viernes, 24 de noviembre de 2023

Dos Rip van Winkle gallegos

Se nos pasa el tiempo tontamente, como a Rip van Winkle, o a los Siete Durmientes de Éfeso, en estas dos leyendas gallegas recogidas en Esmorgantes, de Amparo Nieto y Jorge-Víctor Sueiro:

—Hay dos historias muy parecidas, la de San Amaro y la de San Ero —dijo Pablo—, y de ese estilo se cuentan tembién en otras partes fuera de Galicia. El argumento es de una ingenuidad y de una belleza desconocidas, por eso debió prender tan bien en la mente popular. La historia de San Amaro podríamos insertarla dentro del alma gallega en el momento en el que después de recorrer otros mundos y conocer otras gentes en busca de nuestro particular Paraíso, sin encontrarlo, naturalmente, retornamos a nuestra tierra original y comenzamos a buscarlo aquí, rastreando a través de los caminos más recónditos. —La perorata de tío Pablo empezaba a aburrir a la chiquillería que, de momento, no protestaba—. A todos, quizá, nos gustaría que nos ocurriese lo que al bueno de San Amaro, quien, viniendo de lejanos países, en busca, también, del Paraíso, pasó por penas y calamidades sin cuento; recorrió sierras y valles, países remotos, cruzó desiertos y conoció el hambre y la sed y, después de tanto esfuerzo, ya de regreso, enrolado de marmitón en un pesquero de Camariñas, una anochecida gloriosa, cuando volvían a puerto cargados de besugos y fanecas, pulpos y caballas, cantando y riendo por el éxito de la jornada de pesca, Amaro, sentado en uno de los pocos rincones libres que dejaba la carga de peces y moluscos, se quedó adormilado. Entre los celajes que el sol iba poniendo en unas nubes tiernas en su dorada caída por poniente, Amaro percibió que había llegado la hora de su triufo, y que en medio de aquella bucólica felicidad de un día tan colmado de alegrías, estaba apareciendo el tan ansiado Paraíso. Lo era, en efecto, pero curiosamente no acababa de verlo bien. Sí, observaba estar en un país maravilloso, desconocido, en el que la belleza, el sosiego y la felicidad lo dominaban todo, pero sólo lo podía ver a través de un pequeño agujero... Se conformó, claro está, que para eso era gallego, y le sacó todo el partido posible a aquella maravilla que, al fin, había conseguido. De pronto, Amaro comprobó que alguien lo echaba del Paraíso, o más bien, que le habían tapado el único agujero por el que lo veía. "Vaya por Dios —debió de pensar—, pouco dura a felicidade na casa do probe..." Y se despertó. La sorpresa fue mayúscula al comprobar que el barco en el que estaba no era el suyo, que Camariñas, en vez de aquella aldeíta marinera que él conocía, era un pueblo grande y que todas las gentes que estaban a su alrededor le eran perfectamente desconocidas... Había estado nada menos que trescientos años contemplando el Paraíso a través de una rendija... Por cierto que a este San Amaro en vez de festejarlo en Camariñas lo hacen en Castro Caldelas, un pueblo de Orense. Allí hay una ermita en su honor en la que celebran una curiosa fiesta todos los años el 15 de enero: la prueba de los chorizos nuevos... No podía ser una conmemoración sin esmorga... —rió al final Pablo.

 

—Y lo de San Ero es parecido —comentó Esther—. Esta historia está localizada en el monasterio de Armenteira en la provincia de Pontevedra y todos los años se festeja al santiño Ero. Según parece, Ero, que era monje de aquel monasterio, había ido al bosque para rezar en la soledad de su espesura y se distrajo con el canto de un jilguero.  Cuando regresó al convento, todo era distinto a lo dejado, nadie conocía a aquel anciano de barba blanca que le arrastraba por el suelo. Ero de Armenteira había estado también trescientos años extasiado escuchando el delicado trino de un pajarillo... 

Beatriz iba adivinando que en las horas en las horas en las que sus parientes contaban Galicia, ellos mismos parecían reencontrarse con su propio país. Observaba cómo personas de relevante nivel cultural conmemoraban hechos y sucedidos, dándoles verosimilitud y credibilidad, como si realmente se tratase de hechos contrastados. En el fondo empezó a darse cuenta de que nada de esto importaba, porque por definición, el mundo mágico no tiene fronteras ni esquemas fijos, ni racionalidad; es como es; pero, además, para las historias gallegas y sus fantasías existía un fortísimo amarre a la viva realidad de cada persona o de cada momento. Las cosas les pasaban a individuos del entorno o a uno mismo... Beatriz, por sus ancestros galaicos, se edaba cuenta de que encontraba bastante natural todo, y que ella misma quería atisbar un poco a través de la mirilla de ese cendal flotante galaico, porque no dejaría de satisfacerle estar también trescientos años ensimismada con historias, leyendas, fantasía y magia... Según las teorías de Pablo, trescientos años no son tantos; se pueden pasar en dieciocho o veinte... Porque en esas historias posiblemente estaría algún pedacito de nuestro Paraíso perdido.

 

(Esmorgantes, Austral, 106-7)

 

—oOo—

 

 

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