martes, 14 de diciembre de 2021

La marcha hacia el Oeste - James Fenimore Cooper

 

Medio capítulo de:

Thoorens, Léon. Historia Universal de la Literatura: Inglaterra y América del Norte. México: Daimon, 1977.

 

La marcha hacia el oeste

El Tratado de Versalles de 1783 doblaba la extensión territorial de la Unión. En poco más de medio siglo, la nueva nación se extendería a través del continente hasta el Pacífico y empujaría al máximo la frontera mexicana. Todos los métodos de adquisición y anexión de territorios fueron utilizados: la pura y simple conquista, la compra más o menos abusiva, la ocupación de hecho, la coacción, la guerra y el exterminio de indígenas autóctonos. Para percatarse del fenómeno, conviene situarlo sobre un mapa, y recordar que el rectángulo bloqueado por los dos grandes océanos mide aproximadamente tres mil kilómetros de largo por [más de] mil de ancho. Visto desde los estados originarios de la costa atlántica, ya organizados, con ciudades, campos y talleres, el Oeste aparecía como una inmensidad abierta y de atrayente vértigo. La expansión se dirige hacia él, organizada a base de cmpañías, oficinas, exploradores y guías, organizadores, creadores, parásitos.

En la Antigüedad, griegos, romanos, francos y mongoles avanzaban bastante al azar; pero en América, aunque los individuos improvisen y cada compañía actúe exclusivamente en interés de los suyos, una lógica de carácter superior le proporciona a este movimiento humano una coherencia y una continuidad asombrosas, y crea también una comunidad en las responsabilidades que casi nadie rehuye. 

El emigrante procede de Inglaterra o de Irlanda, y muy pronto en grandes oleadas, de los demás países europeos, y acto seguido es atrapado por el siniestro engranaje de la fiebre del oro o de la adquisición de una gran fortuna y de la pasión conquistadora. llegan aventureros ávidos de emociones fuertes, de dinero o de poder, y también familias honradas, campesinos o artesanos, eternos oprimidos que huyen de la miseria, la intolerancia y del odio racista. Como el viejo Johnson, jamás han tenido en sus manos un fusil, ni se han enfrentado con el desierto, pero después de haber vagado algún tiempo por el litoral y haber respirado el aire de libertad, de activismo, de la increíble hazaña al alcance de la mano, que estimula energías, en las ciudades´hongo, se sumergen en lo desconocido, alimentando con sus ilusiones personales el sueño de una nación en marcha. Cómplices quizá inconscientes del exterminio del indígena, y de la explotación humana en el Sur, importador de la esclavizada carne de ébano.

Las novelas de las praderas y el cine han tratado, hasta vulgarizarlo y aniquilarlo, este tema heroico; el carromato ambulante, los viajeros vestidos a la europea, las mujeres que adquieren de repente costumbres absurdas; y ante ellos el indio piel roja perfilándose hierático en la cima de una colina; jinetes con extraño vestuario y armados hasta los dientes, levantando una nube de polvo; el fuego de un campamento en medio de un claro del bosque; aullidos de animales desconocidos; el sueño de una tierra prodigiosamente fértil; el desaliento del débil; el recurso al ron, al juego y al mito del oro que se recoge a montones.... Y en el trasfondo de esta América en movimiento, sublime y criminal a la vez, inconsciente y heroica, se afirma y consolida la América sedentaria, la cabeza de puente de la emigración, puritana y hacendosa, superindividualista y comunitaria, compartida entre la Biblia y el libro de ingresos en caja, humilde y horgullosa, feliz y herida en el alma, confiada y desesperada.

En este paisaje humano contradictorio y atormentado deben situarse las necesidades y los gustos definidos anteriormente, a los que responderá, entre 1820 y 1860, la primer oleada de escritores fundadores. Resumiendo en esquema este extraordinario estallido, podemos anotar la primera publicación de los diez mejores escritores, incluyendo al primer historiador de la Unión:

1819    Libro de ensayos, de W. Riving

1823    Los pioneros, de F. Cooper

1827    Poemas, de E. Poe

1834    Historia de los Estados Unidos, de Bancroft

1836    Naturaleza, de Emerson

1840    Baladas, de Longfellow

1846    Typee, de Melville

1849    Una semana en los ríos, de Thoreau

1850    La letra escarlata, de Hawthorne

1851    La cabaña del tío Tom, de Beecher-Stowe

1855    Hojas de hierba, de Whitman

Estas obras no aparecen en pleno desierto, pues la vida intelectual es mucho más animada de lo que podría creerse, en Nueva Inglaterra principalmente. Desde mediados del siglo XVII existen importantes librerías, imprentas, periódicos semanales y compañías de teatro ambulantes; estas últimas, en el Sur exclusivamente, pues el puritanismo nordista juzgaba que "la afición al teatro no significa otra cosa que la pérdida de ese tesoro inestimable que es el alma inmortal."

