Profesor Tomás García López: Tengo en gran estima su labor y abrigo la esperanza de captar su atención. Las razones de mi correo se justifican en los planteamientos que Mario Bunge despliega en “Las pseudociencias, ¡Vaya Timo!”. Publicación de la cual extraigo el siguiente párrafo, «Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera — lego o científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura». Me parece que las observaciones del profesor Bunge son muy atinadas; sin embargo, veo con mucha zozobra la prolongada indiferencia por parte del mundo académico, de los institutos universitarios de filosofía, psicología, sociología, antropología cultural, astronomía, biología, historia, etc., ante la marabunta de creencias absurdas y delirantes que rápidamente han ido penetrando en lugares tan importantes como YouTube. Me pregunto si no habría que comenzar a planificar ingeniosas estrategias para neutralizar el tsunami oscurantista. Sugiero dos acciones para dicho propósito: (1) La formación de comisiones integradas por estudiantes -en las diferentes áreas del conocimiento- que a manera de servicio social para la comunidad, y con asesoría de sus docentes, estarían participando de modo frecuente, insertando criticas racionales y científicas en el buzón de comentarios que tienen en YouTube esa fauna de personajes tan letales para la salud de la cultura. Sus influyentes canales llegan a registrar cientos de miles de visitas y suscriptores. (2) Organizar en las Facultades y unidades académicas, mesas de debate con especialistas y los más destacados charlatanes del momento. Anticipo que los timadores podrían declinar la invitación, pero tal hecho generaría un efecto negativo para ellos. Ahí están Rosalía Sanz, José Luis Camacho, Luis Carlos Campos, Rimbeles, o la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKCON), que sin ningún pudor, afirma: “En nuestro universo hay un planeta llamado Svetadvipa, y en él existe un océano de leche.” Lo más extraño es que tengamos en Occidente a miles de cautivos explotados por la organización del Swami Prabhupada -en donde son tratados como a idiotas lobotomizados- que sí lo creen. En todo caso, mí propuesta bien sea correcta o no, algo tenemos que hacer. Me gustaría conocer sus impresiones al respecto. Un gran saludo para usted.
Profesor Tomás García López: Tengo en gran estima su labor y abrigo la esperanza de captar su atención. Las razones de mi correo se justifican en los planteamientos que Mario Bunge despliega en “Las pseudociencias, ¡Vaya Timo!”. Publicación de la cual extraigo el siguiente párrafo, «Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera — lego o científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura». Me parece que las observaciones del profesor Bunge son muy atinadas; sin embargo, veo con mucha zozobra la prolongada indiferencia por parte del mundo académico, de los institutos universitarios de filosofía, psicología, sociología, antropología cultural, astronomía, biología, historia, etc., ante la marabunta de creencias absurdas y delirantes que rápidamente han ido penetrando en lugares tan importantes como YouTube. Me pregunto si no habría que comenzar a planificar ingeniosas estrategias para neutralizar el tsunami oscurantista. Sugiero dos acciones para dicho propósito: (1) La formación de comisiones integradas por estudiantes -en las diferentes áreas del conocimiento- que a manera de servicio social para la comunidad, y con asesoría de sus docentes, estarían participando de modo frecuente, insertando criticas racionales y científicas en el buzón de comentarios que tienen en YouTube esa fauna de personajes tan letales para la salud de la cultura. Sus influyentes canales llegan a registrar cientos de miles de visitas y suscriptores. (2) Organizar en las Facultades y unidades académicas, mesas de debate con especialistas y los más destacados charlatanes del momento. Anticipo que los timadores podrían declinar la invitación, pero tal hecho generaría un efecto negativo para ellos. Ahí están Rosalía Sanz, José Luis Camacho, Luis Carlos Campos, Rimbeles, o la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKCON), que sin ningún pudor, afirma: “En nuestro universo hay un planeta llamado Svetadvipa, y en él existe un océano de leche.” Lo más extraño es que tengamos en Occidente a miles de cautivos explotados por la organización del Swami Prabhupada -en donde son tratados como a idiotas lobotomizados- que sí lo creen. En todo caso, mí propuesta bien sea correcta o no, algo tenemos que hacer. Me gustaría conocer sus impresiones al respecto. Un gran saludo para usted.
