Anuncian ahora para los recién nacidos un canastillo de productos personalizado, todos con su nombre. En Internet podemos enviar tarjetas electrónicas personalizadas. Los desarrollos del tratamiento de textos, el diseño interactivo en red y la impresión personalizada hacen posible ahora esta situación donde lo que antes hubiese sido algo personal (por requerir trabajo, dinero, dedicación)—se convierte en un simulacro de personalización, o al menos una personalización más aparente que real. No quiere decir que no se agradezca la volunta de personalizar—después de todo, lo que más nos personaliza es la atención o la intención dedicada por parte de los demás, que gastan su precioso tiempo vital en dedicarnos atención personal. Pero otros elementos que antes hacían apreciable la personalización, como son trabajo, tiempo y dinero, cambian de valor, y un tipo de personalización que antes era prueba de atención, tiempo y dinero hoy quiere decir bien poco. Queda siempre un margen para quien está más al tanto de las posibilidades del mercado y la tecnología, y puede vender estas personalizaciones despersonalizadas como algo que aún tiene el aura de lo único. Pero todo se mueve rápido, la información circula. Pronto estaremos tan personalizados (con nuestra publicidad personalizada de Amazon y de Google) que desearemos huir, como decía T.S. Eliot, hacia la impersonalidad.
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