A mediados del siglo XVII, principalmente bajo la influencia del Spectator de Addison y Steele, la actividad literaria aumenta todavía más y los semanarios llevan a cabo una apertura a la literatura europea. Por ejemplo, La ópera del mendigo aparece publicada por entregas: algunas compañías teatrales representan por doquier repertorio inglés, aunque también llevan a escena, circunstancialmente, a oscuros comediantes neo-ingleses. Pese a que escasean los escritores originales, innumerables publicistas dan a la luz pública artículos, libelos y cartas abiertas sobre todos los temas, en hojas sueltas o en los periódicos, que se multiplican a un ritmo significativo. En 1800 pueden contarse 200 de ellos: 375 en 1810, y 1200 aproximadamente en 1835.

Esta última fecha señala el momento decisivo del período 1820-1860. Los territorios anexionados —los dos tercios de los Estados Unidos actuales— están ya ocupados o al menos virtualmente dominados. América se percata de que empieza a tener ya una historia, y algunos se ufanan de ello, interpretándola a su manera. Este aislacionismo previo carece de fundamentos todavía. Al tropezar con nuevos obstáculos, al plantearse nuevos desafíos geográficos y humanos, el movimiento de expansión se exacerba, hacia 1845, hasta adquirir un cariz neta y lucidamente imperialista. Por otra parte, aparece una filosofía trascendentalista que sucederá a un puritanismo ya trasnochado. Antes de los colosos de las letras —Melville, Thoreau y Twain— destacan algunos aristócratas y románticos que siguen una moda.



James Fenimore Cooper

 

El más típico de los primitivos escritores norteamericanos es James Fenimore Cooper (1789-1851). Sus obras más famosas, Los pioneros (1823), El último mohicano (1826), La pradera (1827) y El cazador de venados (1841) , han pasado, desde hace mucho tiempo, del círculo de lectores adultos al de los jóvenes y de éstos al número de los autores olvidados. Es lamentable: Cooper ha creado temas relevantes y ha realizado notorios precedentes literarios. 

Era hijo de un fundador o adelantado. Su padre había funado una ciudad que fue centro de un nuevo condado, Coopersville, y James era también un muchachote del temple de su héroe favorito, "Polaina de cuero"; había recorrido en su infancia la pradera de los tiempos heroicos y también los mares a bordo de navíos más o menos decentes, después de ser expulsado de la universidad por su conducta turbulenta. Escribió su primera novela simplemente para ganar una apuesta, se asombró de su capacidad de narrador y supo comprender a su país a través de sus propios relatos, reflexionando acerca de ello durante sus viajes por Europa. A su regreso, comprendiendo al fin y plenamente cosas espantosas, se retiró a sus posesiones y llevó una vida de hidalgo granjero, desengañado y rebosante de indignación.

Primer poeta de la América en movimiento, Cooper nada describe que no haya vivido y padecido personalmente: conoció a sus mohicanos, a sus guías y trotamundos de los bosques, y fue el primero en considerarlos héroes mejores que en la realidad, al hacerles intérpretes de la energía, el valor y la lealtad. También fue el primero que intuyó la sobrehumana grandeza de su país, y finalmente el primero en traladar todo ello a un poema en prosa, una epopeya o gesta que casi nada debe a Europa. Pero al cántico del valor, a la audacia y a los valores viriles, se mezclan sordamente la mala conciencia y cierta dosis de humor: mala conciencia de vencedor que ha triunfado, demasiado, y humor de aristócrata humanista en contradicción consigo mismo. Quienes fueron a conquistar un territorio donde poder ser libres y fuertes, impulsados por lo que creían sacros instintos, dieron muerte a los indígenas. Los comerciantes, los explotadores, especuladores y parásitos siguen las huellas que él trazara, para dedicarse al pillaje y asesinar cuando forman nutrido grupo y no corren ningún riesgo.

Por su parte, simpatiza más con el último mohicano, que expira ante él, y que era un hombre fuerte, libre y noble, que con los comerciantes de alcohol y los buscadores de oro. Sin embargo, pertenece al pueblo que extermina al indígena y se siente solidario del comerciante sin escrúpulos. Esta contradicción le tortura, le obliga a revisar sus conceptos del mundo y de la historia que heredara de los pensadores del siglo XVIII.


