Un capítulo de la segunda parte de la Vida de Don Quijote y Sancho de Miguel de Unamuno,
LX - DE LO QUE SUCEDIÓ A DON QUIJOTE YENDO A BARCELONA.
Primero le sucede a Don Quijote la rebelión de su escudero y la derrota que éste le inflige; y sigue el encuentro con los bandoleros catalanes que da lugar a que Unamuno nos exponga su reflexión (que es también la de Cervantes) sobre la necesidad de la ley y de la justicia aun entre bandoleros. Lo cual lleva a Unamuno más lejos, hasta proponer una teoría antropológica casera que sentaría el origen mismo de la ley en estas sociedades criminales, como medio de llevar a cabo su depredación de modo más sistemático y eficaz.
Es algo de lo que tratamos en tiempos aquí a cuenta de José María Ciordia y su teoría sobre el origen mafioso del Estado, surgido para la depredación organizada (y la "protección") en las sociedades agrícolas con acumulación primitiva y excedentes comercializables.
Veamos lo que dice Unamuno al respecto en la segunda parte de este capítulo:
Y este mismo Sancho que arremete a su amo y le pone la rodilla sobre el pecho, al sentir sobre su cabeza y pendientes de un árbol dos pies de persona con zapatos y calzas, tiembla de miedo y da voces llamando a Don Quijote que le acorra y favorezca.
No bien acaba de desmandarse contra su amo y señor natural al grito revolucionario de ¡yo soy mi señor!, cuando no es ya señor de sí mismo, sino que tiembla de miedo al sentir sobre su cabeza unos pies calzados, y llama a su amo y señor natural, al que le amparaba del miedo. Y Don Quijote, ¡claro está!, acudió a la llamada, porque era bueno. Y supuso fueran pies de forajidos y bandoleros que en aquellos árboles estaban ahorcados.
Así lo vieron al amanecer en que cuarenta bandidos vivos que de improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuvieran quedos y se detuvieran hasta que llegase su capitán. Y el pobre Don Quijote hallóse a pie, su caballo sin freno, su lanza arrimada a un árbol, y, finalmente, sin defensa alguna, y así tuvo por bien cruzar las manos e inclinar la cabeza guardándose para mejor sazón y coyuntura. ¡Ejemplarísimo Caballaro! ¡Y cómo le han enseñado las burlas de los duques, las coces de los cabestros y la arremetida de Sancho! Es que barrunta, aun sin conocerla, la cercanía de su muerte.
("Les quarante voleurs" —Ali Baba, la musicale comédie).
Llegó el capitán, Roque Guinart, y vio la triste y melancólica figura de Don Quijote y le animó. Había oído hablar de él. Y allí conoció Don Quijote la concertada república de los bandoleros y pretendió persuadir con buenas palabras, y no obligarle por la fuerza, a Roque Guinart a que se hiciese caballero andante. Sirvió el encuentro para que el Caballero admirase la vida del caballeresco bandolero, la equidad con que se repartían los despojos del robo y su generosidad con los viandantes. Y él, Don Quijote, que con grande escándalo de las personas graves había dado libertad a los galeotes, no intentó siquiera deshacer la república de los bandidos.
Esto de la justicia distributiva y el buen orden que en repartir los despojos del botín se observaba en la banda de Roque Guinart, es condición de toda sociedad de bandoleros. Fernando del Pulgar, al hablarnos en sus Claros varones de Castilla del bandolero don Rodrigo de Villadrando, conde de Ribadeo, que con sus bandas y su gran poder "robó, quemó, destruyó, derribó, despobló villas e lugares e pueblos de Borgoña e de Francia" nos dice que "tenía dos singulares condiciones: la una, que facía guardar la justicia entre la gente que tenía, e no consentía fuerza ni robo ni otro crimen; e si alguno le cometía, él por sus manos lo punía". Por donde se ve cómo es en el seno de las sociedades organizadas para el robo donde más severamente se persigue el robo mismo, y así como en los ejércitos organizados para ofender y destruir es donde más duramente se castigan las ofensas y lo que a la destrucción del ejército mismo tienda. Y así cabe decir de todo género de justicia humana que brotó de la injusticia, de la necesidad que esta tenía de sostenerse y perpetuarse. La justicia y el orden nacieron en el mundo para mantener la violencia y el desorden. Con razón ha dicho un pensador que de los primeros bandoleros a sueldo surgió la Guardia Civil. Y los romanos, formuladores del derecho que aún subsiste, los de ita ius esto, ¿qué eran sino unos bandoleros que empezaron su vida por un robo según la leyenda por ellos mismos forjada?
