Ayer asistí a una mesa redonda sobre Hildegard von Bingen que organizaban las estudiantes de arte de nuestra Facultad, y entre las muchas cuestiones que se suscitaron me quedé con las ganas de comentar más un pasaje de teología natural en el que Hildegard trata la cuestión de la animación.
La animación es, en Teología, la conjunción de cuerpo y alma que es característica del ser humano como un ente a la vez físico y espiritual. El alma "informa" al cuerpo (no en el sentido cibernético de "información" sino en el aristotélico de "imprimir forma característica" en un determinado momento que ha sido situado en diversas fases de la existencia humana por los diversos pensadores y teólogos. Veremos un resumen sobre la cuestión antes de centrarnos en la contribución de Hildegarda de Bingen.
Los antecedentes (y subsiguientes) de la doctrina católica sobre la animación pueden verse en este excelente artículo, una carta al director publicada en la Revista Médica de Chile:
¿Desde qué momento hay alma en el embrión humano?
Is the soul present since conception in humans?
Sr. Editor:
Alma es la sustancia espiritual e inmortal que informa al cuerpo y constituye la esencia del ser humano. El momento en que el alma informa al cuerpo se denomina "animación". El debate filosófico y teológico sobre el momento de la animación ha sido uno de los temas más recurrentes en la historia de la Filosofía y de la Iglesia Católica.
Los filósofos y teólogos consideran que este debate es independiente de los conocimientos científicos de la biología y de la reproducción humana. Desde la antigüedad, en las obras de Hipócrates no se aborda este problema. Por tanto no correspondería a la ciencia o a la medicina dilucidar el instante de la animación.
Un breve recuerdo de la historia antigua nos informa que, de acuerdo con la teoría del preexistencialismo, Platón sostenía que las almas existen antes de ser infundidas en el cuerpo. Siglos más tarde, San Agustín propuso que el alma es engendrada por el padre al mismo tiempo que el cuerpo. La teoría de la animación simultánea con el cuerpo fue propuesta formalmente por San Alberto Magno. Otro siglo pasó antes que Santo Tomás de Aquino concluyera que la animación es sucesiva y tardía a la formación del cuerpo de cada ser humano. Estos conceptos, expuestos en su Summa teologica, predominaron en los siglos posteriores.
Hasta el siglo XX los documentos pontificios consensuaron estas discrepancias estatuyendo que el alma de cada ser humano es creada por Dios e infundida en su cuerpo, ya sea en la misma concepción o en el estado embrionario. Sin embargo, este debate no tenía importancia práctica en la ética de la reproducción humana que condenaba el aborto como un crimen, desde la aparición de los documentos paleocristianos del siglo I, tales como el Didaché y la Carta de Bernabé. En efecto, aun suponiendo que la animación es tardía, ya tiene una vida humana biológicamente constatable que prepara y reclama el alma para completar la naturaleza recibida de sus padres. En el siglo II Tertuliano afirmaba: "Ya es un hombre aquel que está en camino de serlo".
Este debate intelectual y platónico terminó a mediados del siglo XX con la aparición práctica de doctrinas materialistas que violaron todas las normas de protección de la vida humana prenatal.
Fue tarea del Papa Pío XII plantear ante los médicos y los científicos la necesidad de defender los derechos del niño antes de nacer.
En 1949, en el IV Congreso Internacional de Médicos Católicos, en Roma, se abordó a fondo el tema de la animación para aclarar la posición de la filosofía cristiana sobre la defensa de la vida desde el momento de la concepción. A pesar que el debate filosófico no debe basarse en conocimientos científicos, los médicos católicos discutieron los argumentos de los nuevos descubrimientos de la genética ante las alternativas del momento de la animación. Así mismo, se abordó el tema de la reproducción artificial de seres humanos.
Las dudas sobre el momento de la animación se presentan ante la existencia de los gemelos monozigóticos, ante la partenogénesis, ante los abortos espontáneos y sus enfermedades embrionarias, ante la mola hidatiforme, y ante los casos de hermafroditismo. Hay argumentos favorables para una u otra posición de animación simultánea o animación tardía o sucesiva. En este Congreso hubo dudas sobre si la fecundación es el sine qua non de la animación.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las organizaciones internacionales comenzaron a tomar acuerdos sobre los derechos del hombre.