Comienzan las novelas de la pradera

Sus famosas novelas no constituyen, de hecho, más que una reducida parte de su obra. Escribió también una historia crítica de la marina norteamericana, relatos de sus viajes por Europa y ensayos de crítica moral y política. En vista del fracaso de las revoluciones europeas de 1830, abandonó el mito de la pradera y compuso cuadros históricos sobre la Venecia de los Dux (The Bravo), la Alemania de Lutero (The Heidenmauer) y la Suiza oligárquica (The Headsman); ello le ayudó a precisar la doctrina del "poder de las minorías irresponsables", movidas por intereses que en modo alguno son los de la masa popular y animados por fuerzas desviadas de su legítima finalidad.

En diversos ensayos y relatos, y a través de la evocación de la sociedad americana de las grandes ciudades, disña el retrato del "caballero americano", es decir, del nuevo y falso demócrata dedicado a transformar la democracia ideal en peligrosa aberración, al poner en práctica el principio de "quien posee más amplios intereses en el actual estado de la sociedad, es el más calificado para gobernar el Estado, por la misma naturaleza de las cosas" (1835), lo que se traducirá más tarde por "lo que es bueno para las empresas, es bueno para los stados." Cooper, un hombre del siglo XVIII que murió en el momento histórico en que la expansión hacia el Oeste se convertía en la oleada humana, intuye así, como un profeta, las inmensas fortunas que se amasarían como resultado de dicha expansión y que, desde finales de aquel siglo hasta la actualidad, serían los verdaderos dueños del poder político.

Las novelas de la pradera presentadas de este modo dejan de pertenecer al mundo de las lecturas infantiles. "Polaina de cuero" es el hombre civilizado que ha recuprado las virtudes del "buen salvaje" de Rousseau, asumiendo carácter de prototipo o modelo de un hombre nuevo, aristócrata por sus virtudes, poder y energía y hombre del pueblo por su contacto con los auténticos valores humanos. "Polaina de cuero" simboliza la aurora de la nación, ha dicho un crítico: con el corazón herido y una conciencia intranquila.

Al envejecer Cooper soñaba consigo mismo, en su aislada granja, cantando a su herramienta preferida, el hacha, "emblema de la nación norteamericana", que llevara a cabo "conquistas más positivas y duraderas que la espada de cualquier pueblo guerrero de la Historia", y añadía, esforzándose  en creerlo, que esas conquistas "dejaron en pos la civilización y no la desolación de una ruina". Unas notas publicadas por Robert Stiller (1931) le muestran amargo y decepcionado, singularmente lúcido y clarividente. Con sus excesos de lenguaje que delatan su indignación, su oscuridad y sus contradicciones, nada ofrecen de teórico: narrador nato, solía pensar en imágenes en las que denuncia el régimen de su país en formación como "la peor de las tiranías": la del dinero y la del triunfo financier considerado como bendición divina. Cooper ha lanzado inquietantes profecías, y entre ellas:

"La comunidad continuará viviendo y padeciendo, presa de sus ilusiones: quizá incluso imagine que se acerca a la perfección, y de este modo sólo se encaminará al encuentro de nuevas desilusiones."

En aquellos tímidos comienzos de la marcha hacia las praderas y hacia el lejano Oeste, sorprende hallar nombres de escritores que, aunque sean de tercera o cuarta fila, representan los primeros intentos literarios de una nación que todavía no se ha formado. Casi aún en la época colonial, surge una poetisa negra, nacida en África y conducida como esclava al continente americanao. Filis [Phillis] Wheatley (1754-1784), de quien es difícil creer que a los diecisiete años de edad hubiera aprendido inglés y latín y que escribiera relatos históricos. En un  viaje que emprendió a Inglaterra en 1773, publicó una colección poética, Poemas sobre diversos temas. Otra poetisa y autora dramática, Mercy Warren (1728-1814), de amplios conocimientos intelectuals y calurosamente elogiada por los presidentes norteamericanos John Adams y Tomás Jefferson, publicó en 1805 una Historia de la Revolución americana, que fue uno de los primeros textos que se editaron acerca de esta materia. También son citadas, como casos curiosos de precocidad literaria, las hermanas Lucrecia y Margarita Davidson, inspiradas poetisas, contemporáneas de Fenimore Cooper y Washington Irving. 

Pronto se convirtió Boston en la capital literaria de los Estados Unidos. La fundación de la universidad de Harvard, la primera de Norteamérica y una de sus principales instituciones de enseñanza superior, convirtió aquella zona en el núcleo tradicional de la intelectualidad del país.

 


La literatura norteamericana hasta 1800


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