Decididamente se va Rosa, que ha estado trabajando en casa con nosotros desde hace algo así como trece años. Ha encontrado un trabajo de oficina y ordenador, además en un sitio bien céntrico y bonito, así que excelente para ella. Y para nosotros, que le deseamos toda la suerte del mundo, aunque ya sentimos verla marchar, por supuestísimo (hasta hay quien va llorando por las esquinas...).
En fin, que la cosa no tiene remedio—aunque nos le hemos agarrado a la pierna gritando que no se vaya, pues ya toca. La alternativa es componérnoslas solos, ahora que los críos ya no son tan críos, o eso se supone. Darles a cada uno una escoba, enseñarles a cocinar unas judías, etc.—yo lo encuentro muy educativo. Pero en fin, parece que no van a ir por ahí los tiros, y hemos empezado a sondear redes de contactos de trabajadoras del hogar—lo cual quiere decir inmigrantes. Ayer fuimos a hablar con las monjas de la esquina, que tienen un servicio de orientaciones y formaciones y colocaciones, y a ver a quién nos mandan. ¿Será rumana, ecuatoriana, colombiana, búlgara? O búlgaro, vamos, aunque creo que eso se lleva menos. Vamos pertrechados para el choque cultural. Al menos, eso nos comentan. A las monjas las tienen flaseadas las ecuatorianas con la fe que le tienen al "diosito"—que no está muy claro a veces si es Jesucristo o el machito que les pega y les da felicidad y emociones y las hace sufrir, supongo que van todos juntos a veces.
En fin, que por fin la ola de la inmigración traspasa la puerta de casa; esperemos que no sea la cosa como para radiarla.
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