En 1948, la Declaración de Ginebra, de las Naciones Unidas sobre la Promesa del Médico, recobró los ideales hipocráticos, y estatuyó que el médico debía velar por el máximo respeto por la vida humana desde el momento de la concepción. Pese a esta Declaración, veinte años después, los países europeos comenzaron a aprobar leyes de despenalización del aborto, para facilitar la introducción de nuevas técnicas para manipular la vida prenatal, violando los códigos clásicos de la ética médica.
La reacción médica a estas leyes del aborto legal fue encabezada por el genetista francés Jerôme Lejeune, quien en 1959 había descubierto que la enfermedad de la trisomía 21, el síndrome de Down, se originaba en el momento de la concepción, cuando se redistribuían los cromosomas maternos y paternos para formar un zigoto con un nuevo ser humano, genéticamente independiente de sus progenitores. Este ser ya era un enfermo en el momento de la fecundación. Se demostraba así que la individualidad o enfermedad de un ser humano se originaba en los primeros momentos de su vida. Era un nuevo ser, que desde el momento de ser concebido tenía grabado el mensaje completo de su genoma y la potencialidad individual para desarrollarse por su cuenta y comenzar la maravillosa aventura de su vida humana. Basándose en este descubrimiento, Lejeune impulsó en 1973 la Declaración de los Médicos de Francia contra el aborto legal, que defendía el respeto a la vida humana desde el momento de la concepción.
"En todo momento de su desarrollo el fruto de la concepción es un ser viviente, esencialmente distinto del organismo que lo acoge y lo nutre".
"Desde la fecundación a la senectud, es el mismo ser viviente que se desarrolla, madura y muere. Sus características individuales lo hacen único, por lo tanto, irreemplazable".
Al revisar el problema del momento de la animación, Lejeune demostró que las hipótesis de San Agustín y de Alberto Magno, que el alma se inserta en el nuevo cuerpo viviente en el momento de la concepción tenían una base científica. En efecto, si un embrión está enfermo en el momento de su concepción debe ya tener una alma. Por tanto la animación debe ser instantánea, conjuntamente con la formación del cuerpo.
Estas ideas de Lejeune contra el aborto fueron captadas por el Vaticano en su Declaración de 1974 sobre el aborto provocado. Sin embargo, en esa fecha Roma no se pronunció sobre el momento de la animación y dejó la controversia secular sin respuesta. Aún más, en la Encíclica "Evangelium Vitae" de 25 de marzo de 1995, Juan Pablo II tampoco se pronunció sobre esta controversia. Solamente dos años después de la muerte de Lejeune, acaecida en 1994, el Papa aceptó la idea de la animación instantánea, como un apoyo científico a su lucha contra la generalización del aborto legal en la civilización europea. A pesar que el problema del momento de la animación es un tema de orden filosófico, uno de los argumentos esgrimidos por los teólogos para defender el derecho natural a la vida, está basado en el "dogma" de la teología genética mendeliana que estatuye que todo ser humano estructura su genoma en el período de la fecundación, cuando se unen los núcleos de los progenitores para formar un embrión con un genoma distinto. Como la transmisión genética es semiconservadora, el nuevo ser es único en la historia de esta especie. Es en este momento que nacen los derechos humanos a la vida. De este modo, un dogma científico ha entregado a la teología un argumento básico para introducirlo en el verbo. Se ha logrado así una conjugación vital entre la teología y la ciencia experimental para defender los derechos humanos.
Después de dos mil años de controversias podemos dar respuesta fundada a la pregunta formulada al iniciar esta carta. Sí, el alma se infunde en el cuerpo humano en forma instantánea en la fecundación.
Amén.
Dr. Ricardo Cruz-Coke Madrid,
Servicio de Genética, Hospital Clínico de la Universidad de Chile.
(Revista Médica de Chile 130.5, Mayo 2002).
REFERENCIAS
1. Catecismo de la Iglesia Católica. Edit. Lumen. Montevideo, 1992.
2. Cruz-Coke R. Problemas éticos en la transmisión de la vida. Rev Méd Chile 1975; 103: 350-5.
3. Cruz-Coke R. Fundamentos genéticos del comienzo de la vida humana. Rev Chile Pediat 1980; 51: 121-6.
4. Cruz-Coke R. Manipulación genética. Rev Católica 1982; 10-4.
5. Cruz-Coke R. Genética y Teología. El Mercurio A2, 12 de marzo de 1987.
6. Cruz-Coke R. Lejeune y los ideales de la Medicina. El Mercurio, A2, 3 de septiembre de 1993.
7. Cruz-Coke R. Obituario: Jerome Lejeune. Rev Méd Chile 1994; 122: 616-8.
8. Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa. Alma, filosofía, Tomo IV Espasa-Calpe. Barcelona, 1923.
9. Huber S. Los padres apostólicos. Desclee de Brouwer. Buenos Aires, 1949.
10. Niedermeyer A. La animación fetal humana. Actas del IV Congreso Internacional de Médicos Católicos. Septiembre 1949. Orizonte Médico. Roma, 1950.
11. Vidal M. Moral de actitudes. Tomo II. Bioética teológica. Editorial PS, Madrid, 1992.
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Hasta aquí el contexto en el que habría que entender la contribución o perspectiva de Hildegard von Bingen sobre la animación.
Esta se da en una de sus visiones narradas en el Liber Scivias ("Conoce los caminos"). En un breve pasaje describe cómo ve en una visión el vientre de una mujer con una pequeña figura en su interior, con una forma semejante a la humana. Y cómo en su visión una luz o figura como de fuego penetra en el vientre de la mujer y se funde con la figura material que hasta entonces estaba oscura, y le imparte luminosidad, una luz que desciende como por un cordón umbilical o tubo desde el fuego superior de la divinidad.
Así lo parafrasea Charles Singer:
The method by which the soul enters the body is set forth in a very striking vision in the Scivias and is illustrated in the Wiesbaden Codex B by a no less remarkable miniature (Plate XIX). The soul, which contains the element of wisdom, passes into the infant’s body while yet within the mother’s womb. The Wisdom of God is represented as a four-square object, with its angles set to the four quarters of the earth, this form being the symbol of stability. From it a long tube-like process descends into the mother’s womb. Down this there passes into the child a bright object, described variously as ‘spherical’ and as ‘shapeless’, which ‘illumines the whole body’ and becomes or develops into the soul.
Singer, Charles, ed. Studies in the History and Method of Science. Oxford: Oxford UP – Humphrey Milford, 1917. Online at Project Gutenberg.*
https://www.gutenberg.org/files/46572/46572-h/46572-h.htm
2025
La región divina de la luz, en la que están las almas, se distingue del cielo físico de las estrellas que rodea al cuadrado o rombo que contiene las almas, tanto las que han vivido y están "despiertas" como las que no han ocupado aún un cuerpo, y están a la espera de existir en la tierra y en el cuerpo, o existen al menos ya en la presciencia de Dios si bien no en la "animación" que da al cuerpo su naturaleza humana y divina en parte.
Las visiones de Hildegard, aparte de su origen patológico-médico, o más bien no aparte, sino conjuntamente con él, son expresiones plásticas, visibles, descriptibles o dibujables, de las preocupaciones tanto místicas y teológicas como científicas o filosóficas de la autora. Campos que no eran claramente deslindables en el pensamiento de la época, cuanto menos en una expresión sintética producto del pensamiento poético o analógico de esta visionaria. Una función o etiología parecida de las visiones puede verse en la obra de otras visionarias medievales como Margery Kempe o Julian of Norwich—por ejemplo en la memorable visión o "showing" de esta última en la que se le muestra toda la creación a modo de una bolita del tamaño de una avellana, todo un "Little Bang" medieval por así decirlo.
