un primate: y es que uno de los grandes inventos del primate humano ha sido la orquestación compleja de la intencionalidad en esquemas, marcos, géneros... de tal manera que se pueda gestionar sin necesidad de suponer una consciencia sobrenaturalmente potente y atenta, ni un lóbulo frontal del tamaño de una sandía.
Un caso en el que se aprecia la posible complejidad, y a la vez la sencillez, de las estructuras intencionales complejas, es el caso de la inserción narrativa múltiple. Los niveles de intención descritos por Dunbar recuerdan al caso arquetípico de relato dentro del relato: el narrador A introduce al personaje B que narra una historia en la que el personaje C narra una historia en la que el personaje D narra.... Aquí nos encontramos pronto con el límite que señala Dunbar, de sólo unos pocos niveles que caben en la consciencia si han de estar activos. Pero estas narraciones presuponen también la intencionalidad compleja de la comunicación lingüística, y más en concreto de la ficción literaria—con un autor implícito y un autor histórico, además del mencionado narrador. Aquí la estructura de la comunicación literaria es como el andamiaje presupuesto en el que se juega la complejidad de los diversos niveles narrativos, pero ese andamiaje que sujeta la estructura intencional compleja también es, a su vez, una estructura intencional compleja. Hay obras literarias que sacan gran partido a la inserción narrativa múltiple. El Quijote puede ser un ejemplo, pero también el Manuscrito encontrado en Zaragoza de Potocki, en el que los niveles narrativos son complicados de seguir, y la narración de un personaje se interrumpe con frecuencia para darnos paso a un nivel que ya habíamos olvidado de momento. John Barth lleva esta estructura a límites paródicos y grotescos en su cuento "Menelaiad", de Lost in the Funhouse. La inserción enunciativa, por cierto, no es sino una de las maneras en que se puede introducir un nivel ontológico en el seno de otro (ver "Enunciación, ficción y niveles semióticos en el texto narrativo").
Este verano de 2010 tenía gran éxito la película Inception, basada en una forma similar de inserción narrativa múltiple—en este caso, sueños dentro de sueños, a los que se puede tener acceso y que son compartidos por los personajes. Como en el caso del Manuscrito encontrado en Zaragoza o de la Menelaíada, parte de la dificultad de seguir el argumento de la película consiste en mantener los distintos niveles de inserción ordenados y diferenciados. Es una especie de gimnasia mental a la que nos retan algunos artistas—pero estas construcciones de intencionalidad compleja ya se edifican sobre otros andamios intencionales preexistentes, que pasan a ser confundidos con terreno sólido. El mundo humano que habitamos está hecho de intencionalidad compartida, y es difícil siquiera concebir un terreno firme que pisar que no esté ya estructurado por las intenciones intersubjetivas que nos permiten explorarlo. Podemos entender que a esto se refería Derrida cuando decía que no podemos ver el lenguaje desde afuera.
En suma, que en la práctica no podemos distinguir claramente un primer nivel de lectura mental de un segundo, porque en el mundo humano ya estamos, de entrada, en un mundo intencionalmente estructurado, un mundo en el que siempre estamos ya leyendo las mentes de los otros sin saber que lo que leemos son mentes. Paseamos por un paisaje mental sin darnos cuenta, y creemos que es el mundo exterior— así como sin enterarnos leemos nuestra propia mente como si fuera nuestra sin más, y no estuviese ya surgiendo en un mundo de sentido compartido.
(PS: Una versión alternativa de este razonamiento, en el lenguaje cognitivista de Mark Turner, puede leerse en su artículo "The Scope of Human Thought".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: