Un escrito de Fernando Plo y Gerardo Sanz, difundido hoy por el Colectivo de Profesores. Sobre la reforma universitaria en curso, y las soluciones improvisadas:
En tiempos de relativa riqueza, a comienzos del siglo XVI, el concejo de Zaragoza mandó levantar una torre para albergar reloj y campanas. En tiempos menos boyantes, el mantenimiento de esa Torre Nueva se descuidó algo, y, a finales del siglo XIX la torre se había inclinado más de lo conveniente. Era necesario intervenir para repararla y se fue abriendo camino la idea de demolerla, como una opción rápida y definitiva.
Los comerciantes del sector, que veían en el mal estado de la torre un peligro para sus negocios, urgieron al ayuntamiento para que tomara medidas. Todo se decidió en muy poco tiempo, y la piqueta se llevó la torre antes de que la ciudad de Zaragoza pudiera darse cuenta y reaccionar.
Durante el último siglo se han multiplicado los intentos para recuperar esa torre, sin ningún éxito. Es más fácil demoler un edificio que volverlo a levantar.
La Universidad de Zaragoza se encuentra ahora frente al desafío de redefinir su mapa de titulaciones. Estamos en una etapa de recortes presupuestarios, y las opciones rápidas y definitivas tienen un atractivo evidente. Pero hay motivos para dudar de que estas opciones sean las mejores y las más eficientes. Sobre todo, si no se valoran los beneficios de mantener los títulos (renovándolos donde haga falta) y se sobrevaloran los ahorros que se obtendrían al eliminarlos.
Estamos todavía a tiempo. Cuesta mucho construir una titulación desde la nada. Hay que buscar edificios, preparar aulas, instalar equipamientos de prácticas. Todavía es más difícil formar un equipo de profesores especialistas. Las tareas de formación, si se hacen bien, son tareas de muchos años. También es difícil crear una red de relaciones: con empresas, para que los estudiantes puedan realizar prácticas; con universidades europeas, para que puedan realizar intercambios Erasmus. Los títulos nuevos también han tenido que definir sus nichos profesionales. El esfuerzo y el buen hacer de los antiguos titulados en el mercado laboral facilita la entrada y la demanda por parte de los empleadores de los nuevos titulados.
Todo esto es lo que se tira abajo cuando se elimina de raíz una titulación que ya está asentada. Como ocurre con los edificios, es más fácil cerrar una titulación que volverla a levantar desde la nada.
Estamos en un periodo de reflexión y decisiones en la universidad. Las reformas radicales son necesarias y todos estamos preparados para realizarlas. También esperamos que nuestras autoridades académicas, a la hora de tomar la decisión de suprimir títulos, valoren, aunque sea difícil de cuantificar, la pérdida que supone prescindir de una organización que funciona, de unas redes de relaciones y conocimiento establecidas, de un capital humano de especialistas, frente a un ahorro nominal, muchas veces ilusorio por las sinergias entre titulaciones que se imparten en un mismo centro.
Fernando Plo
Gerardo Sanz
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