ResponderEliminarProfesor Tomás García López: Tengo en gran estima su labor y abrigo la esperanza de captar su atención. Las razones de mi correo se justifican en los planteamientos que Mario Bunge despliega en “Las pseudociencias, ¡Vaya Timo!”. Publicación de la cual extraigo el siguiente párrafo, «Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera — lego o científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura». Me parece que las observaciones del profesor Bunge son muy atinadas; sin embargo, veo con mucha zozobra la prolongada indiferencia por parte del mundo académico, de los institutos universitarios de filosofía, psicología, sociología, antropología cultural, astronomía, biología, historia, etc., ante la marabunta de creencias absurdas y delirantes que rápidamente han ido penetrando en lugares tan importantes como YouTube. Me pregunto si no habría que comenzar a planificar ingeniosas estrategias para neutralizar el tsunami oscurantista. Sugiero dos acciones para dicho propósito: (1) La formación de comisiones integradas por estudiantes -en las diferentes áreas del conocimiento- que a manera de servicio social para la comunidad, y con asesoría de sus docentes, estarían participando de modo frecuente, insertando criticas racionales y científicas en el buzón de comentarios que tienen en YouTube esa fauna de personajes tan letales para la salud de la cultura. Sus influyentes canales llegan a registrar cientos de miles de visitas y suscriptores. (2) Organizar en las Facultades y unidades académicas, mesas de debate con especialistas y los más destacados charlatanes del momento. Anticipo que los timadores podrían declinar la invitación, pero tal hecho generaría un efecto negativo para ellos. Ahí están Rosalía Sanz, José Luis Camacho, Luis Carlos Campos, Rimbeles, o la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKCON), que sin ningún pudor, afirma: “En nuestro universo hay un planeta llamado Svetadvipa, y en él existe un océano de leche.” Lo más extraño es que tengamos en Occidente a miles de cautivos explotados por la organización del Swami Prabhupada -en donde son tratados como a idiotas lobotomizados- que sí lo creen. En todo caso, mí propuesta bien sea correcta o no, algo tenemos que hacer. Me gustaría conocer sus impresiones al respecto. Un gran saludo para usted.
ResponderEliminarProfesor Tomás García López: Tengo en gran estima su labor y abrigo la esperanza de captar su atención. Las razones de mi correo se justifican en los planteamientos que Mario Bunge despliega en “Las pseudociencias, ¡Vaya Timo!”. Publicación de la cual extraigo el siguiente párrafo, «Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera — lego o científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura». Me parece que las observaciones del profesor Bunge son muy atinadas; sin embargo, veo con mucha zozobra la prolongada indiferencia por parte del mundo académico, de los institutos universitarios de filosofía, psicología, sociología, antropología cultural, astronomía, biología, historia, etc., ante la marabunta de creencias absurdas y delirantes que rápidamente han ido penetrando en lugares tan importantes como YouTube. Me pregunto si no habría que comenzar a planificar ingeniosas estrategias para neutralizar el tsunami oscurantista. Sugiero dos acciones para dicho propósito: (1) La formación de comisiones integradas por estudiantes -en las diferentes áreas del conocimiento- que a manera de servicio social para la comunidad, y con asesoría de sus docentes, estarían participando de modo frecuente, insertando criticas racionales y científicas en el buzón de comentarios que tienen en YouTube esa fauna de personajes tan letales para la salud de la cultura. Sus influyentes canales llegan a registrar cientos de miles de visitas y suscriptores. (2) Organizar en las Facultades y unidades académicas, mesas de debate con especialistas y los más destacados charlatanes del momento. Anticipo que los timadores podrían declinar la invitación, pero tal hecho generaría un efecto negativo para ellos. Ahí están Rosalía Sanz, José Luis Camacho, Luis Carlos Campos, Rimbeles, o la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKCON), que sin ningún pudor, afirma: “En nuestro universo hay un planeta llamado Svetadvipa, y en él existe un océano de leche.” Lo más extraño es que tengamos en Occidente a miles de cautivos explotados por la organización del Swami Prabhupada -en donde son tratados como a idiotas lobotomizados- que sí lo creen. En todo caso, mí propuesta bien sea correcta o no, algo tenemos que hacer. Me gustaría conocer sus impresiones al respecto. Un gran saludo para usted.