De 1988, y por entonces la debí ver. Veinte años no es nada, pero cuarenta y tantos ya es otra cosa. Memorable la escena del bombín y el espejo.
En la película, la insoportable levedad se refiere sobre todo a que Teresa no sabía si Tomás la engañaba o no, y necesitaba una base más firme sobre la que edificar su vida, más certidumbres. Pero Tomás, y Sabine no digamos, son flotantes; y el ser, de por sí, también. Y cuando la vida flotante acaba tomando forma definida, es cuando ya no existe.
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