Hace treinta años no me dio tiempo a estrenarme como votante con la Constitución... y casi mejor, visto lo visto. Es un tema sobre lo que vengo a pensar algo parecido a lo que piensan en Voto en Blanco—aunque por el momento aún no voto en blanco y estoy votando a Unión, Progreso y Democracia.
Como aspecto positivo, la Constitución ha sido lo suficientemente buena como para andar rodando hasta hoy—y más allá—un poco a trancas y barrancas, en un periodo que en conjunto ha sido de los más prósperos y pacíficos de la historia de España: eso sobre todo si descontamos al enemigo número uno de la constitución, que son los terroristas de la Eta, y sus gradaciones batasunas, gamberrunas y nacionalismos cerruzos que hay un poco por todas partes.
Pero se han amparado o basado en la Constitución una serie de dinámicas que son perniciosas y que en última instancia han de resultar destructivas para España. El mayor defecto de la constitución, aparte de sus defectos intrínsecos como instaurar o restaurar la monarquía, etc., es que ni se aplica ni se reforma—con lo cual se va quedando, más que en un lugar de encuentro y una base legal, en una colección de letra muerta. Aparte de reformas administrativamente irrelevantes aunque de valor simbólico, como lo de las mujeres y la corona, que sería muy conveniente hacerla, están las cuestiones más graves. Sobre todo, que la Constitución está hecha para construir y seguir construyendo autonomías, pero no funciona a la hora de mantener un estado de derecho estable, coherente y justo. Las comunidades autónomas, una cuestión tan relevante en la organización política española, dependen de leyes orgánicas que se podrían hacer y deshacer por la vía rápida—un caso de inflación administrativa realmente llamativo. Aunque visto cómo está el tema, una reforma que dijese que "España consta de diecisiete naciones con sus respectivos parlamentos, sistemas judiciales, educativos, etc." terminaría de dar la puntilla al asunto.
Tal como va la cuestión de la disgregación y el antiespañolismo de prácticamente toda la periferia del mapa, sólo hay dos salidas posibles: o el desastre a la yugoslava, que Dios nos libre, o la sopa boba, el estado actual en el que la ley es letra muerta y lo que hay que hacer es buscar la mejor manera de trampearla con soluciones locales o interpretaciones que vayan a ser apoyadas por las fuerzas vivas del barrio: o sea, el clientelismo nacionalista, y si no el partidista, cuando no situaciones patológicas como la vigilancia de los pistoleros que son la auténtica ley, la ley de la calle, en el País Vasco.
Los garantes de la ley, el Tribunal Constitucional, son caballeros de poltrona y contactos confidenciales, especialistas en chuparse el dedo a ver por dónde sopla el viento; están totalmente entregados al oportunismo y a las conveniencias de los partidos—como demuestra la manera en que aparcan durante años en un cajón cosas como el Estatuto de Cataluña, cosas que cualquier jurista o no jurista que no tenga intención de desmantelar el país sabe dictaminar en un minuto a qué papelera deberían ir. Auténticos mangantes de guante blanco: garantes de que las leyes no se apliquen sino cuando conviene, y especialistas en torcerlas.
Y los partidos... otra vergüenza nacional. El PSOE está totalmente entregado a los intereses partidistas de su club de colocaciones, y a los discursos nacionalistas que tan bien le vienen para desactivar al Partido Popular. Y el Partido Popular se agarra también a los puestos y a los tingladillos locales que puede agarrar, en las comunidades donde aún se va manteniendo—aunque una vez renuncia a defender una ley para todos, ya ha aceptado desmantelarse a sí mismo, a sabiendas o no. A UPyD he dicho que los voto, pero no porque crea que van a ganar jamás unas elecciones.
Y con este cuadro, con este personal que nos viene gobernando, así es como puede haber gente con veinticinco homicidios a cuestas recibiendo homenajes en su pueblo; o miembros de partidos ilegalizados por ser terroristas pero que gobiernan en los ayuntamientos, o son diputados; así pueden casarse hombres con hombres, cosa plenamente constitucional como sabe todo el mundo que se haya leído la constitución; o así hay una ley del aborto que permite descuartizar lo que (cuando interesa que vivan) se llaman bebés prematuros—a miles. O así sucede se está prohibiendo el uso de la lengua oficial de España en la administración de la cuarta parte de España; y hay una ley electoral por la que el voto de un batasuno vale diez veces más que el de un votante de un partido nacional del mismo tamaño. Y para rematarla, seguimos aún con la ley Sálica. Un cuadro de estado de derecho, vamos.
¿Soluciones? No hay ninguna—a menos que la situación reviente por factores externos: una crisis económica brutal, una guerra, una invasión.... cosas que esperemos no vayan a pasar, aunque sí van pasando ya a pequeñas dosis que permiten ser contenidas por el sistema. Así que procuren arrimarse a buen árbol. Yo apuesto por la sopa boba de nacionalismo, localismo y partidismo, ad infinitum. Aunque no le voy a coger gusto, eso seguro.
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