El animal es en gran parte, y sin llegar a la paradoja podrá sostenerse que en totalidad, producto del ámbito físico en que vive. Depende directamente del ámbito, y es pequeño su poder de modificarlo. Vive casi por completo fuera de sí, en el ambiente que le rodea, sin apenas distinguirse del mundo exterior, su placenta psíquica, careciendo de verdadera conciencia refleja. Su patriotismo es el apego a los lugares de que vive y que apenas distingue en su conciencia de sí mismo. Es un hijo de la tierra, unido a ella como la ostra a sus valvas. el gato fuera de la casa conocida se esconde aterrado.
El hombre es animal también hijo del ambiente que le rodea, pero obra sobre él, lo modifica y cambia y así se crea un ámbito interior, lo mismo que en su conciencia se opone al mundo. El hombre no sólo se adapta al ámbito, sino que se le adapta, y va así haciendo suya la tierra, primero con la fuerza, con la inteligencia después. El hombre, poseído por la tierra, empieza a poseerla, y no sólo con su trabajo, sino con su comprensión además. Comprendiendo el mundo, reduciéndolo a viva representación ideal, no sólo se crea un mundo en el mismo reflejo del exterior, sino que con aquél domina a éste. La ciencia domina a la fuerza, vieja verdad que nunca será bastante meditada.
La tierra es en gran parte obra del hombre, obra éste a su vez de la tierra. Y así, posesionándose de veras de su matriz, es como el hombre se hace dueño de sí mismo.
Toda la historia humana es la labor del hombre sobre el ambiente en que vive. Los esfuerzos de generaciones, acumulados y multiplicados con interés compuesto, van civilizando el ámbito, en que hombres nuevos beben nueva y más alta vida. Es el ámbito social más que el individuo lo que progresa.
Toda la historia humana es la labor del hombre forjándose habitación humana, toda la civilización tiende a desasir al Hombre de la Tierra, a libertarle del terruño, a que sea él quien posea a ella y no ésta a él. Desasido de la tierra la querrá el hombre, porque el labriego que de ella viva le tiene apego, no amor. Amor le cobra el artista que la siente, el sabio que la comprende.
(Miguel de Unamuno, Ensayos, Aguilar, I.285-86)
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