El lector implícito es un concepto que normalmente se atribuye a Wolfgang Iser, que escribió un libro con ese título (Der Implizite Leser, 1974), pero que en realidad puede tener una historia más antigua. Mucho tiene que decir al respecto por ejemplo la Rhetoric of Fiction de Wayne Booth (1961), que además de teorizar al autor implícito, también le busca un correlato implícito, aunque lo llama "mock reader" o lector de pega. Igual que Walker Gibson, que escribió un artículo interesantísimo sobre el tema ("Authors, Speakers, Readers, and Mock Readers") ya en 1950.
El autor implícito es un concepto al que muchos le han cogido manía: entre los que no aceptan ningún tipo de autor(idad) en el texto, los que la remiten al lector y los que rechazan las preocupaciones éticas de Booth etc... resulta que el autor implícito tiene hoy mala prensa, cuando no es declarado inexistente. Y sin embargo podríamos hablar de múltiples autores implícitos (uno al gusto de cada lector) con lo cual el concepto proliferaría en lugar de desaparecer.
El lector implícito tiene mejor prensa que ese "fantasma" del autor implícito, aunque también muestra esa tendencia a disolverse o a multiplicarse o a volverse borroso. Acabo de leerme un artículo de Brian Richardson que trata esta cuestión de los textos que exhiben una diversidad o superposición de lectores implícitos ("Singular Text, Multiple Implied Readers", Style 41.3, otoño 2007), y presenta muchos casos interesantes así como una propuesta de clasificación.
Se encuentra el caso claro de textos para niños que sin embargo incluyen elementos que sólo pueden ser entendidos por adultos que lean con el niño. Andersen expresaba su intención de dirigirse a los dos grupos de lectores simultáneamente, con lo cual se puede definir un lector implícito "niño" y otro "adulto".
La misma multiplicidad de receptores se da en otros medios como las películas infantiles y los dibujos animados. A veces de hecho es difïcil distinguir qué elementos se presupone deberían ser captados por los niños y cuáles no. Los niños se ríen con Shrek o con los Simpson de maneras que a veces suponemos están reservadas a los adultos. Y un niño es en todo caso un ser difuso que se va metamorfoseando en adulto. Quizá sólo tenga sentido hablar de un doble receptor implícito en aquellos casos en los que la diferencia está claramente perfilada.
Otro caso claro de doble receptor son los textos con un mensaje político, erótico, etc. oculto y secreto menos para quien disponga de determinadas claves de lectura. (Por ejemplo en algunos acrósticos). Y los autores pertenecientes a minorías étnicas, culturales, sexuales, etc. a veces incluyen tanto una alocución más neutra dirigida al público mayoritario o "general" como guiños o alusiones que sólo adquieren sentido para un receptor implícito que pertenezca a un círculo más particular.
En realidad, se me ocurre, muchas veces es la dialéctica de la lectura la que permite descubrir claves de este estilo: alusiones privadas, asociaciones particulares, repeticiones recurrentes etc., que van volviéndose "legibles" o cargándose de sentido conforme conocemos mejor la obra de un autor. Así, en las obras de Nabokov podemos reconocer elementos recurrentes de una a otra a lo largo de los años, elementos que no pertenecen al esquema comunicativo de una obra aislada (al "lector implícito" de esa obra) porque hace falta una clave más panorámica para poderlos leer. Aparece así una lectura personal o privada superpuesta a la lectura pública de las obras. Lo mismo sucede para los lectores que conozcan la biografía del autor: la obra adquiere un sentido distinto. ¿Cuántos lectores, por ejemplo, del cuento de Nabokov ’Escenas de la vida de un monstruo doble" relacionan este relato con la muerte del hermano de Nabokov, Sergei? Sin embargo, ése es el sentido que emerge para un lector "privado". ¿Lector implícito? En cierto modo: pero presente de modo más tenue que el lector implícito más público y más generalmente comunicado.
Señala Brian Richardson que en los casos en que identificamos una diversidad de lectores, suele establecerse una jerarquía entre ellos: uno de los lectores debe comprender lo mismo que el otro, y además, más cosas que el otro no comprende (por ejemplo, el adulto y el niño, o el lector 'neutro' heterosexual y el lector homosexual 'que entiende'—que entiende lo que el otro, y más). También observa que Umberto Eco narra cómo nuestro lector crítico disfruta de una victoria lectora o perspectiva irónica sobre los lectores que entienden menos... Pero en otros casos no hay jerarquía clara, y hay efectos de alocución confusos o no claramente determinables.
De hecho amenaza con difuminarse el lector implícito en obras difíciles o de lectura múltiple o ambigua (el Ulises por ejemplo) y más si sumamos otra circunstancia antes mencionada con respecto al autor implícito: que al ser el lector implícito una construcción interpretativa, quizá cada lector o cada crítico lo construya un tanto a su manera; nos las hemos de ver con un concepto inherentemente difuso puesto que tiene que ver con la interacción comunicativa entre varios lectores. Estaríamos así apuntando a una concepción comunicativo-interaccional, y no tanto formalista-estructural, de los conceptos de autor y lector implícito.
Señala Richardson que los conceptos bajtinianos de heteroglosia y polifonía son ya de por sí muy capaces para contener muchas de las voces que los autores emplean en los textos, sin tener que postular un nuevo lector implícito para cada cambio de voz o registro; es mejor dosificar el uso del término para evitar que pierda todo sentido.
Y sin embargo... son tantas las circunstancias que multiplican o difuminan la imagen del receptor. Otra más apunta Richardson: los textos que se releen o las películas que se ven dos veces. Muchas veces hay claves preestructuradas para ser captadas sólo por el relector, o por el espectador que ya conoce el final; de otro modo hay detalles no ya insignificantes sino que incluso imperceptibles pueden ser.
Aunque el esquema final del artículo de Richardson es poco claro, propone establecer un espectro o jerarquía posible de estos efectos de alocución múltiple. Lo adapto aquí a mi aire a una lista que va de mayor a menor definición de la imagen del lector implícito:
- Lector implícito único (y bien definido, se entiende)
- Lector implícito doble pero con una jerarquía clara (de ironía, conocimiento, etc.)
- Lector implícito doble (triple, múltiple, etc.) pero sin jerarquización clara de autoridad intelectual.
- Lectores implícitos múltiples (a veces es el caso también, y resultado, de un texto con múltiples autores implícitos...)
- Autor implícito como constructor de un texto generativo o combinatorio (hipertextos, textos experimentales) que dan lugar a una obra efectiva distinta o lectura diferente con cada intervención de lector.
Son casos interesantes, y en muchos casos se puede sin duda ascribir un texto a uno u otro tipo, sin muchas discusiones. Y sin embargo, también se podrían problematizar los límites y presuposiciones de esta clasificación, siempre; pues al ser el lector implícito un efecto de la interpretación, una construcción efectuada interactivamente por diversos sujetos (el autor y diversos lectores), siempre se presta a una negociación o redefinición. Hasta el texto más claro puede leerse en contextos muy distintos, y con fines muy distintos, y esto puede llegar a alterar la estructura de su alocución. O a alterar la manera en que comprendemos o conceptualizamos esa estructura alocutiva, lo cual viene a ser lo mismo.
Dishonest reading
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