Atendiendo a esta función comunicativa, autocomunicativa o expresiva de las visiones, podemos interpretar el pasaje aludido del Liber Scivia como una intervención de Hildegard en el debate sobre la concepción y la animación. Deben en efecto ser distinguidas (al menos conceptualmente—la concepción de concepción, por así decirlo, no coincide con la de animación aun en el caso en que se conceptúen como coincidentes en el tiempo). Es decir, la concepción en tanto que fenómeno biológico, fisiológico o animal no conlleva "necesariamente" la instilación del alma, pues esto no sucede en los brutos, estos son "inanimados" en el sentido teológico del término. ¿Y en los humanos? Como hemos visto, hay concepciones distintas. Y aquí viene a intervenir Hildegard, muy interesada por lo demás en cuestiones obstétricas y ginecológicas, para expresar mediante su visión una noción moderada de animación —que a algunos sin duda parecería radical, pero que es moderada en el sentido de mediar entre posturas distintas. Los brutos tienen vitalidad sin tener alma; del mismo modo, el embrión concebido todavía no ha recibido el alma, hasta que adquiere forma humana. Esto conviene además con la expresión latino-aristotélica que describe el papel del alma como "informar" al cuerpo. La forma plenamente humana del no nacido es la forma que ha recibido el alma, pero recibir al alma, animarse en este sentido, requiere una forma humana, y valga la redundancia que refuerza el argumento. El alma en sí, la luz que desciende y anima el cuerpo del no nacido, no tiene de por sí forma humana, y es descrita por Hildegard como "sin figura" o "redonda". Una interpretación feminista del texto de Hildegard llevaría a especificar que los cuerpos son sexuados, pero que el alma de por sí es espiritual y no sexualizada. Como los espíritus celestes en la tradición cristiana, o como la aspiración que formula Mary Wollstonecraft, al final de Mary, a una humanidad de amantes espirituales más allá de las vestimentas corporales que los diferencian en sexos. No en este mundo, nos diría Hildegard von Bingen.
Esta concepción de la animación de la persona humana que aparece en Hildegard no desentona de muchas concepciones comúnmente aceptadas, no específicamente cristianas, según las cuales un embarazo no supone una nueva persona en la comunidad hasta que se anuncia como un futuro o esperable nacimiento. Los primeros meses estamos en tierra de nadie, e incluso en la incertidumbre de si hay embarazo o no. Este tipo de razonamiento también sirve oscuramente, en sus manifestaciones modernas, de apoyatura a las legislaciones "de plazos" que autorizan o despenalizan el aborto durante las primeras semanas o meses, pero no cuando el bulto humano es ya visible para la sociedad.
Por supuesto no atribuimos a Hildegard estos razonamientos, cuánto menos en la medida en que Hildegard nos presenta no razonmientos sino visiones. Pero sin duda existían las analogías médicas o sociales de estos debates contemporáneos en la Edad Media en cuanto a la existencia o no de una "nueva alma" en la comunidad, y si bien las leyes atribuyen plenos derechos sólo a los nacidos —generalizamos— también cuentan de diversas maneras con los no nacidos, incluso atribuyéndoles en ocasiones derechos reconocidos. Esto las leyes humanas, y las especulaciones teológicas asimismo, pues pocos han sido los cristianos que han hecho coincidir el momento de la animación con el del nacimiento, cuánto menos con el del bautismo, aun cuando las primeras horas o días de vida del nacido le mantengan aún en terreno legal y socialmente—y religiosamente, e incluso médicamente—incierto. Respirará o no respirará; vivirá o no vivirá, por ejemplo. Llegará o no llegará a ser bautizado.
En suma, vemos en la posición de Hildegard no sólo una intervención mediadora en cuanto al debate teológico, sino mediadora en tanto en cuanto que responde a su interés práctico y teórico a la vez por cuestiones obstétricas y ginecológicas, y a su voluntad de integrar en una visión global, or así decirlo, las diversas disciplinas que eran objeto de su atención. Una visión global que no puede sino tener lugar dentro del marco de las enseñanzas de la Iglesia. Y posiciones semejantes a las de Hildegard sobre la animación acabaron siendo de gran peso en la Iglesia Católica, a través en concreto de la obra de Santo Tomás de Aquino—ello en contra de la posición tradicional establecida por San Agustín, quien hacía coincidir la animación con el momento de la concepción.
Una observación final sobre un reciente desarrollo de este debate sobre la animación—queremos presentar ahora una analogía con un desarrollo reciente en la ciencia de la concepción y en la teología de la animación.
La luz es en Hildegard von Bingen, como en otros visionarios cristianos o no, un símbolo natural de la divinidad o de la espiritualidad—es algo que no precisa de mayor elaboración aquí por ser bien conocido, pero enfatizaremos la prominencia especial de este hecho, y la presencia de la luz, en todas las visiones de Hildegard. Como dice, y cita, Singer:
Hildegard’s visions, perhaps without exception, contain this element of a blinding or glittering light, which she interprets in a more or less spiritual manner. We terminate our account with the passage in which she sums up her experiences of it.
