Tras casi seis meses de guerra en Ucrania la guerra ha llegado a la península de Crimea que, desde antes de la invasión, es una de las bases desde la que el ejército ruso organiza los ataques al resto del país. Los ucranianos han pasado a la ofensiva en Crimea, pero no frontalmente, sino desde dentro. El primer ataque se produjo en la base aérea de Saki, en el oeste de la península, y consistió en una serie de explosiones perfectamente sincronizadas que el Gobierno autónomo crimeano atribuyó a un accidente, pero que los medios occidentales aseguraron que se trataba de una operación de sabotaje ucraniana. Poco después otro sabotaje, esta vez en un arsenal ruso, hizo que cundiese la preocupación en el Kremlin que, esta vez sí, reconoció públicamente que se trataba de un ataque ucraniano. El daño ha sido cuantioso. El ataque a la base de Saki destruyó no menos de ocho aviones de combate ruso según se extrae de imágenes obtenidas por satélite. El objetivo inmediato de los militares ucranianos no es recuperar Crimea, algo que, hoy por hoy, está lejos de sus posibilidades, sino disminuir la capacidad rusa para hacer la guerra en el sur y el este del país, justo donde el ejército ucraniano trata de recuperar los territorios tomados por Rusia en los últimos meses. Crimea es de una importancia estratégica decisiva ya que se encuentra junto al teatro de operaciones y está lleno de bases rusas fundamentales para el suministro de sus tropas. A lo largo de los dos últimos meses, Ucrania se ha valido de misiles proporcionados por EEUU para atacar objetivos en el territorio ucraniano controlado por Rusia. Los ataques a Crimea ponen de manifiesto que pueden ir un poco más allá, hasta la misma Crimea, muy por detrás de las líneas enemigas, un lugar además donde pueden emplear las armas que les han entregado las potencias occidentales. Hasta la fecha EEUU se ha negado a la petición ucraniana de enviarles cohetes con un alcance mayor de 300 kilómetros y que, por lo tanto, podrían caer sobre territorio ruso. El sistema lanzamisiles HIMARS, que tantas alegrías está dando a los generales ucranianos, y las municiones que les han proporcionado tienen un alcance máximo 80 kilómetros. En Washington no quieren que sus armas impacten dentro de Rusia, pero Crimea no es Rusia, tampoco lo es el Donbás, son territorios anexionados sin reconocimiento por parte de Occidente, por lo que allí los ucranianos pueden emplear el armamento cedido por Occidente y valerse abiertamente de la información que les proporciona la inteligencia estadounidense. Ucrania ha utilizado cohetes proporcionados por Estados Unidos para atacar depósitos de municiones, puestos de mando y puentes rusos. El ejército ucraniano se sabe en inferioridad numérica y trata de evitar una colisión frontal con las unidades rusas. Es más oportuno hostigarlas y expulsarlas de los territorios que ocuparon durante el primer mes de la guerra. Esta estrategia coloca a los rusos ante varias opciones, pero todas malas. Podría obligarles a abandonar la ribera occidental del río Dniéper e incluso perder el control de Jersón. En el caso de conseguirlo sería un gran éxito para Ucrania, cuya estrategia móvil parece que está funcionando. Para tratar este tema y unos cuantos más sobre la guerra en Ucrania vuelve hoy a La ContraCrónica Jesús Pérez Triana, un analista de defensa que ya nos acompañó hace unos meses para entender la cuestión del Sáhara. Jesús sigue al día la guerra de Ucrania y tiene muy estudiada su evolución.
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