Las historias de los romanos las comentaba en este sentido un clásico del evolucionismo cultural, Giambattista Vico, que cifra el progreso de la humanidad en el desarrollo de la organización y de las instituciones como modos de orientar, generar y perpetuar la cooperación. Observaba Vico que nuestras instituciones, cooperaciones y sociedades son superiores a las que se daban en los albores de la humanidad, en tiempos de los cíclopes, y que se han ido imponiendo a esas formas simples o las han desplazado. (Por las buenas o por las malas, habría que añadir).
Recordemos a este respecto lo comentado sobre la cooperación para la exterminación en artículos como "Somos hijos de la guerra", o "Con quién cooperamos", o "El dilema o contradicción de la cooperación humana."
Conviene, lector, te pares a considerar esto de que nuestros preceptos morales y jurídicos hayan nacido de la violencia y de que para poder matar una sociedad de hombres se haya dicho a cada uno de estos que no deben matarse entre sí, y se les haya predicado que no deben robarse unos a otros para que así mejor se dediquen al robo en cuadrilla.
(Inciso: es sorprendente hasta qué punto se suelen malinterpretar los mandamientos de la ley de Dios, los del Éxodo, en el sentido cristiano de darles una interpretación universal, cuando es meridianamente claro y ni siquiera necesita especificación que no matarás significa no matarás judíos...). Pero así sigue Unamuno:
Tal es el verdadero abolengo y linaje de nuestras leyes y nuestros preceptos; tal la fuente de la moral al uso. Y este su abolengo y linaje se descubre en ella, y por esto nos sentimos inclinados a perdonar y aun querer a los Roque Guinart, porque en ellos no hay doblez ni falsía, sino que aparecen sus bandas tal y como son, mientras los pueblos naciones que se dicen llamados a cumplir el derecho y servir a la cultura y a la paz son sociedades fariseas. ¿Conocéis algún rasgo quijotesco de una nación de hombres como tal nación?
Consideremos, por otra parte, cómo del mal sale el bien—porque el fin es un bien si bien transitorio, el de la justicia distributiva—y tiene este sus raíces en aquél, o son más bien caras de una misma figura. De la guerra brota la paz, y del robo en cuadrilla, el castigo al robo. La sociedad tiene que tomar sobre sí los crímenes para libertar de ellos, y de su remordimiento, a los que la forman. Y ¿no hay acaso un remordimiento social, desparramado entre sus miembros todos? Sin duda, y el hecho este del remordimiento social, tan poco advertido de ordinario, es el móvil principal de todo progreso de la especie. Acaso lo que nos mueve a ser buenos y justos con los de nuestra sociedad es cierto oscuro sentimiento de que la sociedad misma es mala e injusta: el remordimiento colectivo de una tropa de guerra es tal vez lo que les mueve a prestarse servicios entre sí y aun a prestárselos, a las veces, al enemigo vencido. Por conocer la insolencia de su oficio se guardaban fe entre sí los compañeros de Roque. (Ensayos, Aguilar, II.306-8).
Casi formula aquí Unamuno una teodicea escéptica desengañada al modo de Darwin—de la lucha por la vida, de la muerte y la depredación, es de donde salen las bellas formas como producto acabado, y así justifican en parte la base sobre la que se edifican. También Darwin daba un papel a la cooperación en la dinámica de la competición universal de todos contra (casi) todo. Su teoría de la selección natural y de la evolución de las especies es, ya lo decíamos aquí, una teodicea cósmica que ve la imbricación mutua del mal y el bien, del sufrimiento y el logro, la historia completa de la vida y el surgimiento de la humanidad, desde una perspectiva evolucionista y compleja, superior y más fría.
En Unamuno también vemos que son posibles las leyes y virtudes altruistas únicamente en el seno de esas sociedades criminales, valga la redundancia, construidas sobre la depredación universal, y que regulan ésta con normas y leyes para su mayor eficacia.
En suma, que cooperar es muy bonito y muy inclusivo, y muy guay y resiliente, muy salimos de ésta todos juntos, y no nada individualista ni egoísta.... —pero no hay que olvidar que normalmente se coopera contra algo... o contra alguien, contra algún cíclope quizá, o contra un grupo menos numeroso o menos organizado. Así surgió y se desarrolló la muy particular sociabilidad humana, la del hombre-lobo, lobo para el humano, hombre para el hombre.
Nociones erróneas sobre la evolución de la cooperación
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