‘From my infancy’, she says, ‘up to the present time, I being now more than seventy years of age, I have always seen this light in my spirit and not with external eyes, nor with any thoughts of my heart nor with help from the senses. But my outward eyes remain open and the other corporeal senses retain their activity. The light which I see is not located but yet is more brilliant than the sun, nor can I examine its height, length, or breadth, and I name it the “cloud of the living light”. (...) (Singer, p. 55)
En este contexto, llamaremos la atención sobre la asociación entre luminosidad y animación tal como aparecen en el pasaje visionario del Liber Scivias sobre la concepción y animación arriba citado.
Aquí, y en pasajes similares, Hildegard no actúa sólo como visionaria creadora, o como víctima de una patología neurológica individual y peculiar a ella, sino también como transmisora de símbolos naturales o arquetipos eternos—o dejémoslo en recurrentes. Si la analogía es el centro del pensamiento humano, como han señalado Turner y Fauconnier, o Hofstadter—o Hobbes, si queremos ir más atrás—el pensamiento arquetípico y simbólico es fuertemente analógico, y una de las analogías más instaladas en el pensamiento humano es la de actividad perceptual o cognitiva o espiritual con la luz, con la luminosidad. Se nos hace la luz cuando comprendemos algo o cuando percibimos una analogía donde antes no la veíamos.
No es sorprendente por tanto que la animación vaya unida recurrentemente a figuras de luz o luminosidad. El reciente debate sobre la animación ha recurrido con frecuencia a razonamientos (o analogías) científicos; así los razonamientos que asocian la animación al ensamblaje de una estructura genética distinta de la de los progenitores, estudiable y defendible a nivel molecular. O aquellos razonamientos que asocian animación e individuación, una vez superada la fase inicial en la que un óvulo fecundado puede dar lugar a más de un individuo (y por tanto a "más de un alma" pues los gemelos tienen cuerpo parecido pero no alma compartida).
Un desarrollo reciente citamos a este respecto, en el que los "pro-vida" defensores de la coincidencia entre concepción y animación han visto una confirmación de sus creencias en una llamativa analogía —o fenómeno mensurable si se prefiere, desde el punto de vista bioquímico. Se trata de la energía libera, incluso en forma de luz visible, por las reacciones bioquímicas que ocurren en el momento de la concepción.
¡El óvulo emite una maravillosa luz en el mismísimo momento de la fecundación!
— TE⊕F⊕R⊕S (@TEOFOROS) July 10, 2024
¿Alguna duda sobre el momento cuando la vida comienza? pic.twitter.com/yWEf40RoHx
Durante la fecundación, el encuentro entre el espermatozoide y el óvulo desencadena un destello de luz. Este fenómeno se produce cuando miles de millones de átomos de zinc son liberados en el preciso momento en que se forma una nueva vida.pic.twitter.com/4e9IcRZRpP
— Comunidad Biológica (@Bio_comunidad) September 2, 2024
Veamos aquí una bonita analogía (y a la vez diferencia) con la iluminación resplandeciente del cuerpo recién animado, en la descripción de Hildegard. Diferencia, decimos, pues estas posiciones pro-vida vuelven a la concepción tradicional agustiniana, haciendo coincidir la animación con la concepción.
A la vez vemos en estos avatares modernos y cientifistas del debate sobre la animación un ejemplo práctico de la eterna pervivencia de los arquetipos elementales, y de la luz de la analogía en el pensamiento humano—la maravillosa armonía que surge de la conexión de cosas aparentemente inconexas, según lo vio Heráclito. Tanto más luminosa la armonía si las cosas tenían una conexión secreta que sale a la luz en este momento de percepción.
Podemos decirlo con Milton, puestos a ello...
HAil holy light, ofspring of Heav'n first-born!
Or of th' Eternal Coeternal beam
May I express thee unblamed? since God is light,
And never but in unapproached light
Dwelt from Eternitie, dwelt then in thee,
Bright effluence of bright essence increate.
O, por qué no, aún mejor con Blake:
God appears and God is Light
To those poor Souls who dwell in Night,
But does a Human Form Display
To those who Dwell in Realms of Day.
—oOo—
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